Saltar a contenido principal

Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

17/08/2021

Nuevo libro

El mito gaucho. Derivaciones del Martín Fierro

Juan José Giani es el compilador y autor de un nuevo libro: “El mito gaucho. Derivaciones del Martín Fierro", en el cual diferentes autores desde perspectivas diversas analizan la obra de José Hernández. Publicamos el prólogo donde Giani señala que el libro constituye un aporte a la siempre necesaria discusión sobre los extravíos y las esperanzas que se alojan en las entrañas de nuestras naciones.

Prólogo

Ya bien entrado el siglo XIX, Juan Bautista Alberdi publica un libro sustancial para el porvenir intelectual y político de nuestro país. Nos referimos por cierto a su “Fragmento preliminar al estudio del derecho”, texto que surge al calor de los persistentes dramas de una nación inconclusa. Esa preocupante situación de falta remitía sin dudas a una compleja trama de causales, pero el tucumano colocaba específicamente su atención en la incapacidad hasta allí impertérrita de dotar a los territorios ahora independientes del Río de la Plata de una apropiada arquitectura constitucional.

Los tropiezos respecto de ese insoslayable objetivo venían de larga data, pues ya la Asamblea del año XIII en su pretensión fundacional había fracasado estrepitosamente a la hora de diseñar una institucionalidad consistente. No obstante, la disconforme mira estaba puesta centralmente en los naufragios de 1819 y 1826, intentonas que bajo la égida unitaria habían llevado primero a la denominada Anarquía del año 20, y más tarde a la traumática renuncia a la Presidencia del mismísimo Bernardino Rivadavia.

Ilustración de Juan C. Castagnino del poema Martín Fierro de José Hernández editado por Eudeba,1962. Fuente: http://www.bnm.me.gov.ar

Pues bien Alberdi, fuertemente abastecido en aquel entonces por el equipaje teórico del historicismo romántico, advierte con competente agudeza que esta larga secuencia de inacabamientos no podía apenas adjudicarse a torpes orientaciones políticas de un elenco puntual de dirigentes. En cualquier caso, esas torpezas debían provenir de falencias más profundas, y es así que nuestro autor busca como portentosa rueda de auxilio nada más ni nada menos que a la filosofía.

Es oportuno recordar aquí que para él la independencia americana se había desplegado siguiendo una lógica bien distinta a la de las grandes revoluciones de la modernidad occidental. Si en estas últimas la emancipación política había coronado un prologando proceso de maduración axiológica, en estas comarcas del sur el súbito y propicio desencadenante exógeno que había sido la prisión de Fernando VII aceleró una disrupción no debidamente macerada en sus componente culturales. Se trataba entonces de reordenar esta dislocada linealidad de la historia, acompañando la apresurada autodeterminación con una imprescindible revolución de las ideas.

A la cabeza de esa terapéutica cultural estaba la filosofía, decíamos; disciplina que entraba salvíficamente en acción operando en tres dimensiones. En primer lugar, y aquí el influjo romántico se torna patente, brindando a la nación en estado de turbulenta expectancia de un aparato singularísimo de símbolos. En un ímpetu que Alberdi llamará sintético, el diseño de esa nación requiere desde ya un territorio (perímetro que en aquellos años aún permanece impreciso), una urdimbre normativa (y de allí los énfasis por alumbrar constituciones) y una señalética identitaria (que como ya sabemos irá tomando más tarde la forma de una literatura y una historia con vocación de autoctonía).

Martín Fierro con Guitarra, grabado de Juan C. Castagnino, 1962. Fuente: https://fnartes.gob.ar

Ese hurgamiento simbólico debe presidirlo sin dudas la filosofía, sabiduría cumbre de los conceptos sin los cuales una comunidad no se conoce finamente a sí misma. “Hay que conquistar una filosofía para llegar a una nacionalidad” se lee en esta obra, dictamen de notable vigor expresivo del cual se vienen nutriendo de allí en adelante distintos proyectos de autonomismo intelectual americano.

En segundo lugar, Alberdi introduce una pretensión ambiciosa y penetrante, la de considerar filosóficamente la espesura histórica de los líderes. Esto es, los grandes personajes que motorizan el destino de nuestras sociedades no pueden observarse apenas en sus destrezas para el gobierno, sino en los secretos archivos idiosincráticos que cada pueblo coloca en aquel que durablemente los conduce.

La mira, como es obvio, se coloca especialmente en Juan Manuel de Rosas, que es calificado con contundencia como “hombre extraordinario”. Extraordinario por lo raro, extraordinario por lo influyente y extraordinario por receptáculo de una fibra comprensiva de su tiempo. De ese ejercicio analítico el tucumano obtiene dos certezas sustantivas. El acendrado instinto federal es el que le permite a Rosas acaudillar a las masas rurales, y es el cariño y no la represión lo que sostiene su incólumne predicamento sobre ellas. Frente al vacuo racionalismo ilustrado que desprecia esos ingredientes (y al hacerlo el partido unitario se debilita como opción política), para nuestros románticos dichos condimentos emergen cargando una dosis de sustentabilidad positiva.

En tercer lugar, y siempre enfocado en las gravosas insuficiencias rivadavianas, el libro impugna frontalmente la base moral de la ineptitud unitaria. El imputado entonces es Jeremy Bentham, teórico muy escuchado en las tiendas rivales que combinando sensualismo cognoscitivo y utilitarismo ético condena al fracaso toda tentativa trascendente de ordenamiento patrio. Atomismo hedonista que descree del deber colectivo como vertebrador de un esquema normativo aceptable. Frente a ese individualismo que imagina posible cuantificar el placer y el dolor, Alberdi procura una alianza entre filosofía moral y república, donde esta última no queda asociada a un determinado régimen de gobierno sino a un compromiso irrenunciable con los magnos destinos de la comunidad.

Ilustración de Juan C. Castagnino

Ahora bien, esta suma de dimensiones aparece anudada por un señalamiento medular. Ese programa arquitectónico de la filosofía, puntualiza Alberdi, debe recoger “la conciencia profunda y reflexiva de los elementos que nos constituyen” para arribar (y la frase es notable) a “la teoría de la vida de un pueblo”. El desafío es a todas luces mayúsculo pero en algún punto enigmático. ¿En qué suelo habría que cavar para obtener de allí ese arsenal tan fructífero de nociones? ¿Qué biblioteca habría que consultar procurando detectar aquellos mensajes imperecederos del pasado?

Imposible no indicar aquí que dos fuentes que se colocan en primera fila no se atisban satisfactorias. La tradición hispánico-precolombina es para la Generación del 37 sinónimo de agrio atavismo y la trunca modernización iluminista de la posindependencia es corresponsable de los padecimientos de un país que no logra estabilizar su sentido. Estamos entonces frente a una encrucijada. Sin certificación filosófica de una nutritiva conciencia de sí la nación se malogra, pero la materia sobre la cual cabría modelar ese objetivo permanece equívoca y huidiza.

El Platón argentino

José Hernández, cuando decide publicar su “Martín Fierro” nunca había exhibido antes dotes de poeta. Era un periodista de combate y un militante de la causa federal, fuertemente disgustado con el desviado curso modernizador que había caído en manos de Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre. Las causas de esas deficiencias eran sin dudas múltiples, pero la principal de ellas remitía a la semántica de aquella dicotomía civilización-barbarie que caracteriza conceptualmente a la Generación del 37.

Todos comparten en principio esa percepción binaria que apunta a rescatar a la Argentina de la indolencia productiva y el caudillismo para colocarla en el grato pedestal de la pujanza capitalista y la república liberal; sólo que los puntos de arranque y los mecanismos de desplegamiento de un polo a otro se vuelven controvertidos.

Muerte de Cruz de Juan C. Castagnino

Si en “Facundo” la territorialidad rural alberga el feudalismo y la disociación, y el espacio urbano el reparador alojamiento de las prácticas civilizadas, en “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina” eso es cordialmente rechazado; pues para Alberdi la ruralidad también produce Caudillos progresistas (como Justo José de Urquiza), y en las ciudades puede circular savia modernizante (como en Paraná) o empecinamientos conservadores (como en los enclaves mediterráneos).

Y no solo eso, pues para su filosofía de la historia de inspiración herderiana, (donde lo universal solo se realiza en el particular) la manera más ubicua que tiene nuestro país de insertarse en el mercado capitalista mundial no es empecinándose en sembrar industrias ineficientes sino maximizando justamente esa riqueza que anida promisoriamente en los campos.

Hernández era una suerte de alberdiano, y en esa línea de entusiasmo llega a calificar al ideólogo de nuestra Constitución como “el Platón argentino”. A esa ferviente defensa del gaucho que caracteriza a su célebre obra debe explicársela en parte por la sensibilidad política y social del poeta-periodista, pero además porque a diferencia del sanjuanino, Alberdi (y Hernández) están plenamente convencidos de que nunca puede alcanzarse nuestro pleno desarrollo agrario despreciando al sujeto social gaucho, y que resulta inviable ingresar en un sistema institucional estable sin absorber con sagacidad y respeto la densidad histórica del alimento federal.

Hasta aquí la literalidad de las acciones, la pregnancia demandante de la historia exigiendo el crudo involucramiento de los actores. Sin embargo, “el Platón argentino” nos había dejado un interrogante, esquivo en su respuesta, sobre la suma de medulares ingredientes que subyacen en esa autoconciencia que anhela ser escuchada. De la literalidad entonces a los misterios que habitan en el cuerpo de la sociedades. De un manifiesto sentencioso que se enfada programáticamente con el mitrismo a un libro que queda instalado como prolífica y a su vez polifónica letra, que encuentra hermeneutas que ubican allí esa “teoría de la vida de un pueblo” que reclamaba Alberdi en su “Fragmento Preliminar al estudio del derecho”.

Gaucho estaqueado de Juan C. Castagnino, ilustración en el Martín Fierro de José Hernández editado por Eudeba,1962. Fuente: http://www.bnm.me.gov.ar

Extraño y provechoso movimiento de una cultura en definitiva, que recogiendo la demanda originaria de una nación en estado de desconcierto, produce la centralidad de una palabra que insinúa revelar todos los secretos escondidos.

Este volumen que aquí presentamos viene a ratificar de manera rotunda las atendibles insistencias de un pueblo que detecta respiración identitaria en aquel texto que se pensó acaloradamente para abordar su ya irrecuperable tiempo y lugar. Múltiples voces que desde ya agradecemos, nos han acompañado en este emprendimiento, trabajando sobre la provechosa sustancia de esas palabras que al estabilizarse como mito permiten a su vez la locuacidad de lo variado. Entre un esencialismo moderado y la libertad de traducir sin ataduras al presente la fertilidad enunciativa de una narrativa admirable, entregamos este esmerado aporte a una reflexión siempre necesaria sobre los extravíos y las esperanzas que perpetuamente se alojan en las entrañas de nuestras naciones.

Juan José Giani

Licenciado y profesor de filosofía. Docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Director del Centro de Estudios del Pensamiento Argentino.

Compartir

Te puede interesar

El terror sin fronteras

El terror sin fronteras

Por Equipo Museo Sitio de Memoria ESMA

Voces de ultratumba

Voces de ultratumba

Por Rodolfo Yanzón

Así es el calor

Así es el calor

Por Sebastián Scigliano

  • Temas