Saltar a contenido principal

Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

22/12/2020

Exilios

“Espero no tener que irme nunca más de acá”

Para marzo del 2017, lxs trabajadores del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti organizamos una muestra gráfica que se llamó “Exilios. Memorias del terrorismo de Estado”. La entrevista a Marcelo “Nono” Frondizi fue parte de una serie de testimonios que conformó la voz colectiva de la diáspora. Miembro de una familia con una fuerte tradición política e intelectual, a comienzos de los ´70, y hasta su exilio a fines de 1976, fue parte del peronismo revolucionario.  Fue militante histórico de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) y miembro de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). El Nono falleció el 23 de junio del 2018 a los 68 años.

 

 

Para marzo del 2017, lxs trabajadores del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti organizamos una muestra gráfica que se llamó “Exilios. Memorias del terrorismo de Estado”. La entrevista a Marcelo “Nono” Frondizi fue parte de una serie de testimonios que conformó la voz colectiva de la diáspora. El Nono falleció el 23 de junio del 2018 a los 68 años.

Miembro de una familia con una fuerte tradición política e intelectual, sus tíos fueron Arturo Frondizi (Presidente de la Nación entre 1958 y 1962), Risieri Frondizi (Rector de la Universidad de Buenos Aires) y Silvio Frondizi (reconocido intelectual marxista, fundador del grupo Praxis y del Movimiento de Izquierda Revolucionario ­-MIR-). A comienzos de los ´70, y hasta su exilio a fines de 1976, fue parte del peronismo revolucionario.  Militante histórico de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) y miembro de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA).

En esta entrevista, el Nono cuenta su vida en la política (“milito desde que tengo 14 años”), el asesinato de su hermano mellizo Diego y de Manuel Belloni en marzo de 1971 (“en medio de ese dolor terrible, cabeza funcionando, con un amigo limpiamos toda mi casa”), el asesinato de Silvio Frondizi y Luis Mendiburu por parte de la Triple A en 1974 (“tenía todas las balas en la cabeza”), su exilio (“no éramos conscientes de lo que estaba pasando y de lo que iba a pasar”) y su regreso a la Argentina (“me preguntó si iba a volver a ser delegado y yo le dije que si me eligen los trabajadores, sí”).

 

Venta callejera. El Nono junto a Federico Finger. Venecia. Italia. Marzo 1977.

 

Yo siempre milité en ATE

 

Nosotros salimos a fines del 76. Habíamos manifestado diferencias con nuestra organización política, donde militábamos. Básicamente con el tema del militarismo y, también, otra diferencia importante fue con el tema de la CGT en la resistencia, que nosotros no estábamos de acuerdo. Pero, sinceramente, no teníamos un planteo alternativo, sentíamos que no estábamos de acuerdo. Ahí nos fuimos un significativo segmento de compañeros que eran de ATE. Yo siempre milité en ATE. Primero en la Federación Gráfica Bonaerense. Mi oficio es tipógrafo. Hasta que no pude entrar más a ningún taller, porque estaba muy quemado, a pesar de que era muy joven. Milito desde que tengo 14 años. Entonces después entré a los talleres protegidos y soy afiliado desde 1970. Fui elegido como secretario general de la Comisión Interna de los Talleres protegidos del Hospital Borda. Después, en el 73, nos expulsan de ATE por pertenecer a una agrupación que se llamaba Organización en Lucha, que era una agrupación opositora al jorvathismo, a Jorvath y Antizano y después nosotros nos incorporamos a la Juventud Trabajadora Peronista. 

El día del golpe yo bajo al taller y digo “bueno compañeros hay que hacer una asamblea, tenemos que salir a pelear contra el golpe”. Me agarraron los compañeros y me dijeron: “¿sabes que tenes que hacer? Irte.” 

Finalmente caen unos compañeros que conocían mi casa y con la que era mi mujer, la madre de mis hijos, nos fuimos a la casa de otro compañero y a partir de ahí empezamos a pensar qué hacer. Al final nos fuimos los cuatro. El compañero que me alojó es un amigo del alma mío. Tomamos la decisión de salir del país.  

Nuestras compañeras no tenían antecedentes, entonces sacaron el pasaporte sin problema. Nosotros no sabíamos qué hacer, entonces mi hermana me sugirió que fuera a ver a un tipo que era ex policía que trabajaba en una de las empresas vinculadas a Massi (un ingeniero amigo de la familia y con conexiones). Después me enteré que había sido el chofer de Perón, que lo había llevado a la cañonera. Lo vamos a ver y le explicamos más o menos la situación. Mucho no se podía explicar. Se da cuenta y nos pregunta si tenemos miedo de quedar pegados; le contestamos que sí. Nos ayuda y, entonces, en medio de ese quilombo nosotros fuimos y sacamos los pasaportes. Mi hermana me dice “ustedes no vayan a buscar los pasaportes, los voy a buscar yo, al despacho de una empresa”. El tipo la llama a Susana y le dice “señora ¿su hermano y el amigo están en Argentina?”. Y mi hermana, lúcida, le dice que estamos en Uruguay. “Dígales que no vuelvan, están buscados”. Después de eso montamos un operativo para salir. Salimos en barco. Tenía 25 años. No éramos conscientes de lo que estaba pasando y de lo que iba a pasar. Entonces nos bajamos en Montevideo. Fuimos a comprar cigarrillos, una locura. En Santos bajamos, en Río de Janeiro, bajamos. Me acuerdo que fuimos a comer a la Garota de Ipanema. Teníamos idea, pero no (de) la dimensión de los hijos de puta estos. Llegamos a Portugal, bajamos en Lisboa y de ahí nos fuimos a Nápoles donde nos esperaba mi hermano mayor. Cuando llegamos me contó que una semana después que salí me fue a buscar el ejército a la casa de mi vieja. Cortaron las dos calles con tanqueta. Me dijo que estaba vivo de pedo. Por suerte a mi vieja la habíamos sacado de esa casa, vivía con mi hermana. 

 

“Esta era mi casa en el exilio en Italia. Es en un pueblo de campesinos llamado Morlupo, camino a Viterbo. Muchos artistas italianos tenían su casa allí. Muchos exiliados chilenos y argentinos vivían allí en aquella época.” Marcelo "Nono" Frondizi (2017)

 

 

Cosas que van marcando caminos

 

Mi familia pierde a Diego, mi hermano mellizo. Lo matan en combate, con Manolo Belloni, el 8 de marzo del 71. Después matan a Silvio y a Luis, a Silvio Frondizi y a Luis Mendiburu. Más adelante lo matan al compañero de una prima por el lado de los Faggionato, Gastón Goncalves. Lo mata Patti.

 

 

La muerte de Diego

 

Me acuerdo que el día antes, viernes o sábado, nos vimos con mi hermano Diego. 

En esa época tenía un taxi, aparte del laburo. Entonces tenía que llevar el auto para que lo revisaran y aprovecho para pasar por lo de mi vieja. Cuando estoy ahí suena el teléfono, levanto el tubo y me preguntan si era la familia tal, les contestó que sí. 

- ¿Usted es familiar de Diego Ruy Frondizi? 

- Sí, soy el hermano. 

- Bueno, soy periodista y le tengo que decir que su hermano murió. 

- ¿Cómo murió?

- Sí, tuvo un enfrentamiento con la policía, él y un muchacho más, fueron asesinados. 

 

Mi vieja iba a contestar ella, pero me pide que lo haga yo, porque “seguro Diego asaltó un banco”. “No mamá, para un poco, le contesté”. 

Cuando colgué el teléfono, mi vieja me preguntó qué pasó y yo le dije que nada. Salí a la calle y llamé desde un público a este amigo con el cual salí de la Argentina (Federico Finger). Le dije: “Fede: lo mataron a Diego, pásame a buscar”. Entonces fuimos a limpiar mi casa. En medio de ese dolor terrible, cabeza funcionando, con mi amigo limpiamos toda mi casa. Yo vuelvo a la casa de mi vieja y ahí me meten en cana. Me llevan a Coordinación Federal, me tienen una noche ahí en una celda tubo. Me interrogan, yo me hago el boludo. Digo que no hablaba con mi hermano sobre lo que hacía y que no conocía a Belloni. Que yo sólo jugaba al rugby. Me devuelven a la celda. Después a la noche me bajan de nuevo, me sentó el mismo tipo y me dijo; “bueno, le voy a creer la historia”. Creo que ahí Arturo tuvo algo que ver, porque el jefe de la policía era desarrollista y correntino. Ahí salgo y yo pensé: “estos me largan ahora y me secuestran en la puerta”. Pero la secretaria de Arturo, que era también una correntina, que era una máquina, me estaba esperando en la puerta. Ahí zafé y la primera noche la dormí en la casa de unos compañeros de mi hermano mayor. Me acuerdo, como si fuera ahora, que me vino a hacer un reportaje María Cristina Verrier, la mujer de Dardo (Cabo). Ahí estuve un par de días y después fui a casa de un desarrollista y estuve como un mes. Pero empezaron a aparecer los carteles de la FAP, éramos muy parecidos, éramos mellizos. Entonces el grupo en el que yo estaba me dice que tenía que desaparecer por lo menos un tiempo y la verdad que esa gente se portó muy bien conmigo, fue muy solidaria. 

 

 

La muerte de Silvio

 

Estaba atendiendo una fábrica en Morón y me voy a tomar una ginebra con un compañero. Me compro La Razón y veo “asesinan a Silvio Frondizi”. Salí rajando a lo de Silvio, llegué y todo era un desastre. Fuimos con Arturo, Risieri, mi hermano mayor y el hijo de Risieri a reconocer el cadáver. Tenía todas las balas en la cabeza. Recuperamos el cuerpo e hicimos el velatorio en la UTN. Hablé en nombre de la familia. Después, cuando íbamos llevando el féretro, en Córdoba y Ángel Gallardo, nos paró la cana. Venía una columna grande de gente detrás nuestro, entonces nos dijeron que bajáramos los carteles. Estaban Risieri, mi hermano Jorge y yo. Había un helicóptero. Nos gritaban: “¡Bajen los carteles, bajen los carteles!”, Entonces escucho por la Motorola que una voz dice “procedan” y cuando avanzamos empiezan a tirarnos balazos de goma, palos y en el marco de todo ese quilombo nos roban los cajones, se los lleva la cana. En la bóveda de la familia en la Chacarita estaban Diego y mi viejo y entonces nosotros queríamos llevar a Silvio y a Luis ahí. Cuando vamos a la Chacarita, averiguamos dónde estaban los féretros y fuimos a buscarlos. Lo vemos al intendente y el cana lo quería apretar y él dijo: “voy a acompañar a la familia para que puedan dejar los féretros en paz, así que señores retírense”. Nos dejaron pasar y terminamos de hacer eso y nos empezaron a cagar a palos de nuevo. Son cosas que van marcando caminos. 

 

     

Marcelo Frondizi junto a Silvia Susana Serrano embarazada de María. Italia. 1977.

 

Italia y aprender a sobrevivir

 

Primero fuimos a Italia, estuvimos un año, ahí nació María. Nos anotamos en la Dante Alighieri con Susana, que era mi compañera y llegó un momento en que no podíamos pagarla, entonces fuimos a ver la profesora y nos dijo: “ustedes son mis invitados”. 

A la única que veíamos era a Lili Massaferro y a Juan Gelman, que yo lo conocía de pibe porque era amigo de mis hermanos. Tuve que trabajar, iba a tener una nena. Tuve que ocuparme de la casa. Tuvimos que hacer todo por nuestro propio esfuerzo. Primero vivíamos en un departamento en Roma. Mi hermano vivía ahí con su mujer y sus tres hijos. Porque a él le pusieron bombas, lo amenazaban todos los días. Le habían puesto una bomba en la casa, una bomba en el estudio. Los primeros meses vivimos en un departamentito que nos prestó una amiga, en Ostia, cerca del mar, una casa de verano y era invierno, así que nos quedamos ahí hasta el verano. Después nos buscamos una casita en un pueblo que se llamaba Morlupo, a una hora de Roma. Era un pequeño pueblo de campesinos. Ahí vendía en la calle. Cuando salí de acá me llevé un muñequito de esos rellenos de alpiste que le había regalado a Susana. Un día se me ocurrió empezar a hacer esos muñecos y andaban más o menos. Después tomamos la decisión con estos dos compañeros de hacer una gira vendiendo, Florencia, Bolonia, Nápoles, Venecia. Las compañeras vendían los muñecos y nosotros madreperlas. Dormíamos en unos albergues donde teníamos que dormir separados, las mujeres en un lado y los hombres en otro. Fuimos conociendo algunos vinculados al COSPA, al comité de solidaridad. Pero en esa etapa hacíamos lo propio. 

 

 

Credencial de afiliación a la Federación Provincial de Comercio de Madrid. España. 1983.

 

 

Llegar a España 

 

En un momento decidimos con Susana irnos a España. Nos fuimos a Madrid. Vendiendo en la calle conocimos a unos argentinos que vivían en España e iban a vender a Italia, hacían unos mocasines para bebés de cuero, tipos re macanudos y nos dijeron “vénganse”. Al final les dimos plata a estos compañeros para que nos alquilaran un departamento.  Me fui primero en tren, porque había huelga de aviones. Fui en tren con pasaporte italiano. Me esperaba este amigo con otro compañero. Fede y Susana ya se habían ido antes a España. Llegué ahí y me habían alquilado un departamento en Vallecas, un barrio obrero, popular, de Madrid, una urbanización. Esperé que viniera Susana con la nena. Al toque empezamos a vender, primero con los muñecos, después compramos biyuta. También unos cuadritos naifs. Después vendía flores con Martín Gras, plantas. De eso vivíamos. Vendíamos todo el año en Madrid y después íbamos a la playa, fuimos a Andalucía y después a la costa brava.

 

 

La Casa Argentina

 

En España habíamos armado la Casa Argentina. En el exilio había tres grupos: el COSPA (Comité de Solidaridad con el pueblo argentino) que era de los Montos, después el Centro Argentino, donde estaba Duhalde y la Casa Argentina, donde estábamos nosotros. Y estaba la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) también -donde estaban Vicente, la Lili, por supuesto Duhalde- que era específica de Derechos Humanos. 

En la Casa Argentina era miembro de la directiva, estaba en el espacio donde sacaban el resumen latinoamericano. Ahí tenían algo que se llamaba Club de la Recuperación Democrática, donde se hacían reuniones y se discutía política, informaciones, además de la Revista Resumen que era muy buena. 

En la Casa Argentina hacíamos de todo. La idea era contener al conjunto de los desterrados, de los exiliados políticos, de los exiliados económicos. Había gente de todos lados: estaba el Cacho Vázquez, estaba el Gallego, estaba Tito Vázquez que era un compañero que venía del MR17, los López Acosta que venían también del MR17. Se hacía de todo: había teatro, charlas, peñas, habíamos armado un restaurante: la gente iba a morfar, la cocinera era la mujer de Ongaro, Elvira. La adoraba a mi hija María. Comíamos siempre ahí. Estaba bueno, era una cosa más abierta que también hacía denuncias, pero no se especializaba en denunciar. 

En su momento, discutimos sobre el mundial 78 y había dos posiciones: la primera la del boicot y la otra consistía en aprovechar el mundial para denunciar. Nosotros estábamos en esa y por supuesto cuando ganó Argentina salimos a festejar. La consigna era aprovechar eso para denunciar a la dictadura. La otra gran discusión fue Malvinas: nosotros fuimos pro Malvinas, los otros no. Yo me acuerdo que me fui a anotar para ir a pelear a Malvinas. El anti imperialismo era más fuerte. Había discusiones terribles. Todos los 24 de marzo se hacían actos, los 1° de mayo se desfilaba. Teníamos vínculo con los partidos de España, con los comunistas, con la izquierda, con el PSOE. Me acuerdo que una vez estuve reunido con Felipe González y Alfonso Guerra; creo que estaba conmigo Vaca Narvaja, no me acuerdo. Yo no estaba en los Montos ni nada, pero como era la Casa Argentina... Las diásporas son tremendas, siempre hay quilombo. Pero la Casa Argentina hizo una buena tarea, sobre todo porque tenía la mirada de una cosa más amplia.

Cada quince días lo iba a ver a Ongaro, íbamos con un poeta que ya falleció, Tomás Saraví. Era un tipo bárbaro que después, en Costa Rica, armó la radio Liberación. Gordo, grandote, me acuerdo que la mujer cantaba tango. Lo iba a ver a Ongaro, a escucharlo. Lo único que se podía hacer era escucharlo. Cuando vino la restauración democrática yo le dije a Susana “yo quiero volver, yo no me quedó más acá, está todo bien, pero me quiero volver”. Me había intentado ir a Nicaragua, porque ahí estaba Manuel Gallego. Lo adoro, no discuto de política con él, pero me enseñó que los amigos se pelean y seis o siete años después hay una amnistía. Ahora está en San Javier. Manolo me había dicho si quería irme a Nicaragua, pero me dijo “tenés que venir sólo, acá no podés traer a los chicos porque hay una peste”. Me acuerdo que le dije que no podía dejar a mi mujer y a mis hijos y le mande en sobre unos escarpines para el suyo, que acababa de nacer. 

 

El Nono junto a Susana, María y Manuel en el departamento de Vallecas. Madrid. España. 1982.

 

 

 

El exilio me enseñó a sobrevivir

 

Cuando vos perdés y además de la pérdida tenés miles de compañeros desaparecidos, muertos, exiliados, entre la bronca, el dolor, el destierro, siempre esas cosas te producen dolor…, diáspora, cuentas no saldadas. Pero para mí el exilio fue una experiencia que, en primer lugar, me enseñó a sobrevivir. Yo sé que si no tengo laburo sé cómo arreglarme, como rebuscármela. Conocí gente muy buena en España, muy solidaria, incluso exiliados económicos que a veces fueron más solidarios que los exiliados políticos. Mucho más solidarios. Gente que ayudó, españoles de buena ley y muchos argentinos jodidos y muchos fachas también, como en todas las comunidades, como acá, hay gente buena e hijos de puta. 

En enero del 84 volvimos, no volvimos antes porque queríamos acumular guita y nos fuimos a la costa brava a vender. Estuve casi dos meses en carpa con los nenes, hasta que finalmente terminamos de vender y conseguimos una habitación. 

Recuerdo cuando llegué a Ezeiza: entramos con los chicos y estaban esperándonos. Cuando hacemos los papeles el tipo me dice “bienvenido a la Argentina”. “Gracias -le digo-, espero no tener que irme nunca más de acá”. 

Fuimos a la casa de mi cuñado y al principio era raro. Extrañabas allá. Toda la sensación de lo que faltaba, eso fue muy fuerte. La integración tampoco fue fácil. En mi familia no tanto, en la de Susana un poco más. No fue fácil. Los chicos también sufrieron. Cuando llegué me había traído unos cuadritos y me puse a vender, me iba bien. Pero yo quería volver a los talleres. Fui y estaba el director, que era milico, que conmigo se portó bien. No me quería al principio, pero me respetaba. Yo entré y salió un compañero de herrería y dijo: “Dios mío, llegó el delegado”. Pedí la reincorporación y el director me dijo que sí. Me pregunto si iba a volver a ser delegado y yo le dije que “si me eligen los trabajadores, sí”. “No vas a cambiar nunca”, me dijo y ahí empecé. Volví al sindicato, con Germán (Abdala). 

 

 

Carta a su madre. Madrid. España.

Compartir

Te puede interesar

El terror sin fronteras

El terror sin fronteras

Por Equipo Museo Sitio de Memoria ESMA

Voces de ultratumba

Voces de ultratumba

Por Rodolfo Yanzón

Así es el calor

Así es el calor

Por Sebastián Scigliano

  • Temas