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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

23/09/2022

Masacre de El Gallinato, en Salta

La cacería de septiembre

Entre la noche del 24 y las primeras horas del 25 de septiembre de 1976 los grupos de tareas arrasaron viviendas en la capital salteña. Mataron a tiros al adolescente Martín Cobos, y se llevaron secuestradas a cinco personas, algunas de las cuales fueron luego asesinadas en el Abra El Gallinato, en la zona de serranías cercana a la ciudad.

Septiembre de 1976 fue un mes cruento en la provincia de Salta como ya lo había sido agosto en aquel primer año de dictadura. Entre el 24 y 25 de septiembre de 1976 fueron secuestradas las docentes universitarias Silvia Benjamina Aramayo y Gemma Ana María Fernández Arcieri de Gamboa; su marido, Héctor Domingo “Guilo” Gamboa; Daniel Loto Zurita y el estudiante universitario Carlos Estanislao Figueroa Rojas. Y fue asesinado el estudiante de secundaria Martín Miguel Cobos.

Además de la simultaneidad, estos casos comparten la falta de investigación policial, y el desinterés del entonces juez federal Ricardo Lona para aceptar los recursos que los familiares elevaron en procura de dar con ellos: el modus operandi de la represión terrorista.

Algunos de los secuestrados esa noche fueron asesinados días después en el abra El Gallinato, a casi 30 kilómetros de la ciudad de Salta, por la ruta nacional 9, que comunica con la provincia de Jujuy. El Gallinato ya fue señalizado como lugar de exterminio y ahí se hará, también este año, una reunión de familiares y amigos, para recordar “a los compañeros”, para conversar y reflexionar sobre el ejercicio de la política, en estos tiempos en que la violencia vuelve a ganar presencia en el discurso público.

Señalización de la fosa común en el cementerio de la Santa Cruz en octubre de 2021 / Gentileza familiares de la Masacre de El Gallinato 

Como pasó en abril de 1975, cuando se cometieron dos matanzas en las cercanías de la ciudad de Salta (en San Lorenzo y Rosario de Lerma), o a principios de marzo del 76 con las redadas que siguieron al secuestro y desaparición del ex gobernador Miguel Ragone; o las detenciones del 24 de marzo de 1976, o la Masacre de Palomitas en julio, los secuestros de agosto o las redadas en el norte provincial, es claro que los hechos de septiembre buscaban continuar con esa estrategia de sembrar el pánico para que la sociedad salteña aceptara sin más los designios de la dictadura.

El 24, antes de iniciar la cacería, la patota participó de un acto al pie del Monumento 20 de Febrero, en homenaje a “los caídos en la lucha antisubversiva”, contó el abogado Pastor Rubén Torres, que entonces era conscripto y fue testigo de la Megacausa Salta, en la que se investigaron estos hechos.

La sucesión de crímenes comenzó alrededor de las 4 de la madrugada del 24 de septiembre de 1976, cuando un grupo de tareas arrancó de su casa a la docente Silvia Aramayo.

Siguió con Martín Cobos, acribillado a tiros a eso de las 2.30 del 25 de septiembre de 1976 por un grupo de policías que andaban en tres automóviles Ford Falcon y que en realidad buscaban a Enrique Cobos, hermano mayor de Martín y militante peronista, que esa misma madrugada emprendió un tortuoso exilio.

Cerca de las 4 de esa misma madrugada otro grupo de tareas secuestró al también militante peronista Daniel Loto Zurita, a Gemma Fernández, Héctor Gamboa y Carlos Estanislao Rojas.

Señalización de la fosa común en el cementerio de la Santa Cruz en octubre de 2021 / Gentileza familiares de la Masacre de El Gallinato

Un viento que se llevó a Silvia

Silvia Benjamina Aramayo tenía 23 años al momento de su secuestro. Vivía con su madre, Brunilda Rojas y sus hermanos, Nora y Carlos.

Cuatro o cinco hombres, con pelucas y anteojos y de civil, que se identificaron como miembros de Gendarmería, invadieron la casa de la calle Aniceto de la Torre al 1800. Preguntaban por Silvia y parecían conocer la vivienda y a sus habitantes. Mientras unos amenazaban a su madre y a su hermano, dos hombres fueron directo al dormitorio que compartían las hermanas, arrancaron de su cama a Silvia, y se la llevaron todavía con su camisón “de plush rosa”, sin siquiera darle tiempo a calzarse. Todo había pasado en cuestión de segundos, “como un viento que abrió las puertas y volvieron a cerrar(se)”, recordó Nora. Nunca más supieron de ella.

Su madre alcanzó a ver el automóvil en el que se la llevaron: un Ford Falcon “grande, sin patente” que un momento después vio estacionado frente a la Central de Policía, cuando fueron a pedir al jefe, Joaquín Guil, que investigara el secuestro. El represor ni se molestó en tomarle la denuncia.

Brunilda Rojas reconoció entre los secuestradores a Juan Manuel Ovalle, el hombre que solía acompañar a su hija al regreso de la Universidad, y que alguna vez se había quedado a cenar en la casa.

Silvia había estudiado en la Universidad Nacional de Salta, donde militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Tuvo participación en la creación, en 1973, del plan Adultos Mayores de 25 años y era docente.

Según testimonios de sus allegados, la garra del terrorismo la alcanzó cuando trataba de convencerse de que debía salir del país. Se sabía vigilada ya desde 1974, cuando la debacle se abatió sobre la provincia, tras la intervención federal al gobierno de Miguel Ragone.

Señalización de la fosa común en el cementerio de la Santa Cruz en octubre de 2021 / Gentileza familiares de la Masacre de El Gallinato

“Todo estaba planificado”

Esa es la certeza de Cristina Cobos, hermana de Martín Cobos, y cuyo marido, el conscripto Víctor Brizzi, también fue desaparecido, en su caso, del Regimiento salteño el 9 de marzo de 1976.

En la Megacausa quedó claro, dijo Cristina, que “todo estaba planificado, ningún secuestro fue al azar”. Y esa planificación indicaba que “ellos tenían que matar o secuestrar, en ese domicilio, a quien buscaban o a otra persona, como resultó, en el caso del asesinato de Martín”.

Martín dormía cuando unos 14 policías irrumpieron en su casa, sobre la calle General Güemes al 1900. Cristina, su padre, Víctor Manuel Cobos; su madre, Gregoria Amparo Rodríguez; su hermana Carmen y la empleada Margarita Condorí fueron obligados a acostarse en el suelo; pisándoles las espaldas y nucas les preguntaron por Enrique, que no estaba en la casa. A Víctor Cobos le rompieron los nudillos a golpes y también le rompieron el automóvil. Uno solo de los atacantes, el que parecía el jefe, tenía la cara descubierta. Los demás usaban medias deformándoles las facciones.

En su habitación, Martín no había escuchado a los intrusos; lo despertaron a golpes. Martín se zafó, salió al patio, subió la escalera que conducía a la terraza y saltó a la calle. Corrió seguido por una ráfaga de ametralladora, logró entrar al garaje de la familia Martínez. Sabía que daba al fondo de otra vivienda, lo que le hubiera permitido seguir la huida, pero tuvo la mala suerte de que en esos días Martínez había cerrado ese paso. Acorralado, solo le quedó recibir los tiros de sus atacantes.

Los asesinos lo arrastraron hasta la vereda y lo abandonaron, tenía 30 balazos en el cuerpo, pero todavía estaba vivo. Vecinos y familiares lo llevaron al Instituto Médico, pero la Policía impidió que lo asistieran con la urgencia que necesitaba.

La responsabilidad de la Policía de Salta era evidente ya por entonces. Oscar “Nikita” Camacho, un amigo que vivía enfrente, vio dos Ford Falcon, uno celeste de la Seccional V y otro azul oscuro de la Jefatura. A ambos los conocía.

También el padre de Martín se encontró con uno de los partícipes del homicidio en la misma Central de Policía.

Cristina Cobos nunca olvidó el rostro del hombre al mando, y tampoco Camacho, y ambos lo encontraron años después. En 1986 Camacho lo vio como parte de la custodia del entonces gobernador Roberto Romero y supo que se apellidaba Bocos. Cristina lo encontró en la Casa de Gobierno, y pudo identificarlo: el comisario Víctor Hugo Bocos.

Convocatoria al homenaje a las víctimas a 45 años de la Masacre de El Gallinato

Lugar de exterminio

Esa misma madrugada del 25 de septiembre de 1976 dos policías despertaron a Julio Gamboa y Lucía Madozzo para informarles que Gemma y Héctor habían sido secuestrados y que su hija, Mariana Gamboa, de seis meses de edad, estaba en la vivienda de un vecino, Florencio Figueroa, que la había rescatado de la vereda y se había negado a entregarla a otros policías. Cuando llegaron, la casa de Gemma y Héctor estaba abierta, iluminada, en desorden; la patota se había llevado un televisor, una radio, ponchos y ropa.

Gemma Arcieri era antropóloga y militaba en el peronismo. Además de enseñar en la Universidad Nacional de Salta, colaboraba con el programa de alfabetización de trabajadores del Ingenio San Martín del Tabacal.

Héctor Gamboa venía de una larga militancia en la izquierda, también alfabetizaba obreros tucumanos. Integró las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), agrupación que se fusionó con Montoneros tras el regreso de Perón a Argentina, y estaba en su organización en el NOA. Había vivido en Santiago del Estero antes de pasar a Salta, donde dirigía una zapatería que era a su vez usada para guardar información de la organización.

Ahora se sabe que Gemma y Guilo fueron dinamitados en El Gallinato, una zona rural, en el departamento La Caldera, que fue señalizada como sitio de exterminio, donde la represión estatal asesinó a un número todavía indeterminado de personas, a muchas, usando dinamita.

En el silencio de la noche las explosiones retumbaban. Eso pasó la madrugada del 2 de octubre de 1976. El oficial ayudante Néstor Jacinto Colque fue comisionado para verificar qué había pasado.

Orientados por campesinos y cuervos y caranchos, llegaron al punto exacto donde la dinamita había desarticulado dos cuerpos, y encontraron casquillos de calibre 11.25 o 9 milímetros, armas reglamentarias.

Los restos fueron llevados al Hospital San Bernardo y fueron enterrados apenas dos días después del hallazgo en una fosa común en el Cementerio Municipal de la Santa Cruz como “NN Masculino” y “NN Femenino”. Casi un año después el hermano de Guilo, Julio Gamboa, encontró retacitos de esos restos: un maxilar y cuero cabelludo de Gemma. Tras identificarlos, pidió que se los entregaran pero los habían desaparecido otra vez.

En la célula de Guilo Gamboa estaba Daniel Loto Zurita, un santiagueño que fue secuestrado y desaparecido esa misma madrugada, por un grupo de civil que andaba en un Ford Falcon. Loto Zurita era carpintero, pero también había trabajado como camionero y empleado de comercio, había llegado a Salta en 1974, con su mujer, María Beltramino, también militante.

Cuando Daniel fue secuestrado, María estaba de viaje en Córdoba, adonde había ido a presentar a la familia a su hijita recién nacida. La tarde del mismo 25, tres militares secuestraron a María, y, de paso, robaron joyas de la familia y otros elementos de valor. María estuvo en varios centros clandestinos de detención: en La Perla, La Ribera, el Buen Pastor, la Unidad Penitenciaria N° 1, hasta que la trasladaron a la cárcel de Villa Devoto, donde estuvo seis años y seis meses.

La misma madrugada del 25 de septiembre de 1976, un grupo de personas que se identificó como perteneciente a la Policía secuestró al estudiante universitario Carlos Estanislao Rojas, de su domicilio en calle Santa Fe al 900. Nunca más se supo de él. 
Carlos era oriundo de Tartagal, en 1973 había llegado a la ciudad de Salta para estudiar contaduría pública en la Universidad Nacional de Salta, donde militaba en el Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas y en la JUP.

Mariana Gamboa, hija de Gemma Fernández y Héctor Gamboa, secuestrados y asesinados en la Masacre de El Gallinato, en septiembre de 1976

Recordar, para no repetir

Con el tiempo, Cristina Cobos evalúa que la Megacausa “arrojó una claridad más que nada en el sentido de cómo se movía esta gente, cuál era el objetivo”, que era, insistió, “secuestrar o matar”.

Cristina destacó que en la provincia se haya podido “llevar a juicio a muchos genocidas” y con “condenas bastante importantes en todos los juicios, no solo en la Megacausa”. Ese juicio “para nosotros representó una gran reparación, para las familias de cada una de las víctimas y por supuesto para las víctimas, una justicia, aunque tarde, pero justicia al fin”.

Y, sin embargo, a 46 años de los hechos  y con esos fallos, “seguimos, por supuesto, esto no terminó, nosotros seguimos con memoria”. Por eso todos los 24 de septiembre “también recordamos a todos los compañeros”.

A 46 años de aquellos acontecimientos, la mirada de Mariana Gamboa, aquella niña abandonada en la vereda, va desde los aportes de los juicios a los aprendizajes aplicables en la actual coyuntura, en la que la práctica política aparece menguada por la violencia.

Por el lado de los juicios, destacó que se pudo visibilizar “la connivencia con el terrorismo de estado en Salta que tuvo el Poder Judicial”. Por eso mismo lamentó que el ex juez federal Ricardo Lona haya fallecido antes de que se lo juzgue en todas las causas en las que estaba acusado por su participación en los crímenes de la dictadura, porque eso hubiera posibilitado entender “cómo y de qué manera cuántos más cómplices hubo ahí”, datos que “hoy necesitamos reconstruir en términos de que el pasado se nos presente como oportunidad de aprendizaje social”.

“La violencia política enquistada, la eliminación del adversario político son los aprendizajes que como sociedad debemos hoy traer para analizar en estos 46 años”, para ver de qué manera los discursos de odio “se corren y ponen en el centro otras maneras de vincularnos a quienes pensamos que la política es una herramienta de transformación”, sostuvo.

Desde ese lugar, opinó que “deberíamos volver a dialogar entre distintas facciones que participamos de lecturas políticas; tenemos que hacer un esfuerzo para volver a sentarnos, pensar, a dialogar, a activar, y sobre todo generar una base social en donde no se permita el odio como manera de expresión hacia el otro que piensa distinto”.

“Nuestro principal objetivo es no rescatar la memoria como un símbolo muerto, sino como algo que se activa para poder darle herramientas a otros actores, por eso pensamos en los sitios de memoria, por eso señalizamos los espacios sociales, los espacios físicos, los espacios geográficos, convocamos a los sectores a recuperar esa memoria y pensar lo que hemos aprendido de eso, para no repetir”, aseguró.

Mariana dijo que en este aspecto el estado de Salta tiene una deuda pendiente con la puesta en marcha de herramientas pedagógicas, en la construcción de “un piso democrático que nos permita decir de acá no nos vamos a mover”.

¿Y cuáles serían los canales de acción frente a la violencia actual? “La comunicación, representantes que puedan pensar normativas, reglas, proyectos, programas, que nos permitan debatir hacia dónde queremos ir como sociedad”. Por eso en la organización HIJOS conversan sobre la necesidad de defender la democracia, de impulsar un proyecto “para que los sitios de memoria sean espacios usinas de reflexión y de encuentro, en contra de las violencias institucionales que todavía no logramos erradicar, que se van a agudizar”.

Familiares de Gemma y "Guilo" Gamboa en el homenaje

Elena Corvalán

Periodista y locutora nacional, ambos títulos otorgados por el Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifusión (ISER). Su labor como periodista siempre estuvo vinculada a la defensa de los derechos humanos. Trabaja en radio, TV y diarios.

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