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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

08/05/2016

La escritura de Haroldo Conti

Engañosamente sencillo

Convencida de que no es un lugar en el museo de la literatura argentina lo que un autor desea para su obra, la escritora propone que el mejor homenaje que le podemos hacer hoy a Haroldo Conti es leerlo.  Y, en este sentido, sugiere Alrededor de la jaula, una de sus novelas preferidas, escrita en 1966.

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La desaparición forzada de Haroldo Conti, a los 51 años y para siempre fue, en cierto modo,  el comienzo de lo que Guillermo Saccomano llama acertadamente su museificación. Esa especie de gran malentendido que hace de Conti un autor respetado, recordado, incluso glorificado, y sin embargo no lo bastante leído. 

Conti, a quien García Márquez llama “un escritor argentino de los grandes”, escribió una obra profunda, fundamental, engañosamente sencilla. Fue, sin duda, un escritor comprometido, como lo fueron la mayor parte de los intelectuales de su época. Admirador de la revolución cubana, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, para quien no lo haya leído es fácil imaginar que su obra estará impregnada de ideología, dedicada a representar su compromiso con la liberación de los pueblos o a exhibir las lacras de la sociedad capitalista. Y sin embargo, aquí están sus libros y quien los lea sabrá que no, que no es eso.

Sobrevolando dogmas, o atravesándolos con una prosa densa, cargada de emoción contenida, en sus novelas  Conti va a lo esencial, a lo más intenso y profundo de la condición humana. Sus personajes taciturnos, marginales, de pocas palabras, detentan una sabiduría melancólica que va más allá de cualquier propuesta política.  En sus cuentos, llenos de humor y melancolía,  aparece una galería de personajes deliciosos que le sirven para realizar una suerte de censo literario de su Chacabuco natal.

A su modo silencioso, casi tímido, Conti es un apasionado. Como escritor y como hombre. Si la infancia y la memoria de pueblo es una de sus grandes pasiones, la otra, la de su adultez, es el delta: la presencia del río, el barro, las islas, la lenta caída del sol sobre el paisaje, la luna distinta cada noche y sin embargo siempre igual a sí misma,  como si se jugara un constante desafío entre la eternidad y el tiempo. El delta, duro, triste y maravilloso, tal como aparece en Sudeste, esa primera  novela  que resume de algún modo su visión del mundo.

Es su decantarse por lo mínimo, por lo pequeño, por lo intrascendente, por lo que no tiene nada de importante y sin embargo es, al mismo tiempo, lo único que importa, es este pacto de lectura tan particular lo que define la acción (o quizás la ausencia de acción) de mi preferida entre las novelas de Conti:  Alrededor de la jaula

Conti construye su historia con una exquisita mezcla de castellano clásico y coloquial, con toques de lunfardo leves y precisos como la pincelada de un maestro. Sus personajes tienen una profundidad humana que trasciende los lugares comunes que usan para expresarse.

Alrededor de la jaula es una novela que tiene magia. Pero no trucos. Magia verdadera, de la misteriosa, de la que es difícil explicar. En el transcurso de sus páginas, Milo, que empieza siendo un chico, deja la infancia para siempre, mientras se apaga la vida de Silvestre, el viejo que lo crió.  

Como en un juego de tiempos que se entrecruzan a distinta velocidad, los sucesos son muchos y son claves y sin embargo el mundo parece quieto,  igual a sí mismo: el río inmóvil, la Costanera Sur, la estatua de Viale, la fuente de Lola Mora, el paredón de la usina eléctrica, el puerto, los barcos, vuelven a pasar una y otra vez ante los ojos del lector mientras la vida y la muerte se instalan lentamente, intercambiando sus lugares. Silvestre y Milo trabajan con un par de juegos mecánicos: las hamacas voladoras y los cochecitos que giran. Y así giran sus vidas, siempre alrededor de los mismos lugares, siempre alrededor de la jaula.

Novela de iniciación, Alrededor de la jaula cuenta la historia difícil de la pérdida de la infancia. En los pocos meses en que transcurre la novela, su protagonista, Milo deja para siempre de ser un chico y sin embargo consigue sostener y retener una mirada sin contaminar, la mirada extrañada de quien no se deja limar por la costumbre: tal vez la mirada de Conti.  A través de los ojos de Milo, de su sensibilidad, el mundo de los adultos se nos presenta en todo su absurdo, sus convenciones, sus penas y disimulos.

Conti construye su historia con una exquisita mezcla de castellano clásico y coloquial, con toques de lunfardo leves y precisos como la pincelada de un maestro. Sus personajes tienen una profundidad humana que trasciende los lugares comunes que usan para expresarse.

Milo y Silvestre van todas las semanas al zoológico, para acompañar a los animales prisioneros como quien visita a un amigo en la cárcel. Y allí conocen a la mangosta que se convertirá en el centro del relato y en el símbolo de la libertad. 

No es un lugar en el museo de la literatura argentina lo que un escritor desea para su obra. Leerlo es el mejor homenaje que le podemos hacer hoy a Haroldo Conti.   

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