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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

16/08/2018

Si Evita viviera ¿sería feminista?

Hay una doble ambivalencia en su liderazgo, ejercido sin ningún cargo político, que Evita presenta en sus discursos como secundario y subalterno a Perón, su doctrina y su gestión presidencial. Sin embargo, un análisis favorecido por el tiempo transcurrido no puede sino reconocer una impronta propia en el Peronismo que no sería el mismo sin su figura. 

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Volveré y seré millones, Nora Patrich, acrílico sobre tela, 2005

Lo que puedo escribir con alguna certeza es la relación de Eva Perón con el feminismo que le era contemporáneo. Una relación paradójica, porque una de las principales manifestaciones del feminismo en el mundo occidental de los años 40 era el sufragismo. Pero Eva Perón, que organizó el Partido Peronista Femenino (PPF) y una exitosa campaña por el voto de las mujeres, se desmarcaba explícitamente del feminismo en sus discursos y en sus textos, especialmente en los últimos capítulos de La razón de mi vida.

Hay una doble ambivalencia en su liderazgo, ejercido sin ningún cargo político. Ella lo presenta en sus discursos -pero también en La razón de mi vida y en Mi mensaje- como secundario y subalterno a Perón, su doctrina y su gestión presidencial. Sin embargo, un análisis favorecido por el tiempo transcurrido no puede sino reconocer una impronta propia de Evita en el Peronismo que no sería el mismo sin su figura. Me atrevería a decir que el apogeo del Peronismo correspondió a los breves años en que Perón y Evita coconducían el movimiento, y que después de su muerte ni Perón ni el Peronismo fueron lo mismo. El hecho de que su acción se desarrollara por fuera de la política formal no empañó su importancia y le dio un mayor margen de libertad.

En sus discursos de campaña para la creación del PPF, Evita apela masivamente a las mujeres de los más diversos sectores, desde las amas de casa a las mujeres de clase obrera y media que desempeñaban trabajos remunerados; las convoca  a la participación social y política y a la lealtad al presidente Perón, antes como esposas y madres que como aspirantes a la autonomía económica y a la independencia respecto de los hombres que siempre ha sellado el discurso feminista. Pregona la abnegación y el sacrificio como virtudes femeninas y el hogar y la familia aparecen como el espacio natural de las mujeres. Propone un sueldo para las amas de casa para compatibilizar el rol de dentro el hogar y algún grado de autonomía económica. Pero, sobre todo, insiste en el sacrificio de sí y la entrega como naturaleza femenina, y lo ilustra ante todo con su entrega a Perón y a su causa.

Hay pasajes explícitamente antifeministas en sus discursos y, sobre todo, en La razón de mi vida, donde las feministas aparecen como extranjeras o como mujeres que quieren ser hombres, todos los leit motiv del sentido común antifeminista. Habla de una función sublime de los movimientos femeninos que las feministas hacen caer en el ridículo.

Ahora bien, Evita entraba en contradicción consigo misma. Ella no era un ángel del hogar, se había ido de la casa materna a los 15 años, había peleado un lugar como actriz en Buenos Aires y fue la amante de Perón antes de casarse con él; las mujeres que se adherirían a su campaña por el voto y al Partido Peronista Femenino -amas de casa, obreras, chacareras, costureras, oficinistas, maestras- la conocían por su voz en los radioteatros donde representaba a grandes mujeres de la historia. ¿Qué escuchaban en los discursos de Evita? ¿El lenguaje literal, que no se apartaba demasiado del discurso convencional sobre el rol de las mujeres? ¿O la voz de la mujer enérgica y transgresora que les hablaba como una de ellas, que avanzaba hacia sus objetivos en un mundo hostil, desafiando a la opinión ajena?   

Lo cierto es que las mujeres de clase trabajadora se vieron social y políticamente promovidas por ese sesgo en que el feminismo no podía reconocerse, garantizaron la reelección de Perón en 1952 y llegaron a constituir el tercio de los representantes en el Congreso, un hecho inédito en el país y en la región.

Esa alta proporción de mujeres en cargos de representación política desapareció con la Libertadora y no volvió al debate político sino en la década de los 90 cuando se empezaron a discutir las leyes de cupos.

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Esta paradoja en relación con el feminismo es una cuestión recurrente en nuestra historia: saltamos unos cuantos años, desde 1952, fecha de la muerte de Evita, hasta 1977, bajo la última dictadura cívico-militar. Quienes se conocerían ulteriormente como Madres de Plaza de Mayo se movilizaban ante la Casa de Gobierno como madres de… madres de los “desaparecidos”, el eufemismo con que la dictadura de la Doctrina de la Seguridad Nacional designó a los opositores, reales o supuestos, a quienes se había encargado de secuestrar, torturar y asesinar en los centros clandestinos de detención.

Entre ellas estaba Azucena Villaflor, perteneciente a una familia emblemática de la Resistencia Peronista, que reclamaba por su hijo Néstor y su nuera. Azucena sería secuestrada en la Iglesia de Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977, arrojada viva desde un avión procedente de la ESMA al Río de la Plata, que décadas después devolvería sus restos, hoy enterrados en el jardín del templo del barrio porteño de San Cristóbal.

Aparentemente, nada más ajeno al feminismo que presentarse como “madre de”; el feminismo siempre combatió esa relativización de la identidad de las mujeres, reducidas a "madre de", "hija de", "esposa de", "amante de", "hermana de"… esto es, a su relación con los miembros varones de la familia. Pero bajo la dictadura cívico-militar la maternidad era el único modo de hacer un reclamo.

Ahora bien, la lucha feminista nunca consistió en otra cosa que en sacar cuestiones del ámbito de lo privado, lo ahistórico, lo que está fuera de la razón y de la ley, para llevarlas al ámbito público; esto es, al espacio político, donde es preciso dar respuestas políticas. Hebe de Bonafini suele recordar como un momento de inflexión de su movimiento el paso adelante al que ella llama "socialización de la maternidad": las madres no buscaban a su hija o hijo, buscaban a lxs hijxs de todas. Seguramente sin saberlo, replicaban la noción de maternidad que alentaban las organizaciones revolucionarias, para quienes lxs hijxs de lxs militantes eran hijxs de todxs los integrantes de la organización, en un anticipo de su utopía social, donde todxs lxs adultxs serían responsables de todxs lxs niñxs, en contraposición con los criterios posesivos, competitivos e individualistas de las familias argentinas, cuya “normalidad” terminó predominando.

Las Madres transformaron la política y transformaron la maternidad, al hacer de la maternidad, concebida como el emblema de lo apolítico, el único motor posible de la política bajo un régimen que la prohibía.

El liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta, tiene sus confluencias y sus diferencias respecto del de Evita: a diferencia de su antecesora, la exmandataria había hecho una consistente carrera política antes de llegar a la presidencia.

Si Evita desempeñó su rol desde su condición de esposa de Perón, sin cargos políticos, CFK fue señalada por su marido Néstor Kirchner -cuando todavía era presidente- como su sucesora en la candidatura de 2007, un hecho que despertó reticencias dentro del peronismo. Difícil no asociar esas reticencias a su condición de mujer. 

CFK no era feminista. “No soy progresista, soy peronista”, dijo en Francia en plena campaña, a la pregunta de un periodista sobre si legalizaría el aborto en la Argentina en caso de llegar a la presidencia. No apoyaba, por ejemplo, la ley de cupos. En los primeros años de su gestión se la oyó decir a menudo que la igualdad entre los sexos se alcanzaría con medidas de igualdad económica y social. Pero colocó mujeres en puestos cruciales, con un criterio ajeno al de la tradicional división sexual de actividades: tuvo ministras en Seguridad, Defensa, Economía.

Solo hacia el final de su mandato empezó a deslizar conceptos que hacían pensar que había reconocido una dimensión específica de la discriminación y subalternización de las mujeres. “Vivimos en una cultura devastadora de lo femenino”, dijo alguna vez. Y también: “A las mujeres siempre nos cuesta más aparecer, ahora cuando aparecemos hacemos historia, como doña Encarnación…” (en el aniversario de la vuelta de Obligado el 20 de noviembre de 2010).

Hay una inflexión importante que trae el kirchnerismo a la tradición peronista. El ministro de Salud de Kirchner, Ginés González García -militante peronista desde los 14 años- defendió el derecho al aborto con argumentos estrictamente sanitarios. Puso en marcha la Ley de Salud Sexual y Procreación Responsable, cuya implementación se fue extendiendo gradualmente por el país, y se fue enriqueciendo conforme se avanzaba en leyes y normativas favorables a la libertad reproductiva y al reconocimiento de los casos de aborto legal, que en la mayor parte de los casos se lograron durante los gobiernos de Cristina.

Son las leyes de Educación Sexual Integral, de Parto Humanizado, Fertilización Asistida, Ligadura Tubaria, Protección Integral contra la Violencia hacia las Mujeres; la Guía de Atención de Abortos no Punibles; el Protocolo de Atención a Víctimas de Violencia Sexual; el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en 2012, que despenaliza el aborto en los casos de violación; la Asignación Universal por Hijo; la prohibición de anuncios de oferta sexual;  la reforma de la Ley de Trata, después de la escandalosa absolución de los acusados en el caso de Marita Verón; las leyes de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género. En el último año de la gestión, el ministro de Salud Daniel Gollán actualizó el Protocolo de Atención de Aborto No Punible llamándolo Interrumpción Lelgal del Embarazo, incluyendo a las personas trans. Utilizó explícitamente para los casos de riesgo de salud la concepción de la OMS, con lo cual si este protocolo se cumpliera el aborto estaría de hecho legalizado en  el país.

Me interesa registrar estos avances porque creo que no han sido suficientemente reconocidos y porque la negativa a tratar el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo bajo las gestiones de Cristina los ha ocultado o disimulado de buena o mala fe, según las interpretaciones. La paradoja es que ahora el Frente para la Victoria, incluida la expresidenta, fue unánime en la defensa del proyecto de ley, que en cambio dividió a la alianza Cambiemos precisamente en un momento en que la dividen también los graves problemas en el campo de la economía.

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Sin título, Ricardo Carpani

Quiero poner en primer plano a una líder social que no por casualidad fue la primera presa política del gobierno de Cambiemos, Milagro Sala, diputada del Parlasur, conductora de la organización social Tupac Amaru. Detenida ilegalmente desde el 16 de enero de 2016, actualmente está sometida a un cuarto juicio donde se la acusa de asociación ilícita, extorsión y fraude al Estado, en la causa conocida como “Los pibes villeros”. Componen el tribunal tres juezas no adecuadamente habilitadas para esos cargos, acusadas además de plagiar en su dictamen otro fallo perteneciente a una causa completamente diferente. Uno de los defensores, Luis Paz,  fue multado por el tribunal porque denunció la falta de capacitación de las magistradas para desempeñar su rol, y amenazado con la suspensión de su matrícula.

Milagro Sala fue excluida de la sala porque con su estilo habitual le enrostró a las juezas su falta de autoridad para juzgarla, levantó carteles en defensa de los despedidos de Telam, etc. Rechazaron todas las pruebas presentadas por la defensa a favor de los acusados. Se ha prohibido la presencia de la prensa en la sala de audiencias. Los acusados son 30 y solo se permite entrar a 16 familiares. En suma, el desquicio jurídico de la provincia de Jujuy en su esplendor.

Hace unos días Milagro se desmayó cuando almorzaba en el lugar donde cumple prisión domiciliaria, que no es su domicilio sino una suerte de cárcel individual, y fue internada en el hospital Pablo Soria. En uno de los videos que circularon durante su internación un médico interrogado sobre cuál era el cuadro de Milagro dijo: ”aparente intoxicación”. No hubo informes sobre su salud, solo impedimentos para que sus familiares, abogados y equipo de médicos lograran entrar a verla. Ella se negó a comer. A las 24 horas Milagro era llevada  a la audiencia, donde estuvo desde las 14 hasta las 2 de la mañana del día siguiente. “No sé cuánto tiempo voy a aguantar”, le dijo a una jueza.

Diputada del Parlasur y líder de la organización social Tupac Amaru, Milagro es responsable de un plan de viviendas financiado con fondos del Programa Socio Comunitario de Inclusión Social creado en 2003 por el entonces presidente Néstor Kirchner, que se transformó conforme se concretaba en una asombrosa utopía social. Una multitud de marginales, que vivían hacinados en chozas precarias sobre el río contaminado que circunda la capital jujeña San Salvador, se convirtió en un colectivo orgánico y laborioso, conciente de sus derechos, que levantaba no solo las viviendas que habitaban sino también las fábricas -una textil y una bloquera-, los centros de salud gratuitos y de alto nivel donde se atendía, las escuelas donde se educaban sus hijos y los parques acuáticos donde se distendían y disfrutaban.

Por sus circunstancias personales, Milagro pudo hacer un puente entre más de una cultura: abandonada de recién nacida, fue adoptada por un matrimonio compuesto por un camionero y una enfermera, que tenían otros cuatro hijos; abandonó enojada a su familia a los 14 años, porque no le dijeron la verdad sobre su origen; vivió en la calle, conoció el hambre, el maltrato y todos los males de la marginalidad. Así es como sabe tratar con adictos, con mujeres al mismo tiempo guerreras y golpeadas, madres desde la adolescencia, entre quienes se contaban quienes recurrían a la prostitución para sobrevivir. Identificada con sus seguidores (fueron niñxs abandonadxs, adultos marginales, buscavidas) perteneció también a otros ámbitos.

Su infancia en una familia organizada y su acceso a la política a través de su vínculo con la CTA le dieron las herramientas para dar forma a la respuesta a las necesidades desesperadas de esa población. En 2005 asistió a la ceremonia de investidura presidencial de Evo Morales a orillas del Tiahuanacu. Volvió con una nueva inspiración de orgullo indígena y ordenó levantar una copia del templo de Kalasasaya como una de las entradas al barrio de la Tupac Amaru en  Alto Comedero.

El Encuentro Nacional de Mujeres de 2006 se desarrolló en San Salvador de Jujuy. Allí la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito chocó con las pibas de la Tupac, que escuchaban con suspicacia la argumentación sobre “el derecho a decidir sobre el propio cuerpo”. Debimos comprender su desconfianza sistemática ante un vocabulario traído por profesionales y universitarias de las grandes ciudades, de donde solo les han llegado calamidades, y su defensa de la interrupción del embarazo que, viniendo de urbanas blancas,  para ellas está asociado al exterminio étnico. Pero en los barrios de la Tupac Amaru se había alterado la división sexual del trabajo, se combatía con métodos sui generis la violencia de género, las mujeres constituían las tres cuartas partes de la organización, la bloquera por ejemplo estaba dirigida por una mujer.

El odio de buena parte de la sociedad jujeña a Milagro Sala y a la Tupac pone en evidencia el racismo estructural de las sociedades de nuestra región. El delito que castiga el gobernador radical Gerardo Morales, la justicia a su servicio y la clase media jujeña es la construcción de una forma de poder popular inédita en la provincia y en el país, que amenazaba con extenderse.

Milagro, a quien se ha llamado “la Evita negra",  está muy inspirada en Eva Perón, que al volver de su gira por Europa después de haber recorrido los barrios de viviendas económicas para los más pobres, decía que las casas de los pobres se construyen con mentalidad de pobres, no para que quienes las habitan sean felices. Esa es la diferencia que se propuso Milagro.

¿Sería feminista Evita? ¿Es feminista Milagro Sala? Quién sabe. Las mujeres del pueblo recuerdan a Evita y a Perón como los líderes que les dieron dignidad; las tupaqueras y tupaqueros recuerdan del mismo modo a Milagro.

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