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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

08/07/2022

La historia de Iris Pereyra de Avellaneda

Seguir de pie

Fue secuestrada con su hijo Floreal, de 15 años, en 1976. Los torturaron y a él lo empalaron antes de tirarlo al Río de la Plata. Ella pasó dos años en Devoto y testificó en el juicio a las Juntas. Preside la Liga Argentina por los Derechos Humanos y a los 83 años no se detiene en la lucha por la justicia.

La historia del terrorismo de Estado en la Argentina es el relato de fechas que representan un antes y un después en la vida de quienes lo sufrieron, de los que cayeron en el infierno de los centros clandestinos y la tortura y perdieron seres queridos en la mayor tragedia de la historia argentina. En ese compendio, el 15 de abril de 1976 es el día en que cambió la vida de Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda y su familia, en un secuestro que derivó en uno de los hechos más escalofriantes de la dictadura.

Los argentinos pudieron asomarse al drama de esa mujer en 1984 cuando dio su testimonio a la Conadep. A la hora de recopilar testimonios para el juicio a las Juntas, el fiscal Julio Strassera se conmovió ante una tragedia que cifraba todo el horror de un régimen cuyos responsables iban a ser enjuiciados en 1985. Así, Iris dio su testimonio ante la Cámara Federal.

Iris Pereyra en encuentro de Abuelas de Plaza de Mayo. Foto: Fernando Lospice

Iris conoció a Floral Avellaneda a fines de los 50. Él militaba en el Partido Comunista. Fueron a vivir a Rosario, donde Floreal abrió un taller de motos. Allí nació su primer hijo, que murió a los tres meses. Poco más tarde, ella quedó embarazada y el 14 de mayo de 1960 nació Floreal Edgardo, el Negrito, como se lo conocería. A fines de ese año regresaron a Buenos Aires y poco después tuvieron una hija. 
Para entonces, Iris se afilió al PC a instancias de su suegra, Florinda Filgueiras, una de las fundadoras de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (hoy Liga Argentina por los Derechos Humanos) y de Socorro Rojo junto a Fanny Edelman. A diferencia de su marido, Iris militó de adulta y no pasó por la mítica Federación Juvenil Comunista. 

De vuelta de Rosario, se instalaron en una casa en la calle Sargento Cabral, en Munro. Floreal padre comenzó a trabajar en Philips, en antenas de televisión. Más tarde pasó a General Motors, como matricero. En 1970 se desató un fuerte conflicto gremial, que incluyó la toma de la empresa por parte de los obreros. Floreal perdió su trabajo y comenzó a trabajar de remisero.

Un año más tarde, ingresó a Talleres Electrometalúrgicos Norte, TENSA, en Munro. Allí formó parte de una comisión interna de 27 miembros, muy combativa. En 1974 se complicaron las cosas. Iris rememora que en junio de ese año “llegaron los matones de la UOM”, hubo aprietes y un paro de 45 días, toma incluida de la fábrica, ubicada en Malaver y Mitre. Los 27 delegados fueron despedidos. 24 están desaparecidos. Floreal pudo haber sido el 25º la noche que cambió para siempre la vida de su familia. 

Al momento de producirse el golpe de 1976, Iris trabajaba en una empresa de plástico en San Martín. El 14 de abril tuvo un accidente laboral, al caer de una escalera y romperse los ligamentos cruzados de un brazo. Dio parte de enferma. Fue su último día de trabajo, en la antesala de un calvario que iba a durar más de dos años. 

La madrugada del 15 de abril llegó un grupo de tareas a la casa de los Avellaneda. Iban por Floreal, que pudo escapar por los techos, mientras la patota baleaba el frente de la casa. Adentro estaban Iris, sus dos hijos y dos cuñadas, también con sus hijos. En total eran once personas. Se la llevaron a ella y a su hijo, el Negrito, que militaba en la Fede desde hacía un año.

Floreal hijo era un militante de base. Se dedicaba a hacer volantes con un mimeógrafo y a volantear. Su sueño era ser mecánico de aviación Para él, lo ideal era ir a estudiar a Córdoba. Sin embargo, a instancias de un militar amigo de la familia, y creyendo que representaba un paso previo para ir a las sierras, lo anotaron en la Escuela de Mecánica de la Armada. Pese al padrinazgo con que ingresó, su madre recuerda que “no aguantó las cabronadas que le hicieron” en la ESMA y abandonó un mes antes del secuestro. No queda claro todavía si después del 15 de abril de 1976 lo llevaron a la ESMA.

El primer destino de Iris y el Negrito fue la comisaría de Villa Martelli, cuyo subcomisario, Alberto Aneto, había participado del operativo. Madre e hijo fueron puestos en celdas distintas. A ella la encadenaron a una canilla. Cada uno escuchó los gritos del otro durante las torturas y en un momento dado los carearon. Fue la última vez que vio a su hijo, que no dejaba de gritar: “¡Mami, deciles que papá se escapó!” La tuvieron vendada, pero pudo identificar el lugar por el corto trayecto desde su casa y por las voces que llegaban a su celda.
De allí se la llevaron a Campo de Mayo. Fueron quince días de torturas, que incluyeron un simulacro de fusilamiento. Años más tarde sabría que el Negrito también estuvo allí, y que un testigo lo vio mordido por un perro. Su siguiente destino fue la cárcel de Olmos, ya a disposición del Poder Ejecutivo, pero sin saber por qué se la habían llevado y cuáles eran los cargos contra ella y su hijo menor de edad. La detención “legal” fue solicitada por el Comando de Institutos Militares del Ejército. La constancia legal consignó su paso por Campo de Mayo.

 Parque de la Memoria. Agosto, 2010. Foto: Colección ANM

“En la cárcel pregunté por qué estaba detenida. Me dijeron que por comunista montonera. Así me dijeron: comunista montonera”, asegura más de cuatro décadas después, todavía perpleja por semejante caracterización. 

Iris arribó a Olmos en condiciones penosas, consumida por la tortura. Tenía conjuntivitis aguda, estaba sucia y había perdido mucho peso. Las demás reclusas la bautizaron La Vieja. Apenas tenía 38 años cuando la llevaron a Olmos el 30 de abril de 1976. El 17 de noviembre de ese año, las presas de militancia comunista fueron trasladadas a la cárcel de Villa Devoto.

El 19 de julio de 1978, dos años, tres meses y cuatro días después del secuestro, fue liberada. Nunca le dijeron por qué la privaron de su libertad, aparte de la acusación de “comunista montonera”. A la salida la esperaban una de sus cuñadas y militantes del PC y de la Liga. Pudo reencontrarse con su marido, a quien sus camaradas habían ayudado tras escapar del operativo del 15 de abril.

Iris pesaba 48 kilos cuando salió de Devoto. Subieron a un taxi y la llevaron a descansar y reencontrarse con sus seres queridos. Pasaron tres días hasta que le contaron qué había ocurrido con el Negrito. Ella nunca había tenido noticias de su hijo desde la noche terrible en la comisaría. Al momento de su liberación habían pasado 16 meses desde la publicación de la Carta Abierta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar, aparecida un día antes de la desaparición del autor de Operación Masacre. En la Carta se lee este párrafo:

“Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, ‘con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles’ según su autopsia”.

El cuerpo del Negrito apareció el 14 de mayo de 1976, día en que hubiera cumplido 16 años. Lo encontraron en la costa uruguaya junto a otros siete cuerpos. Estaba dentro de una bolsa negra. Lo fotografiaron y el tatuaje con las iniciales FA sirvió para identificarlo. Otro cadáver, el de una joven, también se pudo identificar porque llevaba el DNI en el pantalón. Sin embargo, pese a tener la certeza de su muerte, la familia no pudo recuperar el cadáver de Floreal. Al día de hoy no se sabe el destino final de sus restos: Iris sospecha que los propios militares argentinos pudieron haberse quedado con el cadáver. En el medio, los forenses uruguayos certificaron que el chico había sufrido un tormento atroz, que cifró sobre el cuerpo de un adolescente un horror inimaginable.

En su libro Como los nazis, como en Vietnam, el periodista Alipio Paoletti dice que la autopsia confirmó “alteración en la región perianal con manchas de sangre”: el chico había sido empalado. En mayo de 1985, con la democracia uruguaya recién recuperada y mientras en Buenos Aires comenzaba el juicio a las Juntas, la prensa de Montevideo hizo público el informe de los forenses.

Cuenta Paoletti en su trabajo: “El empalamiento en una forma de tortura medieval que consistía en sentar a la víctima sobre un palo de punta aguzada que se ensanchaba progresivamente, y se introducía a las víctimas por el recto”. El último antecedente conocido data de 1558, cuando los españoles empalaron al cacique araucano Caupolicán y el conquistador García Hurtado de Mendoza quedó tan impresionado que no volvió permitir esa práctica.

Iris y su esposo libraron una batalla legal en Uruguay para saber adónde habían llevado el cuerpo encontrado en la playa, que reconocieron por esas fotos que ella califica como “escalofriantes”. Los jueces uruguayos se declararon incompetentes y una versión apunta que militares argentinos habrían cruzado el Río de la Plata en 1979 para hacerse de los restos. 

Iris y Floreal se instalaron en Villa Tesei con su hija, y al tiempo tuvieron un bebé. En el medio, el hombre al que la patota había ido a buscar aquel terrible 15 de abril estuvo escondido con la ayuda de otros militantes comunistas. “Lo llevaron de un lado a otro y nunca tuvo un pedido de detención”, narra Iris más de cuatro décadas después. Sus cuñadas se hicieron cargo de la hija de la pareja hasta el reencuentro, cuando ella salió de Devoto y estuvieron seguros de que Floreal no corría peligro. 

Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, Parque de la Memoria. Agosto, 2010. Foto: Colección ANM.

Cuando volvió la democracia e Iris declaró ante la Conadep, su caso no pasó desapercibido para el fiscal Julio Strassera, que lo incorporó a la querella contra los ex comandantes. El juicio histórico de 1985 contó con la voz de Iris. El juez Jorge Torlasco fue el encargado de tomarle declaración. Ella aún tiene presente algo que las cámaras de TV quizás no captaran de forma acabada: la emoción del magistrado. Un cuarto de siglo más tarde, en el libro Los hombres del juicio, de Pepe Eliaschev, el juez Jorge Valerga Aráoz dijo que el caso Avellaneda “me impactó”. En el mismo libro, Strassera consideró que “en el caso de la madre de Floreal Avellaneda, es imposible escuchar ese testimonio sin quebrarse”. Iris se sentó y contó su calvario durante media hora. Torlasco dio por terminada su declaración ante la negativa de las defensas (“una manga de fachos”, describe ella) a hacer preguntas. Así de contundente fue su testimonio.

La acción judicial de los Avellaneda contra los responsables del operativo que mató a su hijo quedó paralizada por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. La reapertura de los casos derivó en que el caso del Negrito se incorporara a la primera megacausa de Campo de Mayo. En agosto de 2009, el general Santiago Omar Riveros recibió prisión perpetua. Los generales Fernando Verplaetsen y Jorge Osvaldo García, los capitanes César Fragni y Raúl Harsich, y el ex policía Alberto Aneto fueron condenados a penas de entre 25 y ocho años por la muerte del Negrito y el secuestro de Iris. Era un caso emblemático, respecto de un lugar por el cual, se calcula, pasaron cinco mil desaparecidos. 

Para Iris, las penas más leves fueron una desilusión, máxime cuando los condenados lograron el beneficio de la prisión domiciliaria. A Harsich, que fue a las audiencias con su uniforme, le organizó un escrache en Navarro: “Los vecinos no sabían que es un genocida”. 
Floreal Avellaneda padre murió en 2010. Hoy, Iris preside la Liga, a la que se sumó en 1978, al igual que la Asociación de Sobrevivientes de

Campo de Mayo. “Voy a seguir mientras pueda, tengo 83 años. Los juicios vienen lerdos, hay que seguir peleando. Estamos como querellantes en los juicios, queremos que se abran los archivos y se busquen restos en Campo de Mayo”, cuenta la militante que es memoria viva y no se detiene en la búsqueda de justicia. 

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