22/03/2020
Buscar nuestra historia. Formar nuestra realidad
Por Ezequiel Yrurtia
En mis oídos escucho una y otra vez la historia de lo que les pasó a mi viejo y a mi tía después de que desapareciera mi abuela. Lo escucho así, paso a paso y medio entrecortado para poder desgrabarlo, como separando cada partecita, cada duda, cada risa nerviosa que tapa lo que podría llegar a doler todo el resto del día.
“Y ahí… bueno era julio así que en julio siempre es de noche”
Era de noche, ellos salieron desde la Unidad Básica en Villa Urquiza y se tomaron el tren hasta Del Viso, donde la suerte no mejoró ni un poco.
“...yo estaba descalza y creo que ahí terminé de cagarme el oído, porque me cagué de frío mal…”
Y mi tía estaba descalza… yo creo que con el miedo que debió haber sentido esa nena de 10 años mientras despertaba a todos los compañeros que estaban acostados, se debe haber dado cuenta recién al pisar el hierro frío de las vías de que le faltaban los zapatos.
Yo nací exactamente 20 años más tarde, en el 97. Ni enterado de lo que había pasado. De parte de mi madre, me malcriaban dos abuelos cariñosos por demás, uno mecánico jubilado y otra ama de casa. Al parecer no hacía falta más, no me acuerdo cuándo fue la primera vez que le pregunté a mis viejos lo que había sido de los otros dos. Tampoco sé si ellos se acuerdan. Me lo imagino a mi viejo ensayando para decirme todo eso que pensó durante los últimos veintipico de años… ¡Al pedo! Me imagino que muchas preguntas no le hice, y tampoco creo que haya entendido bien sus respuestas. Él siempre tuvo la manía de esconderse entre profundas e intrincadas reflexiones. Y me la imagino a mi vieja, aparentando un aire moralista apaciguado, intentando explicarme que a mi abuela se la habían llevado los militares (porque hace veintipico de años en Argentina hubo una dictadura, ¿viste?) Y que mi abuelo vive en Francia con su esposa, que conoció en Italia, más o menos cuando pasó eso de la dictadura.
En algún momento me animé a preguntarle un poco más en detalle, quería saber más, o tal vez era mi viejo el que aprovechaba tiempos a solas conmigo para pasarme un poquito de todo eso que le venía pesando adentro. Me empezó a contar del momento en el que se la llevaron, debíamos haber estado caminando por Martínez, porque me acuerdo que cuando me describió la pizzería de Munro donde la secuestraron, yo me la figuré bien nítida, sentada en una de las mesitas que da a la ventana de ese café de Yrirgoyen y Arenales. Aún hoy me la imagino ahí, cagándose de risa con Román (que me lo imaginaba rubio de ojos azules y medio flaco). Después también estaba Armando y Bea, pero se ve que cuando ellos entraron en la historia yo ya me había distraído porque la mesita de Martínez que me imaginaba era solo para dos.
Y tal vez, ahora que lo pienso, el tiempo que pasábamos a solas nos llevó alguna vez a que me compartiera la anécdota de la estancia La Cautiva. La escucho de a poco mientras la transcribo, escucho los silencios, el pájaro de fondo. Y veo claro el recuerdo como una película de lo que me imaginaba de chiquito.
En el audio, mi viejo dice que mi abuela llevaba a Alicia en la cintura. Así se llama mi hermana (en referencia a mi abuela) y en realidad era a Virginia, mi tía, a quien mi abuela llevaba en brazos. Y lo dijo así, como gritándole en la cara: ¿!cómo vas a llevar a tu hija!?
En los recreos le contaba la historia a mis compañeritos para ver qué me decían ellos. Tampoco me acuerdo lo que me decían, ni lo que pensaba yo en ese momento.
Y pasaron varios años, yo fui creciendo y en el colegio me enseñaron que el golpe de Estado había sido el 24 de marzo de 1976 y que, igual que en muchos otros países de América Latina, habían secuestrado a un montón de personas, las torturaban y después los tiraban de los aviones. Y yo todavía seguía sin entender bien para qué…
A esas alturas yo tenía 18 y ni siquiera estaba del todo seguro del nombre de mi abuela. Cada vez que quería pensar o contar algo sobre ella, tenía que acudir a mi viejo. No saber su nombre ya se sentía como una falta de respeto. Cuando me decía su nombre yo hacía un esfuerzo enorme por no olvidármelo. Además, mi abuela tenía dos nombres: Alicia, su nombre real que coincide con el de mi hermana, y Silvia, su pseudónimo montonero, que en mi cabeza siempre resonaba parecido a Sofía, el nombre de una compañerita del secundario y el de mi bisabuela, (sí, en ese orden).
Un día estaba yendo a trabajar después de haberme encontrado con una amiga cerca del Hospital Militar, me subí al 59 y me senté en el asiento del fondo. De pronto me llegó un mensaje de mi viejo, ni “hola” decía, solo había un archivo PDF que llevaba escrito “Declaración…”.
Adentro estaba escrita la declaración de la última persona que vio con vida a mi abuela afuera de Campo de Mayo: un médico del Hospital de Olivos al que el grupo de tareas usó para curarle una profunda herida en la muñeca derecha a mi abuela. Además de la congoja que produjo leer el nombre del secuestrador, se me clavaron como dos púas las comillas que citaban a mi abuela:
“no te voy a decir mi nombre, por favor matame”
Ni siquiera fue el contenido, que describe mejor que nada el estado en el que se encontraba ella, sino que fueron las comillas, esas comillas fueron lo más real, lo más cercano que tuve a poder escucharla hasta ese momento.
El piso de goma del colectivo parecía perder forma mientras pasaba el resto del viaje leyendo una y otra vez las tres escuetas páginas de la declaración del médico.
Yo creo que fue en ese momento cuando me di cuenta de lo poco que sabía de ella, de su historia y, por ende, de la historia de mi familia, de mi viejo, de mi tía, de la mitad de mi familia que se formó exactamente a partir de esa misma historia.
Ya pasaron tres años de eso, a partir de ese momento no paré de preguntar; principalmente el último año, con la excusa de mi tesis, fui organizando “entrevistas” con toda la gente que me pudiera contar algo. Pregunté, pregunté y pregunté. Pregunté todo lo que se me cruzaba por la cabeza, no me conformé con una respuesta que no terminaba de entender, me enfoqué en entender la historia en su profundidad. Conocí a sus ex compañeros, recolecté anécdotas divertidas y algunas no tanto, fui buscando más comillas, más texturas, más detalles.
Sólo podemos aprender de la historia que recordamos, de la que podemos hablar y discutir. Y para mí, no solo significó buscar de la historia su aspecto, sus rarezas y sus anécdotas, sino también preguntarme por cómo se sintió al transitarla. Tal vez para los que buscamos, la memoria es esa sensación que nos ayuda a estar un poquito más cerca.
* Recreación de una historia familiar. Un nieto interroga acerca de un pasado no vivido es el título de una instalación realizada por el fotógrafo y artista Ezequiel Yrurtia, nieto de una abuela desaparecida durante la última dictadura cívico-militar. La instalación se expuso en Museo Sitio de Memoria ESMA entre diciembre de 2019 y febrero de este año. En julio podrá visitarse en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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