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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

21/05/2020

Una familia ferroviaria que aún busca a su nieto

La historia de la familia de Juana Colayago y Egidio Battistiol, desaparecidxs por el terrorismo de Estado, a través de la voz de sus hijas Flavia y Lorena, quienes aún buscan a su hermano o hermana nacida en cautiverio e intentan reconstruir lo ocurrido con sus padres. Cómo afecta la pandemia del COVID-19 a la lucha por la restitución de la identidad.

Juana, Egidio y su beba Flavia,  1974.
Foto: Abuelas de Plaza de Mayo

Egidio llegaba desde Boulogne y Juana desde José León Suárez, a la fábrica de champú Washlam, en la localidad de Villa Bosch. Ahí se conocieron, donde trabajaban buena parte de ambas familias: Juana con sus dos hermanos; Egidio con su padre.

Desde un primer momento, Egidio quedó prendido de la belleza de Juana y le tiró los galgos, pero ella no le daba bola.

- ¿Pero cómo le dijiste que no? - le dijo una de sus compañeras a Juana.

- Tiene ojos claros, es lindo el petiso - le dijo otra.

Parece que eso bastó para que Juana posara sus ojos en “El Tano”, y se enamorara perdidamente.

El Tano era efectivamente eso, tano. Había nacido el 17 de julio de 1948 en Frascati, un pueblo a treinta kilómetros de Roma, en Italia. De niño, se vino a la Argentina con su familia. Juana tampoco era oriunda de la provincia de Buenos Aires, había llegado desde Tucumán con diez años. Junto a sus padres -“La Negra” María Ángela Lescano y “El Pila” Segundo Colayago- y sus hermanos, arribaron desde Juan Bautista Alberdi a José León Suárez para probar suerte. Juana era la mayor de los hijos de La Negra y el Pila, así que de inmediato se puso a colaborar con la familia para agrandar la casa y asentarse. Así terminó trabajando en Washlam, donde conoció a Egidio. En 1972, se casaron y armaron su hogar en Boulogne.

En 1974 el padre de Egidio, Artemio Battistiol, murió de un infarto en la fábrica de champú. El shock llevó a Egidio a buscar otro futuro laboral y comenzó a trabajar como ferroviario. Su madre, Elvira Landoni, cansada y triste, murió al año siguiente.

La familia de Egidio y Juana comenzó a crecer. Flavia nació el 4 de abril de 1974 y Lorena el 16 de septiembre de 1976, ambas en la maternidad de San Isidro. Para entonces Egidio ya se había volcado a la actividad sindical en una Unidad Básica de Boulogne y trabajaba en el Ferrocarril Mitre, en los galpones de la estación José León Suárez.

 

Las desapariciones

Después del golpe de Estado de 1976, Egidio trabajaba en los talleres ferroviarios en el turno noche y durante el día manejaba una camioneta de los Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA) para llevar unos pesos más a su casa, que se había ampliado en el número de integrantes. Allí también se había mudado su hermana Ema junto a su hija Sandra, de 13 años.

La noche del 30 de agosto de 1977, Egidio estaba trabajando. Cuando el grupo de tareas llegó a la casa de Luis María Campos, no lo encontraron. Pero decidieron esperarlo.

Entraron a la casa, rompiendo la puerta. Flavia busca en el fondo de la memoria. Recuerda muchos gritos de parte de ellos y gritos de miedo por parte de su prima y su tía. ¿Y su madre? ¿Qué hacía su madre? Flavia no lo recuerda.

“Después los empiezo a ver caminar por toda la casa a algunos, y otros sentados alrededor de la mesa de la cocina, la única que teníamos. Luego comienza un momento de calma en la que me veo acostada con mi mamá y Lore, mi mamá en el medio, y nos abraza. Creo que me volví a dormir”.

El operativo represivo que llevaron adelante duró desde las 23.30 hs del 30, hasta las 6 de la madrugada del 31 de agosto, cuando Egidio regresó a su hogar. “Me vuelvo a despertar con los gritos de mi prima y veo que la agarran entre dos, porque ella se movía y gritaba ‘a mi tío no, a mi tío no’. Algo pasaba que yo desde donde estaba no alcanzaba a ver, pero ella sí”, reflexiona sobre el recuerdo de sus tres años. Luego llega el desenlace que atesora, borrando todo lo que lo rodea, para guardar la última mirada de su madre: “Después nos sacan a todos de la casa y veo que los suben a un auto y mi mamá me saluda con la mano. Ya desde ese momento hay como un blanco que no sé qué pasó con nosotras, hasta que me veo en la comisaría con mi abuela”.

El operativo no sólo se llevó a Egidio y Juana. Ese día también secuestraron a la tía Ema y a su prima Sandra Mosori, a quienes liberaron a los pocos días, como testigos del horror del que era capaz la dictadura. Flavia y Lorena fueron dejadas en lo de una vecina. “Lo que pude reconstruir es que fue casi como lo recuerdo, cambia quizá lo que cuenta la vecina que vio cuando nos sacaron. Ella dice que nos subieron al auto, pero que después nos bajaron y nos dejaron en la casa de ella, que nos aceptó, no con mucho agrado. Pero no fueron muchas horas, ya que pasó una tía mía por la casa y ahí se enteró de todo lo que había pasado. Buscó a mi abuela con la que llegamos a la comisaría”.

Al día siguiente, María Ángela Lescano, la Negra, inició la búsqueda de su hija, su yerno, la hermana de Egidio y de la prima de sus nietas. A Sandra y Ema las liberaron a los cinco días. Por sus relatos, que fueron surgiendo a cuentagotas, pudieron reconstruir que el lugar del secuestro fue Campo de Mayo.

María Ángela recorría comisarías, tribunales. Lorena y Flavia recuerdan que llegó a ir hasta la cárcel de Olmos, cerca de La Plata. Abuelas de Plaza de Mayo no existía aún, por eso la Negra primero se contactó con Madres de Plaza de Mayo. A ellas entregó la primera denuncia sobre la desaparición de Egidio y Juana embarazada de seis meses. Mirta Baravalle y Raquel Marizcurrena, quienes luego se convertirían en las Madres fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, llevaban su caso, ellas también buscaban a sus nietos nacidos en cautiverio. Se juntaban las que eran de la zona, Mirta de Villa Ballester, la abuela de Lorena y Flavia de Suárez, Raquel Marizcurrena de Acassuso, entonces iban y volvían juntas, de Capital a Gran Buenos Aires. Con la conformación de Abuelas, la Negra también se sumó a la asociación destinada a la búsqueda de nietos y nietas desaparecidos por el terrorismo de Estado.

 

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Juana Matilde Colayago de Battistiol y Egidio Battistiol.
Foto: Abuelas de Plaza de Mayo.

La reconstrucción familiar

En 1998 Abuelas de Plaza de Mayo inició un proyecto de reconstrucción biográfica de las parejas desaparecidas, a través de entrevistas a familiares, compañeros de militancia y amigos de la infancia de los papás y mamás de los chicos que buscaban, con la intención de poder entregar ese acervo documental cuando fueran restituidos. Ese proyecto, denominado Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo, fue ideado por un grupo de nietas restituidas y otras que buscaban a sus hermanos. Hoy es uno de los archivos de testimonios más grandes de Latinoamérica, con un total de 2150 entrevistas en su haber. Lorena y Flavia fueron convocadas para reconstruir la historia de su familia. Allí tuvieron un contacto más cercano con Abuelas de Plaza de Mayo. La abuela María Ángela era quien monopolizaba ese terreno, asistía a las Asambleas anuales, aunque por entonces, cada vez le costaban más esos viajes a Capital. Por eso, comenzó a ir con sus nietas. Ahí Flavia y Lorena conocieron a Mariana Pérez, la nieta de Rosa Roisinblit, la vicepresidenta de Abuelas.

-¿De dónde eran tu viejo y tu vieja? - les preguntó Mariana.

-No, no vas a encontrar nada, porque de mi viejo no se sabe nada - le respondió Flavia.

Libros en mano, Mariana empezó a encontrar algunos datos, establecer relaciones y pensar lugares en donde seguir rastreando información. Sólo en esa primera charla Flavia pudo confirmar que su papá había tenido una militancia ferroviaria y que integraba Montoneros zona Norte. Fue como un click. Flavia sintió que Mariana sabía más de Egidio que ella misma. Tenía que ponerse a investigar, a saber quién era su viejo, quién era su vieja.

Flavia para entonces ya se había casado. Lorena había regresado de un viaje hacia el origen de su origen, en Tucumán. Vivió nueve meses en el pueblo natal de su madre y sus abuelos. “Me hizo bien haberme ido a Tucumán entre el 98 y el 99. Ahí maduré, me tenía que cocinar, tenía que administrar la guita que había llevado, tenía que buscar un nuevo trabajo. Imaginá que mi abuela nos hacía hasta el desayuno y no nos lo traía a la cama de casualidad”, recuerda. La vuelta de ese viaje la trajo decidida a conectarse con la historia de sus padres, la búsqueda de su hermano, con su historia. Tenía que contactarse con Abuelas. Y una coincidencia la ayudó: comenzó a trabajar la zona de Chacarita, cerca de la antigua sede de la Asociación en avenida Corrientes 3284. Buscó las cartas que recibía su abuela para ir a las asambleas y un día salió del trabajo, se tomó el subte línea B y se bajó en la estación Agüero. Tocó el timbre y bajó a abrirle Abel Madariaga, un padre que integra la Asociación y encontró a su hijo en 2010.

-Hola, qué tal busco a Mariana Pérez- le dijo.

Mariana no estaba.

Lorena agarró un papel donde improvisadamente anotó el número de teléfono de la casa de su abuela donde aún vivía, para garantizar el contacto.

Mariana la llamó al otro día. “En ese primer contacto, me contó que había encontrado a su hermano, habrá sido 2000, y eso fue re motivador”. En 2001, Lorena empezó a colaborar por las tardes en el Archivo Biográfico Familiar y ese fue el inicio de una reconstrucción familiar, pero también colectiva que recién hoy puede dimensionar.

En 2016, Lorena fue la primera hermana de un nieto buscado en integrar la comisión Directiva de Abuelas de Plaza de Mayo y hoy es una de las nietas referente de la institución y su búsqueda. Flavia, que actualmente es vicepresidenta del Concejo Deliberante de Escobar, se sumó en 2003 al Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo, hasta que se volcó a la militancia política, primero como directora de derechos humanos de Escobar y luego fue dos veces electa concejal del distrito.

 

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 Leonardo Fossati, Lorena Battistiol y Manuel Goncalves Granada (nietxs y miembrxs de la Comisión Directiva de Abuelas) en el acto homenaje por los 40 años de Abuelas de Plaza de Mayo en el Centro Cultural Kirchner, octubre de 2017.
Foto: Eva Chevallier Boutell

La caída de los ferroviarios

El Archivo Biográfico Familiar no sólo sirvió para desarrollar un relato completo y minucioso sobre la historia de vida de las parejas desaparecidas, destinado a las nietas y nietos restituidos, sino que en muchos casos los testimonios logrados en esas entrevistas, permitieron acceder a información que se convirtió en prueba para posteriores juicios de lesa humanidad. Es el caso de Ema y Sandra, la tía y la prima de Flavia y Lorena que compartieron cautiverio durante cinco días con Juana y Egidio y el resto de “los ferroviarios”. La misma noche del secuestro de Juana y Egidio, ya en la madrugada del 31 de agosto, se llevaron a otros dos compañeros de Egidio de los talleres de José León Suárez: Enrique Montarce y Rubén Catnich, a sus esposas las secuestraron en sus domicilios. El 1° de septiembre se sucedieron otros secuestros, de los ferroviarios de la Línea Belgrano Norte. Entre todos esos casos había otras dos embarazadas: Leonor Landaburu y Rosa Nusbaum. “Sandra había hecho algunas declaraciones en el ochenta y pico pero después se olvidó. Cuando va a hacer la entrevista para el Archivo Biográfico Familiar, todo lo que dice no lo había dicho nunca en ningún lugar y además es tremendo”, recuerda Lorena, que pudo acompañar la reconstrucción de la historia de sus padres, y con ello contribuir a reconstruir la caída de los ferroviarios del taller de José León Suarez.

En ese hurgar en la memoria familiar, también conocieron el testimonio de Ema, el único que confirmó el nacimiento del bebé de Leonor “Noni” Landaburu y robusteció la teoría de la caída colectiva de los obreros ferroviarios. Ema, a principios de los 80, contó a la familia Landaburu que al poco tiempo de llegar a Campo de Mayo a Leonor le habían agarrado dolores de contracciones, que se la llevaron y después volvió sin la panza. Noni estaba de licencia porque tenía un embarazo de riesgo. “En 2001 yo estaba en lo de mi abuela y me llama María Esther Landaburu, la hermana de Leonor. Me hablaba como si yo debiera conocerla, pero yo no sabía bien quién era. Ella retoma conmigo lo que a principios de los 80 había hecho con mi tía Ema. Ese mismo día vinieron ella y Roberto, su otro hermano, a lo de mi abuela y de ahí nos fuimos a lo de mi tía con quien hacía un tiempo estábamos distanciadas. Le caímos esa noche, pero ella ya estaba muy enferma y no pudo confirmar nada”, recuerda Lorena.

Con esos primeros indicios y la puesta en contacto con otros familiares de desaparecidos ferroviarios desde el Archivo Biográfico Familiar, Lorena pudo reconstruir la caída de los ferroviarios y con ello empezó a juntar las pruebas para el juicio. En 2003 ya se habían anulado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que aceleraron la reapertura de los juicios que investigan los crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado. Pero para su juicio debieron esperar casi 20 años más.

La caída de los ferroviarios comenzó el 30 de agosto de 1977, a las 23.30 en la casa de los Battistiol Colayago. El operativo concluyó a las 6 de la madrugada del día siguiente, cuando la patota se dirigió a los talleres de la estación de José León Suárez. De allí se llevaron a Enrique Montarce y Rubén Catnich, a la tarde secuestraron a sus compañeras de sus domicilios a las 16 a Iris Beatriz Pereyra de Montarce, y a las 20.30 a Leonor “Noni” Landaburu de Catnich, embarazada de ocho meses. Esa misma madrugada también en Boulogne secuestraron a Enrique Horacio Gómez y a su mujer Nilda Acosta en el Barrio “Los Perales”. A las 3 de la madrugada le llegó el turno a Héctor Pablo Noroña, que fue detenido con su compañera Esther Nieve y sus dos hijas, Mirta y Claudia, también en su casa. A las 5:45 los represores cayeron en el domicilio de Carlos Moreno y se lo llevaron con su compañera María Aurora Bustos y sus hijas Adriana y Liliana. El 1° de septiembre por la tarde se produjo otro operativo en los talleres de la estación Boulogne y se llevaron a Carlos Raúl Parra, a su compañera la fueron a buscar a la casa.

Nilda Acosta, Esther Nieves y sus hijas Mirta y Claudia y las hijas de Carlos Moreno y María Bustos, fueron liberadas, junto a Ema y Sandra, a los cinco días del secuestro. Justo cuando se inició otra redada sobre los obreros ferroviarios. El 5 de septiembre Oscar Benito Ríos fue secuestrado en un bar en la zona de Boulogne, y a Juan Carlos Barrionuevo lo detuvieron en su domicilio de Ituzaingó. Al día siguiente fue el turno de Rosa Ana Irina Nusbaum, embarazada de seis meses; la secuestraron en la estación Florida de Olivos, su compañero Mariano Iturruza había sido asesinado 1° de marzo de ese año en la vía pública, en San Justo, partido de La Matanza. Todos estos casos de trabajadores ferroviarios desaparecidos y llevados en un principio a Campo de Mayo, finalmente conformaron un único caso en la Mega Causa de Campo de Mayo que se inició en abril de 2019.

 

El juicio

La causa se empezó a armar de a poco. Lorena recuerda que editando una entrevista de su familia, cuando ya estaba trabajando oficialmente para el Archivo Biográfico, encontró un dato sobre las hijas de Carlos Moreno, que fueron liberadas junto a su tía Ema y su prima Sandra. Ellas quizá pudieran confirmar lo que a su tía y a su prima se les volvía insoportable recordar. Por entonces, Lorena ya estaba participando de la Comisión de Campo de Mayo Zona Norte, esa multiplicidad de espacios de militancia que florecieron con el avance del proceso de justicia. Los familiares se agrupaban para reunir pruebas que ayudaran a acelerar los juicios que finalmente se reabrían, después de años de impunidad. Cerca de 2006, conoció a Stella Segado, que se desempeñaba como investigadora en el Archivo CONADEP de la Subsecretaría de Derechos Humanos, dependiente del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación.

-Apareció este apellido, me gustaría saber quiénes son esas chicas- le consultó Lorena a Stella.
Necesitaba saber si existía alguna vinculación con su caso.

Juntas encontraron un testimonio que daba cuenta de la desaparición de Moreno, que coincidía porque la fecha de desaparición era al día siguiente, y habían ido a Campo de Mayo. “Entendimos que el padre de esta piba había estado con mis viejos, además vivía muy cerca de casa”. Stella tenía los datos de la familia denunciante. Los únicos vivos eran las dos chicas, Adriana y Liliana, y un hermano mayor. Un contacto fue llevando a otro, ellas las contactaron con la familia Noroña, que a su vez conocían a los Parra. “Ahí medio como que se empezó a abrir. Nosotras ya teníamos contacto con los Landaburu y a través de ellos con los Montarce”. Luego llegó la fuente oficial, un documento encontrado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). “Era como una especie de organigrama, un registro que había armado un milico arrepentido. Ahí estaba mi papá como “El Tanito”, “El Sanjuanino”, que es Landaburu; “Quique”, que es Montarce; y había un par más que no los habíamos podido identificar”, reconstruye Lorena. Cada entrevista les iba brindando nuevas informaciones, un relato coral que permitía entender la trama represiva y hacia dónde apuntar las responsabilidades. Con el tiempo lograron identificar a todos los nombres “de ese organigrama de la milicia”, como aparecía denominado por las fuerzas armadas. “El último creo que apareció el día que nos entregaron los legajos de los ferroviarios desaparecidos, era el hermano de un desaparecido que venía de Agronomía, en 2016”.

Un nuevo juicio por los crímenes cometidos en dictadura en Campo de Mayo se inició en abril de 2019, donde uno de los casos se agrupó como “Los ferroviarios”. Carolina Villella es abogada querellante representante de Lorena y Flavia y el resto de los casos vinculados a Abuelas de Plaza de Mayo. “Con respecto a la organización de los casos, tiene diversos criterios que están vinculados con grupos familiares, o con las fechas de las caídas o con algunos ejes temáticos, como por ejemplo vuelos de la muerte, ferroviarios, Mercedes Benz, o contraofensiva, que fueron agrupadas en función de un hecho o porque las víctimas se encontraban vinculadas entre sí. En el caso de ferroviarios, son todos trabajadores ferroviarios y sus respectivas familias. Esto se fue reconstruyendo y agregando paulatinamente los casos que se fueron conociendo que respondían a estos criterios”, explica.

Esta nueva megacausa Campo de Mayo es conocida también como la causa Riveros, que tramita en el Juzgado Federal N°2 de San Martín. El objeto de investigación son todos los hechos que ocurrieron dentro de la Zona de Defensa IV, e incluye a víctimas que fueron secuestradas dentro de la zona o víctimas que fueron secuestradas en otras zonas pero que después fueron llevadas a centros clandestinos de esa zona, como por ejemplo Campo de Mayo.

Se trata de un juicio muy extenso que debió suspenderse por la feria decretada en el marco del aislamiento social obligatorio y se reanudará la semana próxima, el 27 de mayo, de manera virtual. Al cierre de esta nota, el Tribunal Federal de San Martín definía el protocolo para la reanudación de la mega cauda en “modo pandemia”.

Lorena no quiere perder la ilusión de poder tener un proceso de justicia con acompañamiento social. “Me encantaría que se resuelva a sala llena, como lo hacíamos antes, con todos los cohetazos, esa sería mi manera. Pero está todo el tema de los tiempos, la cuestión de las edades y esas cosas”, piensa y se angustia: “Mi tía Mercedes Colayago ya había entrado en cuarentena el 10 de marzo, por la edad, porque tiene 67, porque tuvo cáncer, todas esas cosas. Ella ya me había dicho que no iba a declarar, entonces pensé, mejor que vino esta pandemia y vamos a reposar, y que cuando recomience sea con toda la fuerza y en una nueva normalidad, más o menos acompañados, pero no así”. La responsabilidad la agobia, piensa que le hubiera gustado poder repartir los recuerdos entre varias. Ema ya falleció, y la situación de salud de la tía Mercedes Colayago que acompañó a la abuela María Ángela en la búsqueda, es delicada.

Flavia también forma parte de la querella y asegura que se embarcó en esta lucha porque quiere justicia, pero a veces siente que es algo más allá de eso: “Es sentarse en ese lugar y reivindicarlos como padres, como amigos, cómo fueron como hermanos ya que los dos tenían dos hermanos más. Porque más allá de que sean militantes y que hayan sido desaparecidos por cuestiones políticas, también fueron desaparecidos por tener empatía con el otro”.

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Lorena y Flavia Battistiol en la sentencia del segundo juicio por los crímenes cometidos en el CCD Campo de Mayo.
El caso de sus padres no fue incluido.
2010. 
Foto: Abuelas de Plaza de Mayo.

        El hermano, la hermana, que falta

Los abuelos "El Pila" y "La Negra" desde el primer momento buscaron a Juana, Egidio y el niño o niña que debió nacer a fines de noviembre de 1977. Segundo murió el 6 de diciembre de 2012, sin poder abrazar a su nieto o nieta. La Negra sigue esperando, aunque el cuerpo ya está cansado y la mente un poco olvidadiza. Flavia y Lorena asumieron esta lucha con compromiso apasionado de italianas, fuerza tucumana y mucho amor por ese hermano o hermana que aún esperan. “Seguimos la búsqueda, esperando. Va llegar cuando esté preparado/a”, plantea Flavia. Quiere que aparezca cuando busque saber de dónde viene. Sabe que no se va a poder recuperar el tiempo, pero prefiere que sea cuando él quiera. Y construir de ese momento para adelante.

Lorena asiste diariamente a Abuelas y confiesa que desde hace poco tiempo también se le sumó el miedo, en parte por la pandemia del coronavirus. “El miedo no es a no encontrarlo nunca, porque sabemos que eso es una realidad, sino a encontrarlo fallecido/a. Fallecido/a con hijos/as no sería tan doloroso. Espero que no sea de esos/as que no quieren tener hijos/as. Que la tanada que lleve dentro le haya hecho procrear abundantemente. Nosotros/as somos muy de la mesa larga y llena de comida”, dice.

A la a búsqueda se han ido sumando sus hijas e hijos, que las acompañan en cada actividad de Abuelas de Plaza de Mayo, pero también hacen memoria en sus propios espacios. “Hablamos en el colegio, con mis amigos, y cuando surge el tema. Para ellos es como algo súper sorprendente y chocante, te hacen un montón de preguntas”, cuenta la hija mayor de Lorena, Kiara, de 13 años.

En 2019, Kiara, su hermano Juan y su prima Juana, acompañaron a su mamá y su tía al inicio del juicio que esperaron 42 años. Entonces Kiara tuvo otra oportunidad para contar a sus amigos sobre el pasado reciente, tan reciente en su familia, que aún buscan a su tío o tía desaparecida con vida. “Siempre tienen demasiadas dudas y me terminan preguntando un montón de cosas”, cuenta Kiara, que a los tres años indagaba a su mamá si podría encontrar a su tío en el jardín. De eso se trata la búsqueda de un desaparecido con vida, una ausencia siempre presente.

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