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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

Dossier / La memoria de González

02/10/1999

Organización Institucional y contenidos del futuro Museo de la Memoria

 

Voy a comenzar recordándoles una película reciente “Garage Olimpo”. La he visto ayer, y me surgió la necesidad de comentar una escena muy fuerte del final que tiene un vínculo con lo que estamos tratando. Se trata del vuelo sobre el río de la Plata de un avión muy grande que tiene inscripciones muy precisas. Una de esas inscripciones es Fuerza Aérea Argentina. Y en sus alas tiene los emblemas nacionales: la escarapela nacional, la bandera azul y blanca. Esos emblemas recorren toda la película y me parece una película muy importante, no sé si desde el punto de vista cinematográfico, desde el debate de este tema. El telón de fondo de esa escena -es una escena de campo abierto, muy amplia, muy aireada- es la canción o el trozo de ópera, que todos hemos cantado en nuestra infancia y que forma parte de los recuerdos de todos nosotros en nuestro paso por la escuela primaria y secundaria, que es Aurora. Es una escena muy poderosa porque el implícito que carga esa escena es el contraste entre dos fuertes series de símbolos que son los símbolos nacionales y una marcha como Aurora que tiene un conjunto de imágenes y metáforas que todo podemos recordar no sin cierta ironía, ahí la patria se identifica con un águila, un águila guerrera. Al mismo tiempo las expresiones literarias de esa ópera son de un exceso neoclásico que por lo que recuerdo en los colegios argentinos no mereció la misma ironía de algún modo sobre otras marchas argentinas pero, evidentemente, no era de fácil comprensión: forma estela en el purpurado cuello, el áureo rostro imita, en fin. De algún modo la idea de la Nación Argentina ahí está representada por sus emblemas bien conocidos, los emblemas patrios: el avión de la patria, el águila de la patria y al mismo tiempo un sistema poético fuertemente ritualizado hasta el grado de cierto ridículo y el contraste con la escena que se está viendo, el film se detiene ahí, no se ve más que eso. Me pareció muy fuerte y de todas las interrogaciones que podríamos hacer a cómo se ha contado y cómo contamos todos nosotros la idea de patria, la idea de comunidad, qué símbolos usamos, cómo fueron apareciendo en nuestra vida todos esos símbolos, en realidad toda la película habla de eso, creo que es una reflexión no necesariamente involuntaria sobre los símbolos que usamos. También se podría pensar en términos del intento de saber, algo que no es fácil de saber qué es lo último que le pasó a alguien. 


La última palabra, el último grito, el último gesto. Entonces, todas las grandes tradiciones religiosas, las tradiciones teóricas y todos los pensamientos que tenemos a diario sobre el tema eligen la vía de la prudencia. Porque en realidad ese último momento de una persona, o de muchas, de un pueblo o de una comunidad es un momento que para las grandes religiones es un momento sagrado y, para otra forma de pensar esa cuestión, si uno no quiere ponerle ese énfasis también es un momento que exige un profundo respeto. Creo que este film tiene ese profundo respeto, más allá de que uno podría objetar el modo en que elige las situaciones, el modo en que las compone, pero sería bueno que rescatemos la importancia que tiene para este debate y para esta pregunta, ese último momento. Cómo debe ser legado a los que se destinan después para la posterior tarea, posterior y a veces fatal tarea de tener que rememorarlo y recordarlo y tener que hacer frente a, precisamente, el ejercicio de la memoria. 


El ejercicio de la memoria o los usos de la memoria como se suele decir, es una frase a veces complaciente que también nos evita, por su prudencia,  el lugar más alucinado que tiene la propia expresión de la memoria. Pues si esta existiera en su totalidad, los gritos de horror estarían continuamente presentes en nuestros oídos, porque no es fácil pensar una historia contemporánea o la historia de la humanidad misma sin esos gritos de horror. Para quienes, como todos los que estamos presentes aquí no quisiéramos privarnos de señalar justamente el modo horroroso en el que se componen muchas escenas históricas como las que sabemos que existieron y como las que vivimos, pero que al mismo tiempo queremos de la memoria algo que también compartimos, la idea de prudencia, de reserva, de recelo y hasta de pudor; me parece que tratar de elegir los símbolos, los íconos y la representación destinada a devolvernos en presente el momento cúlmine de un sufrimiento no es un tema de fácil resolución y que al mismo tiempo es el mismo tema de toda la historia del arte en otra instancia. 

Es decir, con qué elementos represento algo que veo destinado a la representación. No sería raro en esta historia encontrar muchísimas otras expresiones que en nombre de la misma prudencia y del mismo pudor nieguen a la representación haciendo de la memoria un hogar interno en la conciencia, de modo que este es un debate que va a recorrer siempre, si no sabíamos antes que existía es porque nuestra idea de los asuntos políticos de una nación era quizás un poco más ingenua. Entonces, en ese sentido también hay un grave problema en el horizonte de esta discusión política que es el destino de los símbolos colectivos, de los signos que cantamos y de los momentos conmemorativos que, en general, están asociados a la pedagogía y a las formas educativas, incluso el mismo acto de aprender a leer y escribir, tal como lo atravesamos en la sociedad argentina todos nosotros. De modo que pensar en la memoria no raramente debe ser un esfuerzo enorme por pensar en aquellos símbolos a los que estamos atados y en ese sentido la memoria es un constante proceso de selección dramática, de elección, de diálogo entre hilos sueltos que cada vez que escapan queremos atrapar nuevamente y encontramos que, como las grandes ideas del arte y la filosofía, los tenemos quizás cuando no nos sentimos en el intento de atraparlos y se nos escapan cuando nos dirigimos a ellos con el intento de representarlos, de darles el lugar que le corresponden en la memoria y en los emblemas de la ciudad, los monolitos y los documentos de la ciudad. En ese sentido la idea del museo también es una idea límite de la cultura, monumentos, museos parecen inocentes, sabemos que no lo son, las ciudades son construcciones de fondo también prudentes. Es cierto que a uno puede no gustarle las ciudades y hasta está tentado de decir que son inventos escandalosos. Pero tienen algo interesante, que es que evitan con la vida anónima, que un monumento y cualquier documento esté en términos de un presente vivo, esté con la carne fresca puesto que sería una carga odiosa y totalmente indeseable que desde Juan Larrea hasta Cornelio Saavedra y Juan Lavalle, o sea toda la documentación pública de la historia nacional esté en carne viva frente a nosotros. Las ciudades tienen también una cierta prudencia, es una red anónima que respecto a la documentación de piedra o de bronce del pasado colectivo tiene algo así como un rasgo de timidez, de aplazamiento, de no tomar demasiado en serio puesto que esto lo demuestra que frente a ello siempre hay personas que dicen aquí se olvidó la historia, no son meros señalamientos en la ciudad. Ese debate recorre las naciones y las funda. Así son las naciones y lo que aquí está en juego es esa misma idea del mundo moderno, y esa idea sin duda está en juego en el debate de los museos, de los muertos, de la memoria como creo que se puede ver que está en juego en esta película, que se puede decir que no tiene la menor importancia para el cine, pero tiene una gran importancia para este debate. Y nos lleva a la idea de museo. Porque una película no es un museo pero tiene algunos rasgos de museo, como acá bien se dijo el museo desarrolla un cierto espectáculo una cierta narración y los museólogos de los últimos años también tuvieron la misma inquietud que tienen los sacerdotes, los políticos, que las personas a las que les gusta la historia y van paseando por la ciudad y dicen “Juan Larrea todo el mundo se olvidó de ellos”, y un montón de personas de las cuales seguramente nos contamos todas las de aquí que podríamos decir “qué importa Juan Larrea para mi vida”. Así es la historia porque fueron elecciones que hicieron otros y algunas que hacemos nosotros, también pueden correr ese mismo riesgo. La memoria es ese riesgo, el de no saber qué vendrá después. Es un error suponer que la memoria es el lugar de la eternidad, la memoria es el lugar de una fugacidad y de ahí el gran dilema político de comunidades como las que representamos nosotros. 

Los museístas de los últimos años ante esta situación se vuelven narrativistas, se vuelven personas que quieren un poco un espectáculo, se inspiran un poco en la misa que es un gran espectáculo. Las misas, aunque encubren su idea del espectáculo en fuerte ritualidad, son un espectáculo. Algunas más, otras menos según orientación teológica, burlan la aparición en cuerpo vivo, pero es la búsqueda del pasado en el presente de algo que ocurrió en la carne de estos días. La misa, en fin, es inútil que le demos vuelta al tema de distintas formas, la misa está presente como una fuerte invariante de todas las culturas. El museo tiene algo de eso y los museístas desde hace unos años buscaron una forma de museo que los llaman participativos, yo he visto algunos y no son interesantes, es como ir a un Fliperama o un lugar de juegos de diversiones, se aprietan botones, salen informaciones. En realidad, ningún sacerdote por más burocratizado que esté, y hay que convenir que lo están en una fuerte mayoría -acá se exige decir con excepciones notables- también saben que esa burocratización, esa ritualización, esa superposición de capas sobre capas de presentes inertes significan algo para las personas. Significan yo quiero recordar a los muertos pero que no me molesten demasiado. Quiero recordar el horror de la historia, pero no quiero que venga un sacerdote que sea tan eximio, tan perfecto, tan habilidoso con las palabras tan adecuadas que me persiga con el horror de la historia para asfixiarme los oídos. Creo que las religiones si son sabias es porque también son burocráticas, y si son burocráticas disculpen por decir esto, es por tener esa sabiduría. Pero no es la que me temo que nos serviría a nosotros en términos de pensar, porque cada generación, grupo o persona que ha sido objeto de un gran sufrimiento de la historia tiene el derecho a responder este mismo problema y a pensar si no va a ser esa generación, ese mismo grupo el que tenga éxito en resolver ese gran dilema de las naciones, de la humanidad que es cómo sin ofuscar a los hombres del presente y sin dedicar esta vida a la reiteración de un culto que nos impida pensar en la vitalidad del presente, podemos efectivamente recordar el horror de la historia y ser portadores de la crítica, de la frontera, del impedimento y de la capacidad inhibitoria que podamos tener en nuestra propia vida para que eso no se reproduzca. 

Pensemos en el museo Histórico Nacional, del parque Lezama, eso es un ejercicio interesante. Porque a mí me parece que el museo que tenemos que construir es la réplica, es la crítica de ese museo. Es otro museo. La expresión que no creo que haya que sacarla de circulación es la de las musas, un lugar de inspiración comunitaria y artística también, un vínculo entre las memorias dispersas que funcionan en tiempos diferentes de distintas personas. Pero el Museo Histórico Nacional tiene una característica, no es participativo, eso me parece bien, porque el museo participativo televisa al museo, es una forma de espectáculo ya televisada y la televisión tiene una enorme fuerza porque recuerda a la misa, a la arenga de políticos, recuerda todas las grandes escenas donde la gente se reúne a pensar algo y para pensar en sus vidas. La televisión tiene tanta fuerza en su aspecto más necio que digamos, por qué razón algo tan necio es perdurable. De la misa hay apología, de la televisión nadie hace apología. Es perdurable porque esa necedad de algún modo tiene elementos de la misa también, un cierto elemento de que se sabe que ahí está el dolor y el llanto de los otros como una misa. 

Entonces es un fuerte lugar representativo donde además se le suma la ilusión de que ahí sin ningún condicionamiento las personas pueden ir a decir aquella noción de justicia que en otro lugar no sería viable. Es muy fuerte la televisión y haríamos bien en no dejar que ese fuertísimo sistema narrativo ingrese en las cosas que queremos hacer, porque para eso ya está la televisión. Incluso programas que se llaman memoria y todos sabemos lo terrible que son esos programas, pero se llaman del mismo modo, utilizando los mismos conceptos, por eso el debate es muy difícil. 


Dónde rasgar el lugar donde caerían del lado adecuado palabras, usos y memorias que están, en fin, los hilos de la razón están en todos lados. El Museo Histórico Nacional es un museo que yo recomendaría que se lo vaya a visitar porque están esas salas del avión Hércules, está la idea de la Fuerza Aérea Argentina, están todas las ideas que son las ideas de la nación y los hechos en los que estamos pensando ocurrieron en la Nación Argentina. Entonces, yo lo creo un gran dilema político de gran significación: qué se hace con eso. Yo no me animo a decir qué, pero me animo a decir que tiene gran significación, porque la idea de Nación Argentina tal como está hoy, a mí me parece inviable, no está a la altura de la humanidad, a la altura de los graves problemas que ocurren en el país. Pero tampoco me parece que eso sea descartable sin más, puesto que no lo decimos cuando leemos el suplemento de Clarín con la historia visual de la Argentina, que me parece muy pobre o cuando leemos el de Página 12 que es menos pobre y tiene más textualidad, pero que de algún modo supone que los usos de la historia por un lado son los más tradicionales, por otro lado apelan a la idea de que todo país no es algo que surge de la nada ni dura para siempre, que es una invención, esa idea también hay que discutirla, se constituye a partir de momentos de la voluntad política, esa idea también hay que discutirla (está más en la historia visual de Clarín que en Página 12 que es más historicista). 


El Museo Histórico Nacional es un museo de objetos muy interesante. Desde el punto de vista de la idea de la historia argentina es el antimuseo de lo que aquí se quiere hacer porque es un museo de la guerra, de las espadas de los próceres, de los cañones. Es un museo bélico, y secundariamente político. Y muy poco más en relación a las tendencias de la historia contemporánea que apelan a la vida cotidiana privada, que tiene una idea un poco más amplia del tiempo político y del tiempo histórico. Ese museo es un museo muy antiguo de la Argentina. Entonces es una buena oportunidad de ir a ver un museo muy antiguo que no es ni un museo participativo ni un museo de la televisión, ni un museo que apela a la idea de una misa artística, es un museo muy antiguo. Ese museo es el Museo de la Nación Argentina. Tiene las espadas de los próceres, el billete de entrada al Cabildo del 22 de mayo de 1810, esos objetos son objetos mudos que cuentan una historia que me parece que hay que revisar muy fuertemente, revisarla con respeto, hay que extraer una idea de justicia. No puede ser que a lo largo de toda esa historia no haya habido una idea de justicia superior. No quiero decir aquí qué me parecería a mí, pero hay muchas situaciones. En cuanto a esos objetos, platerías, puñales son objetos que como están inertes dan una idea muy boba de lo que ha ocurrido son objetos a ser redimidos, para lo que uno supone ser redimidos, es decir colocados nuevamente en el flujo de la historia, colocados nuevamente a navegar en la historia porque son los objetos que van a pasar a preguntarnos a nosotros si pueden ser considerados objetos de una memoria más plena. 

 

Esta actividad se puede hacer en un museo de esa índole, es decir absolutamente burocratizado, es el museo oficial de la Nación Argentina es decir incluye el avión Hércules incluye todo eso, de algún modo tiene ahí su desenlace. Es un museo que puede ser visto de una forma muy terrible, si se lo interroga adecuadamente es un museo espantoso. Esa interrogación hay que hacerla por parte del paseante que vaya a ese museo, no debemos dejar de hacerla. Es un ejercicio muy interesante porque si se va a hacer otro museo no debe ser ese, pero como se llama igual, algo de los museos va a tener este otro museo. 

En relación al museo quisiera decir cómo se podría debatir, ni me animo a hacer un énfasis especial porque me parece que hacer un museo es un gesto político de profunda significación. Hoy en la Argentina yo diría de mayor significación que está teniendo a cabo la Argentina. Lo digo, prevenido ya que yo personalmente estoy muy alejado del debate, lo veo como algo que ocurre en otro país pero que sé que es este. Pero sin embargo me interesaría que haya debates más importantes, hay que convencerse que este debate es mucho más importante que toda la escena política que hay en la Argentina tal como se está desarrollando. Sin embargo, se está desarrollando esa escena, de algún modo nos interroga, nos compete. Yo diría que una situación que es de gran interés para examinar es qué tipo de representación tiene. Si el Museo Histórico Nacional o el avión Hércules o Aurora es una poética muy establecida, una poética enrarecida digamos, cualquiera hoy sabría cuestionarla porque es una poética que no dice nada frente al idioma que se habla hoy en la ciudad, no se habla la poética de la canción Aurora.


Sin embargo, las clases populares en la Argentina siempre fueron muy respetuosas de esa poética que la entendía, aunque son absolutamente vulgares, la entendían como parte de las culturas altas, de la nación, de las culturas que toda nación debe tener. De modo que ahí hay una crítica muy fuerte a hacer. Yo la vi en esa película, la insinúa y nos lleva a qué debería representar un museo de la memoria. Porque la memoria así es muy fuerte, tiene algo de irrepresentable y si no fuera representable para nada sería pavorosa, sería algo que cargarían como una pesadilla, sería la pesadilla -para citar una frase de K. Marx- del peso que tienen los muertos en el cerebro de los vivos. En ese sentido para que la memoria no sea una pesadilla e incluso como pesadilla nos lleve a pensar las formas comunitarias, los lazos que establecemos entre las personas de manera tan impropia, algún tipo de representación tiene que haber y este es un debate artístico de gran significación. En la sociedad argentina ese debate está porque hay una gran tendencia iconoclasta. 


La tendencia iconoclasta son las más plebeyas, sin conocer mucho el tema, en la historia de las religiones las tendencias iconoclastas son las más intelectuales, son las más abstractizantes, las que dirían no preciso para mover mi vida ningún símbolo exterior, ninguna escarapela, ningún emblema, ni siquiera ninguna bandera, todo está en mi corazón. El iconoclasta es muy exigente y muchas veces hay cierta derivación despótica por parte del iconoclasta, con lo interesante que es la iconoclastía porque diría íconos no, porque llevan a los sacerdotes, a las iglesias, a la jerarquía, a la misa burocrática y por lo tanto, lo sagrado ahí desaparece. Pero lo iconoclástico puede llegar a producir formas de autoridad… Hay que ser extremo para este debate, me parece que el debate es qué representar en ese museo para que, como en las mejores misas, algo aparezca en un presente vivo, algo tiene que aparecer. Para eso pueden hasta no precisarse objetos, pueden precisarse ciertos rumores, signos escuchados a la distancia, pero muy probablemente se precise un edificio, una inscripción en la ciudad. Si eso se precisa entonces ese es un debate artístico, estético que lo vamos a encontrar en todas las culturas, en fin, qué tipo de inscripción en la ciudad se precisa para que la memoria tenga un auxilio que la memoria quisiera no tener, pero a la memoria también hay que hablarle y pedirle, como es muy impetuosa, y a veces nos hace despóticos, un cierto pudor. Me parece que la idea de museo de la memoria es la idea del necesario pudor que hay que pedirle a la necesaria memoria que hay que tener en la Argentina.

 

 

“Organización Institucional y contenidos del futuro Museo de la Memoria”, intervención en el Primer Debate Interdisciplinario "Fundamentos para la creación del Museo de la Memoria" organizado por Memoria Abierta, participó junto a León Rozitchner, Elizabeth Jelin y Moises Kijak, 2 de octubre de 1999.

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