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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

30/03/2017

Relatos de un fotógrafo

Eduardo Longoni se propuso contar las historias escondidas detrás de las fotografías que captó con su cámara a lo largo de su carrera. Así nació Imágenes apuntadas (Editorial Planeta), que recorre desde su primera cobertura, un atentado durante la última dictadura, pasando por las Madres de Plaza de Mayo o el juicio a las juntas militares, la única vez que empañó el visor son sus lágrimas. Haroldo adelanta una de las imágenes tomada en las Islas Malvinas, cuando la lluvia se transformó en llanto.

Siempre me gustaron los libros de fotos: abrir alguno y quedarme, quizás por media hora, con la vista clavada en una misma imagen. Si se trata de un gran maestro de la fotografía, de Cartier Bresson por ejemplo, además del disfrute de apreciar su mirada trato de descubrir los secretos de la composición, la manera como construyó la imagen.

Con los años fui armando una pequeña biblioteca de libros fotográficos. Ellos y los consejos de mis colegas fueron mi escuela. De alguna manera, “estudio” abriendo los libros y pasando lentamente sus páginas. El cine y la literatura hicieron el resto. Y así fui formando mi mirada.

De los fotógrafos que me interesan leí mucho: reportajes, entrevistas, críticas. Pero varias veces sentí que me hubiera gustado, además, conocer sus vivencias en primera persona. Saber más de las circunstancias en las que apretaban el disparador; empaparme de las sensaciones más genuinas, esas que se desprenden de haber estado en el lugar (y en el momento) de los sucesos.

Así nació este libro: Imágenes Apuntadas. Los relatos de un fotógrafo. Quise contar las historias escondidas detrás de las imágenes. Desde mi primera cobertura periodística, un atentado de Montoneros durante la última dictadura, pasando por las fotografías de las Madres de Plaza de Mayo o el juicio a las juntas militares, única vez que empañé el visor de mi cámara con lágrimas.

Hay relatos de los alzamientos carapintadas, la mano de Dios de Maradona en el mundial de México, el ataque guerrillero al cuartel de La Tablada y los recuerdos que tengo de haber fotografiado a Sabato, Benedetti, Charly García y Mercedes Sosa. O al papa Francisco en su versión “de entrecasa”, cuando no era la figura máxima de la Iglesia. También comparto mi experiencia con los monjes Cartujos, la celebración en homenaje al Gauchito Gil y el día en que Estela de Carlotto recuperó el nieto 114: su nieto.

Esta es la historia de un aprendizaje. Casi toda mi vida. Los relatos de un fotógrafo. 

Eduardo Longoni

Relatos de un fotógrafo- Revista Haroldo
Información de imagen
Cementerio argentino de Darwin

Tumbas de la guerra

Decía Cartier Bresson que la cámara es como una libreta de apuntes. Los fotógrafos vamos por la vida con nuestro instrumento de capturar luces, apuntando escenas que nos interesan, caras que nos conmueven, tragedias y alegrías. Blancos y negros. Vamos por la vida con nuestro estado de ánimo, narramos con nuestra cámara, opinamos, nos emocionamos.

La guerra de Malvinas fue una guerra absurda, tal vez la más absurda de todas. Una contienda que terminó con la vida de más de 600 soldados argentinos y que dejó a cientos de excombatientes a la intemperie, con secuelas físicas y psíquicas que llevaron a muchos al suicidio.

El cementerio argentino de Darwin es un lugar triste por donde se lo mire. Las cruces están solas en medio de la nada, lejos de los afectos, arrasadas día y noche por un viento que no da tregua. Mojadas por aguaceros que se descargan con bronca.

Era mi segunda vez en Malvinas, esta vez en compañía del escritor Eduardo Belgrano Rawson, con quien trabajaba en un suplemento especial para Clarín, en conmemoración de los 25 años de la guerra. Mi intención era lograr un reportaje fotográfico en el que pudiera contar algo de la vida de los kelpers y mostrar, también, los campos de batalla. Pretendía entrelazar el presente y el pasado. La guerra y la paz. La gente que hace una vida normal en el fin de los mundos y está rodeada por escenarios de una guerra que prefiere olvidar.

Después de caminar entre restos de artillería en Monte Longdon, de encontrar lo que fue una cocina de campaña en el Tumbledown y de sentir escalofríos ante una trinchera que, en algún momento, funcionó como el refugio de un soldado argentino, llegué al cementerio de Darwin. Era un día nublado, amenazante.

Bajé de la camioneta de Patrick Watts, el guía que había conocido en mi primer viaje a las islas, y me paré a cierta distancia de las cruces. Tomé fotos durante una media hora. No encontraba el ángulo o la lente indicados. Algo pasaba. Caminé por el cementerio, di vueltas y más vueltas.

La escena en vivo y en directo me emocionaba mucho más que lo que lograba retener en la cámara. No podía transmitir mis sensaciones. No podía traducir mi ánimo ante la desolación. Seguí intentando y bajé la cámara. Encendí un cigarrillo. No creo en la inspiración divina.

Patrick se había puesto impaciente, me apuraba. A nuestro plan para ese día le faltaban varios kilómetros y si no arrancábamos nos iba a tapar la noche. Ya rumbo a la Bahía de San Carlos, lugar donde desembarcaron los ingleses, comenzó a diluviar. Yo iba con los ojos cerrados. Adormilado y con bronca por no haber logrado una foto que me gustara del cementerio.

Abrí los ojos en una frenada. Delante, el parabrisas de la camioneta estaba empapado; la luz, bajísima; la tormenta, en su máxima expresión. En ese momento se me superpusieron dos imágenes: el cementerio que había dejado atrás y la lluvia que se transformaba en llanto. Lágrimas torrenciales.

“Volvamos al cementerio”, le pedí ansioso al conductor. Llegamos y el agua caía a cántaros. Estacionamos a unos cinco metros de la cerca del cementerio, de frente a las cruces. En mi pésimo inglés le indiqué a Patrick que apagara el limpiaparabrisas. El agua se fue acumulando y las imágenes que había superpuesto en mi mente empezaron a corporizarse.

Comencé a fotografiar desde adentro de la camioneta. Veía cómo las gruesas gotas iban deformando la imagen de algunas cruces y cómo realzaban otras. Al fin pude volcar en mi cámara, convertida en libreta de apuntes, lo que sentía.

Relatos de un fotógrafo- Revista Haroldo

Imágenes apuntadas. Los relatos de un fotógrafo de Eduardo Longoni acaba de ser publicado por Editorial Planeta. Su autor ha realizado numerosos ensayos fotográficos con temas tan diversos como la vida de escritores, el mundo de la fe, las fiestas populares y la situación política y social del país. Imágenes que han sido publicadas en la prensa y en una decena de libros con su obra personal. Sus imágenes de los años de la dictadura y los turbulentos comienzos de la democracia en Argentina han sido expuestas en más de 50 países. En 2013 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo nombró Personalidad Destacada de la Cultura.

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