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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

16/10/2019

Coloquio internacional “La memoria en la encrucijada del presente”

Momento feminista

En este articulo presentado en el Conti en abril de 2019,  Castillo analiza en qué medida la política en Chile recobró un olvidado radicalismo de la mano de la revuelta feminista que irrumpió en las universidades y en el espacio público. En este sentido, la autora plantea los alcances y desafíos de este movimiento que, sin una coordinación centralizada ni un programa predefinido, logró poner en evidencia los consensos de la pospolítica y el feminismo neoconservador. 

Mayo 2018. Marchas a propósito de las tomas feministas de las Universidades

Pospolítica e ideología de género

 

La escena política que se configuró en los años ochenta del siglo pasado en torno a la “democracia de los consensos”, articulada a partir de dos bloques antagónicos en lo valórico-cultural, pero afines a un marco económico cuyo principio rector implicó la sustitución de un mercado interno industrial, por uno regido por las transacciones globales de un capital especulativo y financiero, parece estar hoy en crisis y en varios sentidos: crisis de la expansión y sustentabilidad del modelo económico, precarización laboral, migración forzada y severo daño al ecosistema global. 

No se debe contar, sin embargo, como un fracaso de este diseño político económico la elevada abstención electoral, la apatía política y el desplazamiento de la distinción izquierda y derecha. No sin razón, a esta escena se la ha caracterizado como “pospolítica”. Por el contrario, debe verse en estos rasgos de baja participación electoral y desinterés político uno de los mayores éxitos de la “democracia de los consensos”. Entre los efectos de instalación de esta escena de pactos y acuerdos democráticos puede señalarse el empobrecimiento de la política en tanto relato emancipador. La política no solo sufre una crisis de futuro al agotarse una determinada experiencia de la temporalidad identificada con la modernidad y los relatos emancipatorios, sino que ésta deviene gestión de riegos, negociación continua de acuerdos en vista de una inseguridad ontológica que se identifica con una catástrofe continua[1]. Catástrofe que hoy se asocia a expresiones como “antropoceno”, “calentamiento global” o medidas “político-ambientales”, pero que en lo esencial se piensa a partir del cálculo económico y el management. De tal modo, la razón económica neoliberal —y sus escenarios de gestión de riesgos y ganancias—, se presenta en la situación actual como la única ecopolítica capaz de mantener las condiciones de vida de la sociedad. En este escenario paradójico, queda siempre la posibilidad política de constituir en agentes de reacción a diversos “movimientos” o “sectores” de una ciudadanía despojada de una experiencia temporal de futuro. Así, por ejemplo, se podrían leer los actuales movimientos evangélicos y neoconservadores que con sus trompetas y admoniciones parecen decorar una escena de mistagogos y de fin de los tiempos.

Esta escena —que de ningún modo es nacional— expone en el presente un paisaje político polarizado en términos identitarios. Esto no quiere decir que la política de los consensos y del realismo esté en crisis. Por el contrario, mantiene su diseño esencial, aunque en un arco cuyos extremos cada vez son más radicales y antagónicos. Esta radicalidad y antagonismo no debe ser confundida con la lucha de clases, pues desde el fin del “corto siglo XX”, también adjetivado como el “siglo soviético”, los ejes disponibles para la discusión política parecen desalojar la posibilidad de presentar el debate de ideas en términos de superación del capitalismo. Es por ello que la polaridad antagónica hoy dominante se deja ver principalmente como la radicalización de tres tendencias que podemos asociar con la crisis o el agotamiento de una determinada idea de futuro: 1) el fortalecimiento de discursos neoconservadores de ultraderecha 2) la desafección política con el porvenir y 3) la sustracción o desaparición de la izquierda del escenario político. En otras palabras, la democracia de los consensos no supone solo el desplazamiento de la distinción entre izquierda y derecha como distinción dominante de la confrontación social, sino que en tanto democracia pospolítica da lugar a una crisis de futuro que favorece la radicalización de los movimientos neoconservadores de una ultra derecha política y social.

Desde el punto de vista de los diseños político electorales, la “democracia de los consensos” o “democracia pospolítica” es impensable sin una transformación radical de nuestras nociones de comunicación y publicidad. En efecto, el paso de una esfera pública nacional a una esfera pública global supone también una transformación del espacio social. Una transformación de las topologías a partir de las cuales la modernidad erigió los conceptos  de lo político y la política. Conceptos que suponen siempre a su vez una determinada noción de comunicación y de publicidad. La llamada “esfera pública global” trastoca los conceptos de soberanía, ciudadanía y democracia, pero de igual modo altera los conceptos y los espacios que solíamos identificar con lo público y lo privado, con la intimidad y la privacidad. Desde esta reconfiguración de la esfera pública global, todo lo que afecta a los sujetos puede ser hecho público. Es más, ese anhelo de existencia pública absoluta parece demandarlo la mirada de un público anónimo e íntimo que se materializa en las redes sociales. No habría que dejar de mencionar que lo que mueve la esfera pública global son los afectos, el tránsito o el estremecimiento de una inclinación fugaz, momentánea, actuada en un presente sin futuro.

De un modo pueril cada uno de estas nuevas ciudadanías del mundo global va dejando una marca de gustos y disgustos, miedos y esperanzas. Estas marcas son registradas una a una, y algorítmicamente las plataformas virtuales van constituyendo el mundo de afectos (miedos e inseguridades) que esta ciudadanía desea.

Lo que afecta no es de ningún modo solo el acontecer nacional. Los afectos se organizan en términos planetarios, en una inmensa red virtual, y sus efectos, a no dudarlo, son claramente materiales. Pienso, en este caso, en el “Bus de la libertad”, cuya trayectoria no parece ser distinta a la de la escena política que aquí relato. Este autobús de la libertad comienza su recorrido en el año 2001, con la creación de la organización ultraconservadora española “Hazte oír”. Los ejes que describen la política de “Hazte oír” son valóricos: defensa de la familia, libertad de educación y defensa de la vida humana. Temas que se vinculan a un orden “natural”. Desde el inicio lo que se deja ver es una fuerte molestia contra los acuerdos asumidos por  la Cumbre Mundial de la Mujer realizada en Beijing en 1995. En este punto, “Hazte oír” replica la posición de la Iglesia católica de rechazo a los acuerdos feministas.

Este rechazo a la cumbre de Beijing está asociado, entre otras cosas, a la introducción de la palabra “género” en la agenda global de Naciones Unidas. Siendo reducido el impacto de esta organización, y queriendo expandir su ámbito de influencia, “Hazte oír” se vincula en el año 2013 a la plataforma Citizen Go. A partir de ese momento la posición de “Hazte oír” alcanza un público de cinco continentes, con traducción a 11 idiomas. Puesta a circular en la esfera pública global, “Hazte oír” —ahora transmutada en Citizen go— incorpora a su maletín valórico una posición anti-LGTBI y anti-aborto. Con todo esto en la maleta, el “Bus de la libertad” inicia su recorrido por España, Estados Unidos, Colombia, México y Chile. Recorrido que es presentado como una cruzada contra la ideología de género.

“Momento feminista” - Revista Haroldo | 1
Mayo 2018. Marchas a propósito de las tomas feministas de las Universidades

La mención de este episodio altamente mediático no es casual. Tampoco es casual que el recurso del autobús circulando de modo “real” haya sido también el recurso utilizado por Donald Trump en su campaña electoral. De algún modo, el recurso del autobús logra poner en acción simultáneamente la idea de la circulación propia del capital financiero y de las redes sociales, el recurso al espectáculo y la vuelta a la verdad de las cosas. A pesar del uso de plataformas virtuales como elemento clave para la difusión de las políticas de ultraderecha, la posición declarada es la inversa: la política se hace en la calle, circulando en la vida de la gente. En este mismo sentido, el uso de plataformas virtuales y la información por ellas provista fue crucial en la última elección presidencial de Brasil. Según coinciden la mayoría de los análisis de campaña, Jair Bolsonaro no habría sido electo presidente de Brasil sin la existencia de las redes sociales.

Ahora bien, ¿qué tienen en común estas campañas políticas identificadas con la ultraderecha y el neoconservadurismo? En principio, al menos, se pueden señalar cuatro puntos de contacto: 1) Se diseñan y despliegan en una esfera política global, aun cuando su impacto busca ser local y nacional; 2) A pesar que su diseño es eminentemente un producto de plataformas virtuales, reclaman para sí una “vuelta” a la verdad de la política, una vuelta a la vida de la gente, a una especie de realismo juzgado desde la perspectiva de la moralidad 3) son programas políticos que se organizan desde la defensa de la identidad nacional o sexual; y 4) han descrito como su otro antagónico la “ideología de género”.

Me detendré en este último punto. El feminismo no ha sido amigo de las derechas conservadoras, salvo cuando por feminismo se ha entendido política de mujeres. Y más estrictamente, cuando la política de mujeres se define a partir de la complementariedad de los sexos. Este feminismo busca hacer obligatoriamente compatibles la vida doméstica/privada (crianza y maternidad) con la presencia de las mujeres en la esfera pública, cuya agenda política incorpora hoy los temas del emprendimiento, la superación de la brecha salarial y la igualdad de oportunidades. No es casual, por ejemplo, que en Chile, a comienzos del siglo XX, sea el Partido Conservador uno de los primeros partidos que vindica los derechos políticos de las mujeres. El supuesto de esta alianza no es otro que aquel que afirma que “las buenas mujeres” votan por los hombres buenos de derecha. Este feminismo, amigo de la caridad, la beneficencia y la filantropía, debe enfrentarse desde un comienzo a las acciones de un feminismo radical. De ahí la necesidad que siempre ha tenido la derecha conservadora de trazar un límite en política de mujeres: se debe oponer el buen feminismo de la diferencia de los sexos (complementaria y reproductiva) a los malos feminismos que llaman a las mujeres a desertar del ideal doméstico o a borrar la distinción de los sexos.

Esta definición y práctica conservadora del feminismo ha vuelto hoy a tener tribuna en Chile. Las mujeres de derecha no tienen problemas con identificarse como feministas, siempre y cuando el feminismo sea una política de igualdad de derechos, entendiendo “derechos” de una manera restringida. Estas mujeres de la elite y feministas han sido privilegiadas, adineradas, católicas, conservadoras, liberales, de derecha y ahora neoliberales.

Su feminismo ha sido, sin duda, uno conservador. Un feminismo cuya principal definición es aquello de “política de mujeres”. Desde esta definición se establece una distinción tajante y clara. A las mujeres de la elite les asusta la confusión. Hay hombres y mujeres. El feminismo conservador es heteronormado. De ahí se colige que el lugar de las mujeres es la maternidad y la reproducción. Habría que decir que este feminismo conservador no debutó en Chile con los dichos de la Ministra del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, o con las declaraciones de la presidenta de algún partido de ultra derecha, tras la marcha del 8 de marzo del presente año. No solo ahora, ya a comienzos de siglo XX, por ejemplo, las mujeres de la elite sabían detectar los movimientos antinaturales de algunos “feminismos”, malos por cierto. Feminismos que desafiaban el orden natural de las “cosas”. Estas feministas malas abominaban de la “sana y natural distinción de los sexos”. Estas feministas malas eran populares, trabajadoras, anarquistas y de izquierda. ¿Sabemos de sus historias? Poco, o nada. De lo que sabemos es del feminismo conservador, de sus nombres y genealogías.

La izquierda feminista en Chile que ha ingresado al espacio de la política institucional y parlamentaria ha quedado atrapada por este límite trazado por la derecha conservadora. Así ha sido desde la vuelta de la democracia en los años noventa. Es por esta razón que en el ámbito de las políticas redistributivas de democracia consensual la palabra “género” ha fue traducida casi sin pensar por “mujer”, y las “políticas de género” por “políticas de mujeres”. Lengua perfecta, a partir de la cual la izquierda feminista pone en marcha una política de empoderamiento de las mujeres —vía bonos y créditos—  enmarcada en una economía de libre mercado. La derecha neoconservadora, convertida en derecha neoliberal (y por esto, en ultraderecha), esperaba así tranquila su turno en la alternancia democrática, sabiendo que en la izquierda feminista todavía había mujeres y de las buenas. Incluso más, podía calcular beneficios inesperados de estas políticas de reconocimiento y redistribución, en tanto su objetivo primordial no era otro que el constituir a las mujeres en agentes de microcréditos y endeudamiento. No hay que olvidar que los sectores sociales vinculados a derecha neoconservadora y neoliberal en Chile son dueños de los medios de producción y de la banca.

Este estado postpolítico, propio de la democracia de los acuerdos, encuentra un punto de interrupción en la revuelta feminista. Revuelta que ha logrado poner en evidencia, en un novedoso esquema global y nacional, los consensos de la pospolítica y el feminismo neoconservador. A continuación me detendré en la revuelta feminista que tomó lugar en mayo del año pasado en Chile.

 

La revuelta feminista

 

En parte a un cálculo y en parte a la historia del movimiento estudiantil, la fecha de inicio de las movilizaciones en las universidades en Chile es el mes de mayo. Es habitual que las movilizaciones sean lideradas por las federaciones de estudiantes que si bien representan al conjunto de la universidad también representan a sectores políticos determinados. Es habitual también que la política, a pesar de cuotas, cupos y discriminación positiva, siga siendo un terreno de hombres. Es habitual, por último, que las estrategias estudiantiles vayan en la siguiente progresión: demanda, paralización y toma. El mayo pasado fue distinto.

A cincuenta años del mayo del 68 francés, esta revuelta estudiantil fue feminista en Chile. La conducción de la movilización fue liderada por mujeres, quienes se declararon feministas e incluso en algunas universidades el signo fue el “separatismo”. Esto es, la política universitaria tomada sólo por mujeres y para mujeres.

De algún modo, esta revuelta feminista da cuenta de la transformación de la universidad chilena. La universidad republicana, como sabemos, es masculina en su organización e institucionalidad, no sabe de mujeres a pesar que en esa exclusión prescriba roles, funciones y lugares para cada uno de los sexos. Sin embargo, a partir de los años ochenta con el diseño neoliberal adoptado con la Constitución de 1980, la universidad republicana transforma de manera rápida y eficiente el mérito por excelencia, el trabajo universitario por índices de productividad e impacto y la gratuidad por endeudamiento. Es este marco neoliberal el que acompaña el ingreso masivo de las mujeres chilenas al espacio universitario estatal y privado tanto a nivel del estudiantado como a nivel de docencia.

No obstante, este paso desde el republicanismo al neoliberalismo mantiene intacta la organización institucional masculina de la universidad. De ahí que la universidad en Chile sea hoy neoliberal y androcéntrica. Esta institucionalidad masculina es una de las cosas que visibilizó la revuelta feminista que se inicia en el mes de mayo del año recién pasado. Desde la perspectiva organizacional debe ser advertido que de las 27 universidades públicas y estatales chilenas sólo una es dirigida por una mujer. A partir de este dato —de ningún modo al margen— nos podemos imaginar el grado de invisibilidad del trabajo de las docentes, la dificultad de ellas para acceder a cargos de dirección y, por lo tanto, la permanente reproducción de un orden sexista.

Desde la perspectiva de la reproducción del conocimiento, es importante mencionar que los saberes que las diversas disciplinas portan al describirse —una y otra vez— desde la neutralidad y abstracción no hacen sino que traer a escena —una y otra vez— el cuerpo de la universidad que fundara Andrés Bello allá por el año 1843: un cuerpo abstracto y universal, pero que se particulariza masculinamente[2]. De alguna manera, el “separatismo feminista” respondió en los mismos términos al “separatismo masculino” que de antiguo ha dirigido a la universidad chilena.     

Contra el pronóstico del desencanto y la apatía neoliberal, la política en Chile recobró un olvidado radicalismo de la mano de un feminismo lejano de las moderadas políticas de mujeres de las cuales tuvimos noticia con la vuelta de la democracia a partir de los años noventa. El feminismo se tomó las universidades y el espacio público. Por casi dos meses fuimos parte de la vorágine de la revuelta feminista. Los medios de comunicación se hicieron presentes con despachos diarios, reportajes de toda índole que buscaban mostrar el mundo de las “mujeres”. En las universidades, a pesar de las tomas, se organizaron innumerables charlas en los campus. Y, por primera vez, luego de muchos años, el feminismo apareció en foros y conversaciones en centros comunales y regionales, en organizaciones sindicales y hasta en los partidos políticos[3].

“Momento feminista” - Revista Haroldo | 2

Mayo 2018. Marchas a propósito de las tomas feministas de las Universidades

Nadie se quedó al margen del debate que generó el feminismo. Los medios de comunicación masiva, en especial los matinales, intentaron enmarcar el feminismo como “una cosa de mujeres”, el viejo y buen feminismo de “todas las mujeres”. Una portada de revista de espectáculos y moda no queriendo quedarse atrás, y quizás no entendiendo mucho de lo que se trataba, calzó a cinco hombres del espectáculo con tacones[4]. La empatía hacia el feminismo como “cosas de mujeres” estaba en todas partes y de modos insospechados. En algún momento todas las mujeres, incluso mujeres de derecha sin ninguna vocación por la igualdad, se declaraban alegremente feministas. El propio Gobierno de Derecha de Sebastián Piñera se vio forzado a tomar una posición frente a la movilización feminista. Esta posición no tardó en llegar con la “Agenda mujer”, un conjunto de 12 puntos con los que el Gobierno se comprometía a mejorar las oportunidades de las mujeres y acabar con todas las discriminaciones que las afectan[5]. El enmarque de esta propuesta no fue otro que el neoconservadurismo y el neoliberalismo[6].

Sin duda, la mejor palabra para nombrar a esta irrupción feminista es la de “revuelta”. Sin una coordinación centralizada, el feminismo que se tomó nuestra cotidianidad volvió visible el orden patriarcal que inadvertidamente se reproducía en casi todo ámbito de cosas. Una vez visibilizada una injusticia de índole sexista aparecía otra y luego otra. Sin una dirección única o un programa predefinido, la revuelta feminista actúo a la manera de un contagio, de ahí la agitación y desorden que se propagaron desde el problema del acoso sexual en las universidades, la construcción androcéntrica del saber, las genealogías del feminismo chileno y la posibilidad de un feminismo socialista. En no más de dos meses se pusieron en escena dos siglos de debates y disputas de los feminismos locales y metropolitanos, neoliberales y socialistas. 

A pesar de la multiplicidad de espacios tocados por la movilización feminista, la revuelta tuvo como detonante la respuesta moderada otorgada por algunas universidades frente a denuncias realizadas contra académicos por acoso sexual. Esta génesis da pistas del accionar de la revuelta feminista. Distinta a otras movilizaciones estudiantiles cuyo signo es la progresión en las estrategias de presión, la revuelta feminista opta por la forma de la “ocupación” de los planteles universitarios desde el inicio.

La revuelta es una agitación, un desorden. La revuelta, en su movimiento, trastoca órdenes y sentidos. Lo que estaba de un lado, queda del otro, lo que estaba oculto se vuelve visible. Si la revuelta es feminista —como la que ha tenido lugar en el mes de mayo—, el orden trastocado es el patriarcal, volviendo visible los modos en que las instituciones reproducen un sistema social androcéntrico.

Así ha ocurrido en Chile. Esta revuelta feminista ha tomado lugar, principalmente, en las universidades tanto públicas como privadas. Esta revuelta no sólo ha tomado lugar sino que se ha tomado el lugar. De manera inédita para la protesta feminista, esta revuelta de mayo ha optado como estrategia política la “toma”. Entonces, esta revuelta feminista agita el espacio de lo “en común” de manera doble. Primero, interpela a las instituciones universitarias en lo que en éstas inercialmente reproduce el patriarcado en las formas del acoso sexual y la educación sexista; y segundo, interviene la propia lógica de la protesta política al volver claro que su cuerpo no ha sido otro que el de la universalidad masculina. La revuelta feminista, entonces, insospechadamente se toma, al mismo tiempo, el lugar de la universidad y la política de la subversión.  

Tras la agitación de la revuelta feminista se evidencia la urgencia de los cambios para transformar el androcentrismo que la universidad promueve —y que despliega en la sociedad toda. Tales cambios tendrían que ir, por ejemplo, en dirección de posibilitar institucionalmente políticas paritarias en la contratación tanto de docentes como de personal administrativo. Establecer listas paritarias para la elección de cargos de dirección en todas las instancias. En el nivel de las carreras, escuelas o departamentos se deberían incorporar líneas de trabajo e investigación feminista (en el amplio sentido de la palabra) que deslean crítica e intencionadamente el corpus textual que las disciplinas portan.

Estos cambios tendrían que repensar el vínculo entre universidad, docencia e investigación. Toda vez que la formación universitaria no está desconectada de los modos en que se hace investigación, que, como sabemos hoy, se describe en términos de productividad, impacto y competencia. Su formato es el paper y su modo de circulación es la indexación, nombre para la acumulación y venta de datos. Si queremos cambiar el signo androcéntrico que la universidad promueve: ¿no tendríamos que cuestionar, y profundamente, este remozado "positivismo" del modelo de producción de conocimiento actual?

Es por lo anterior que transformar el signo androcéntrico con el que se crean y reproducen conocimientos en la universidad no implica sólo la creación de oficinas de transversalidad de género que de tan arriba en la estructura de las universidades no llegan a enterarse de lo que ocurre en las disciplinas. Tampoco la transformación del androcentrismo ocurrirá sólo con la incorporación de un curso obligatorio de "género" en cada una de las mallas disciplinares; un curso de género que de tan general y poco intencionado, en cuanto a los saberes que las disciplinas portan, puede terminar siendo la mejor respuesta en términos de una "medida" curricular, pero ineficaz en vistas de la transformación del androcentrismo.

Las dos medidas anteriores dejan intactas las perspectivas con las que el saber universitario se presenta como un saber "universalista" y, por ello, lejano de la diferencia de los sexos. Sin embargo, lo sabemos, en esa abstracción universalista se sigue reproduciendo un orden donde hay un solo sexo, el masculino. De ahí que repensar la universidad pase por (im)pensar sus perspectivas, categorías, cánones y formatos de publicación entre otros muchos aspectos.

Es por lo anterior que me gustaría afirmar que la “letra” nunca es secundaria o parasitaria a un orden de dominio. Si lo que buscamos es interrumpir el androcentrismo que la universidad promueve es necesario cambiar el modo en que entendemos y describimos la "política" (su tiempo, su cuerpo, sus urgencias) y los modos en que ésta “escribe” su historia. Para pensar la universidad desdibujando los márgenes del androcentrismo se debe escribir otra historia, otras historias. Para ello es crucial pensar cuál es el tiempo del feminismo y cómo éste se escribe.

Este tiempo no es de ningún modo el de las historias nacionales. El tiempo del feminismo rehúye de la línea recta, de cierta autocomprensión moderna del futuro. La rectitud de la cronología devora los días y las horas de las vidas que no son parte de la cuenta del orden dominante. El tiempo del feminismo es otro. Es uno que se enuncia en presente. No es el tiempo del monumento. Es un tiempo cuya insistencia está puesta aquí y ahora porque es aquí y ahora en que se vive en una vida injusta. Es desde un hoy en el que vemos vulnerados nuestros derechos, en el que no somos parte del orden de lo visible. Entonces, es urgente afirmar otro tiempo que en la insistencia del presente busque hacer visible gestos, experiencias, dolores y cuerpos que se han ido quedando en los márgenes de los libros de historia. Ese tiempo no es otro que el tiempo del feminismo cuya forma de medida no es la progresión de la línea recta sino que la inclinación y la retrospección. Salir de sí —de lo que nos sujeta— para ir tras lo indicios de esas historias y prácticas que han hecho posibles otros cuerpos para la política, por más que estos cuerpos quieran ser retraducidos por el mismo orden que los niega.



*Alejandra Castillo es Dra. en Filosofía por la Universidad de Chile y Directora del Diplomado en Estudios Feministas de la Universidad ARCIS

“Momento feminista" - Revista Haroldo | 3

Judith Butler, Rita Segato, Estela de Carlotto, Nelly Richard y Leonor Arfuch fueron algunxs de lxs destacadxs investigadorxs y referentes que participaron del Coloquio Internacional La memoria en la encrucijada del presente.
El problema de la justicia presentado junto al Consorcio Internacional de Programas de Teoría Crítica de la Universidad de Berkeley (California) en abril de 2019. 
Todas las conferencias están disponibles en el Canal de Youtube del Conti

 

Notas

  • [1] De una amplia bibliografía, cito solo dos textos de referencia de la discusión actual: Niklas Luhmann, “La descripción del futuro”, Complejidad y modernidad: De la unidad a la diferencia, Madrid, Trotta, 1998, pp. 155-166; Isabelle Stengers, En tiempos de catástrofes. Cómo resistir la barbarie que viene, Madrid, Ned ediciones, 2017. 
  • [2] Alejandra Castillo, “Lo sencillo, lo doble, la Universidad”, Enrahonar: An International Journal of Theorethical and Practical Reason, núm. 60, Universidad Autónoma de  Barcelona, 2018, pp. 29-39.
  • [3] Para un panorama de esta revuelta, véase, Faride Zerán (ed.), Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcado, Santiago de Chile, LOM, 2018.
  • [4] Revista Caras, especial hombres, año 31, junio 01, 2018.
  • [5] “Piñera firma instructivo de 12 puntos sobre equidad de género” en Diario La Tercera online, 23 de Mayo de 2018
  • [6] Alejandra Castillo, “El feminismo en el espejo del neoliberalismo” en Antígona Feminista

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