25/03/2020
A 43 años del asesinato y desaparición de Rodolfo Walsh
ANCLA: una forma de hacer política a través de la escritura
Por Lucila Pagliai
A mediados de 1976 comenzó a funcionar ANCLA, la Agencia de Noticias Clandestina conducida por Rodolfo Walsh en un contexto de bloqueo informativo por parte de la Junta Militar.
Lucila Paglai, una de sus integrantes junto a Lila Pastoriza y Carlos Aznares, describe en este artículo algunos aspectos sobresalientes de aquella práctica periodística, poniendo en diálogo esta experiencia con la historia de la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar publicada por Walsh en 1977.
En el marco de la compleja realidad nacional e internacional, y el modo irresponsable, efectista y banalizado con que se produce y circula en distintos soportes gran parte de la información actual, me parece importante hablar nuevamente sobre algunos aspectos sobresalientes de la experiencia ANCLA y de nuestra práctica de aquellos años, motorizada y conducida por Rodolfo Walsh. Se trata de insistir en mostrar una forma de hacer política a través de la escritura, cuyo acierto en una época de cerco, represión, ocultamientos y pérdidas brutales fue dar una respuesta necesaria, posible y políticamente eficaz, destinada a intervenir en la nueva realidad con otra voz, informada, denunciante y como tal acusatoria.
Rodolfo Walsh era ante todo un escritor. Amaba y creía en la palabra como instrumento para la acción política, pero también como trabajo de escritura que produce una literatura de la incomodidad. Aunque sabido, es interesante recordar que con la mira puesta en generar un hecho público de impacto en el primer aniversario del “Proceso de Reorganización Nacional”, Walsh apela nuevamente a la escritura y -optando por un formato de ensayo que reconoce su modelo en las célebres catilinarias- redacta la Carta de un escritor a la Junta Militar, y la firma con su nombre después de varios años de haber fundido su escritura en el colectivo de la militancia.
De eso voy a hablar brevemente aquí, a través de la historia de la Carta puesta en diálogo con la Agencia de Noticias Clandestina / ANCLA que Walsh había diseñado y venía conduciendo desde junio de 1976.
La Carta se distribuyó de modo artesanal siguiendo el mismo protocolo de seguridad que los cables de ANCLA, tuvo una trayectoria difícil dentro de la Organización Montoneros, y su circulación se vio fuertemente limitada por la situación represiva del país. El impacto irradiante de su recepción posterior ya en democracia, se liga a una historia de la Carta y de su autor donde se escamotean algunos datos que empañarían la figura -construida post facto- de un intelectual sacrificado por la valentía de un acto de escritura que desafió la violencia aberrante del poder.
Como marco a estas cuestiones, es importante recordar las circunstancias que rodearon al Golpe militar del 24 de marzo de 1976. Lo que la sociedad civil –y en parte también las organizaciones armadas– esperaban de la nueva Junta Militar era una ruptura institucional tal vez más endurecida en el discurso y en las acciones represivas inmediatas pero cualitativamente semejante, en intenciones, metodología y objetivos estratégicos, a los Golpes que venían produciéndose en el país desde 1930.
Superando tempranamente estas evaluaciones, Rodolfo Walsh hace la siguiente caracterización del “Proceso de Reorganización Nacional”: no sólo las organizaciones armadas, sino toda la sociedad se enfrentaba a una maquinaria enemiga nueva y sin límites que superaba todo lo imaginable de otros golpes militares; las transformaciones socioeconómicas y políticas que se proponían implantar en el país iban a ser brutales, sine die, y los métodos también.
A dos meses del Golpe militar del 24 de marzo, nace ANCLA impulsada por Walsh. Los primeros despachos son de junio de ese año, y se extienden hasta setiembre de 1977, llegando a producir en ese tiempo cerca de 200 cables. Constituida en la modalidad agencia de noticias, deliberadamente separada de la prensa partidista montonera, ANCLA se creó en el seno de un proyecto político colectivo, fue un arma de combate puesta en diálogo con esa realidad peculiar y sus interlocutores potenciales.
En el contexto del bloqueo informativo de la Junta Militar y de ataques devastadores a la estructura de la Organización y del miedo omnímodo instalado en la sociedad, Walsh logró diseñar y conducir dentro de la estructura de Montoneros un ámbito específico para la Agencia, integrado por tres militantes que venían trabajando con él en el Sector Informaciones: Lila Pastoriza, Carlos Aznárez y Lucila Pagliai. A ese grupo, se sumó el periodista del Cronista comercial Eduardo Suárez, secuestrado y desaparecido con su compañera poco tiempo después, en agosto de 1976.
En esa suerte de Secretaría de Redacción, artesanal y móvil según los avatares de la represión, comenzamos a trabajar con un proyecto político comunicacional apoyado en tres ejes irrenunciables: información veraz y rigurosa, cuidado y búsqueda de eficacia en el lenguaje, respeto por la inteligencia crítica del destinatario (amigo o enemigo). Ya con el nombre que ideó para una Agencia de noticias clandestina, Walsh daba una lección inaugural de ética periodística en la línea de la contrainformación: al mismo tiempo que la sigla ANCLA condensaba fielmente el nombre de la Agencia desplegado, generaría desconcierto entre las Fuerzas Armadas (¿quiénes hacían esta Agencia? ¿quiénes les proporcionaban la información que publicaban? ¿sería una nueva forma de rivalidad entre Servicios?).
En la lectura de los cables conservados emerge a la superficie del texto el objetivo político primario de ANCLA: perforar el bloqueo informativo para dar voz a los silenciados por el terrorismo de Estado; denunciar las penurias crecientes a las que era sometido el pueblo; mostrar diversas formas de resistencia frente a la violencia y el avasallamiento; difundir ataques a medios de prensa y actos de censura a manifestaciones culturales; señalar desconfianzas y controversias entre las filas militares; poner sobre el tapete complicidades, negociados y rapiñas de las Fuerzas Armadas y sus socios civiles en el desguace del país.
Walsh enseñaba que el grueso de la información es pública y está publicada: había que buscar y saber leer, discriminar entre lo real y lo aparente, entre lo verosímil a indagar y la operación de prensa (y sus autores), para producir y difundir en el formato cable información confiable. Otras dos fuentes fundamentales fueron las escuchas de las frecuencias policiales y militares, y los informantes clave con que cada uno de nosotros se encontraba periódicamente. La Agencia contaba además con diversos colaboradores que por distintas vías acercaban información calificada o informes especiales. Gran parte de la información sensible y cotidiana, estaba en la base de la sociedad donde se mueve la militancia, y lo importante era lograr canales orgánicos aceitados para que esa información llegase rápidamente hasta la Agencia a través de distintas vías y modalidades.
La información de diverso tipo que llegaba a la Mesa de ANCLA era analizada y comentada en equipo con parámetros de ponderación de Inteligencia que Walsh nos había enseñado a manejar, para establecer la mayor o menor confiabilidad del transmisor de la información y su cercanía al hecho o a la fuente, y redactar el cable con las formas de lenguaje que dieran cuenta al lector de esas circunstancias.
Los cables de ANCLA llegaban puntualmente a las redacciones de los diarios del país y a las corresponsalías extranjeras, aunque nunca se publicaron en la Argentina como tales, sí en algunos diarios europeos importantes. El listado de destinatarios abarcaba un espectro significativo para informar a los que informan: periodistas, intelectuales, científicos, personalidades de la cultura, políticos, integrantes de las Fuerzas Armadas, empresarios, religiosos, contactos clave en el país y en el exterior. Como es notorio, se trataba de llegar a un público restringido, habituado al manejo de información calificada y con capacidad de ingresarla en el circuito diseminador de la oralidad, como adhesión, rechazo o simple comentario neutro.
Los tiempos de ANCLA (como todos los de la militancia de esa época y de gran parte del cuerpo social) fueron intensos, vertiginosos y violentos. Como ya adelanté, en agosto de 1976 es secuestrado y desaparecido el cuarto integrante de la Agencia, el periodista Eduardo Suárez; en marzo de 1977, un grupo de tareas de la ESMA rodea y asesina a Rodolfo Walsh; en vista del creciente cerco sobre la Agencia, los tres sobreviventes de la Mesa de Redacción acordamos la necesidad de sacar ANCLA al exterior, y en mayo de 1977, Carlos Aznárez y yo salimos del país a la espera de Lila Pastoriza que permanece aquí para terminar de aceitar la red de fuentes y el envío de la información; un mes después, en junio de 1977, Lila es secuestrada por un grupo de tareas de la ESMA. ANCLA se silencia temporariamente hasta que entre agosto y setiembre de 1977, Horacio Verbitsky logra reiniciar los despachos de la Agencia con el apoyo de la compañera de Walsh, Lilia Ferreyra, y del periodista Luis Guagnini, que poco tiempo después también es secuestrado y desaparecido. ANCLA se silencia definitivamente y Lilia Ferreyra sale del país.
Mirado a la distancia, a veces aún para los que participamos en su construcción, resulta sorprendente que, en esas circunstancias tan adversas y con ese accionar artesanal, la información que logró manejar ANCLA resultó lo más parecido a la verdad que se ocultaba. Un pasaje por los primeros despachos de la Agencia muestra que a pocos meses del Golpe ya se podía conocer qué estaba pasando en la Argentina, qué clase de “Reorganización nacional” se proponía consolidar el “Proceso” en la economía, la sociedad y la cultura del país, y por qué necesitaba el terrorismo de Estado para imponerla.
Los cables que produjo la Agencia a lo largo de 1976 y los primeros meses de 1977 hablan de lo que Walsh inscribe en la Carta de un escritor a la Junta Militar como información acusatoria, constituyéndose en intertextos de su “catilinaria”: muestran que ya entonces se sabía que la metodología de captura era el secuestro de los militantes, los opositores y sus allegados con el objetivo de diseminar la certeza paralizante de que cualquiera podía ser culpable; que no eran hechos aislados, que había un plan sistemático y registros pormenorizados; que había indicios de que a los “desparecidos” se los llevaba a dependencias militares y policiales que funcionaban como improvisados campos de concentración; que numerosos cadáveres aparecían en las playas arrojados desde aviones y también en lagos interiores; que en las Fuerzas Armadas había fuertes discusiones internas con el país como botín de guerra (salvo en la decisión de acabar con la subversión y en el terrorismo de Estado como metodología del aniquilamiento); que había beneficiarios y complicidades extra castrenses que los nutrían y los apoyaban; que el saqueo planificado del país y la condena de su pueblo al empobrecimiento mostraban cifras irremontables por generaciones.
En la misma línea que se había propuesto ANCLA, Walsh se plantea y escribe la Carta como una estrategia de operación política dentro de la Organización. Según ha relatado Lilia Ferreyra, interlocutora privilegiada de sus últimos diez años, Walsh argumenta ante su responsable de ese momento (Haidar, sobreviviente de Trelew, más tarde también él asesinado), la eficacia de que sea él, Walsh, apelando a su condición de escritor que siempre opinó públicamente, el que firme la Carta y no Montoneros. No sin tensiones, los mandos superiores terminan aceptando la propuesta.
El 25 de marzo de 1977 a la mañana, Rodolfo y Lilia Ferreyra se despiden: Walsh va a encontrarse en una cita con un subordinado al que no veía desde hacía un tiempo, mientras Lilia se encarga de distribuir copias de la Carta en diversos buzones de la ciudad. El resto es conocido: Rodolfo, al llegar a la cita, fue emboscado y asesinado por un grupo de tareas de la ESMA y aún se desconoce la localización de su cadáver.
Como ya adelanté, hay algo que recorta a Walsh de otros combatientes caídos o desaparecidos, también escritores como Haroldo Conti o su gran amigo Paco Urondo, con una vida pública anterior reconocida: su fama extendida y creciente como escritor comprometido. Mi hipótesis es que la Carta –fechada el día anterior a la emboscada que lo llevó a la muerte– ha contribuido centralmente a la construcción y a la perduración sostenida de esa figura admirada por públicos diversos, en un imaginario colectivo atravesado por la célebre frase “bárbaros las ideas no se matan” que Sarmiento inscribe en el Facundo; una figura que, desbrozada de ideologizaciones y construcciones míticas, trae al espacio de la discusión social otra cuestión incómoda: la del papel del intelectual en la política, sobre todo en tiempos acuciantes.
Creo que a Walsh le gustaría saber que esa imagen del intelectual crítico que creó con las operaciones de enunciación que montó en la Carta, en su momento funcionó. Pero los que transitamos con él sus años finales de militante revolucionario sabemos que a Walsh también le habría gustado desenmascarar el mito cuando ya no fuese necesario: que se supiese que su último acto de escritura pública fue un acto político encuadrado en un proyecto transformador de largo aliento al que había entregado su vida mucho antes.
Compartir