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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

09/02/2023

Ultra derechas: El odio no es sólo discursivo

¿Cómo se encarnan los discursos de odio en la configuración del escenario político realmente existente y cómo condicionan la coyuntura en la que se despliega? Esas son las preguntas que intenta responderse Dora Barrancos, que rastrea en la constitución de las identidades políticas de derecha en Argentina alguna de las claves para pensar el fenómeno.

Formas extremas de las derechas se han propalado en todos los lugares del planeta y no hay región que no padezca sus articulaciones temerarias. Esta pandemia ideológica y política tiene una vertebración relativamente reciente – derechas ha habido siempre, lo nuevo es su más extensa relación transnacional y el surgimiento de programas opuestos  a los derechos sexo genéricos. Está en debate la decidida contribución de la otra pandemia para ese reverbero, la del covid 19 y parece insoslayable incorporar dos fenómenos concomitantes, que invitan a inclinaciones hacia las derechas y que han arreciado con la extensión inédita del virus: la inseguridad y el miedo. Desde luego, ambos son manifestaciones ineludibles de la condición humana, pero ha habido contextos particularmente habilitantes de estas fórmulas y parece innegable que la crisis del virus ha significado una fuente exponencial de sentimientos medrosos y fomento de la incerteza, que actúan sinergialmente hacia la derecha ideológica y política. No puede extrañar el brote planetario de movimientos que de un modo u otro se asimilan, entre otras cuestiones, a la perspectiva negacionista siendo común el rechazo de cualquier intervención socio-tecnológica, sobre todo la oposición a las vacunas, otro modo de manifestar agudos sentimientos de ansiedad y hasta de espanto, oportunidad para la invención de chivos expiatorios. La semiología de estos discursos está animada por una usina del odio y resentimiento, una alteración completa de cualquier significado empático de la comunicación: lo que se procura comunicar sin tapujos es el sentimiento odiante, y no importa de qué se trate, habrá una totalización recalcitrante de motivos. Las cuestiones son extrañamente superpuestas en una cadena de materias repudiables. Los discursos se rigen por una monologicidad que exige reducir, economizar, abreviar los términos de la controversia, en verdad, hay que cancelar la controversia. Recuerdo una situación paradigmática. Un importante actor de la alianza neoconservadora se negó a discutir con una destacada dirigente del peronismo, apenas iniciado lo que estaba previsto como un típico intercambio de puntos de vista en un programa televisivo. El sujeto se retiró alegando que “así no se podía seguir”, esto es, cuando apenas la entrevistada esbozó una línea argumental que lo contrariaba y que le resultaba insoportable escuchar. Ese es el estilo dominante de la derecha extrema (es lo de menos que el actor en cuestión probablemente no se sienta comprendido en esa categoría), es imposible escampar ideas que signifiquen un diálogo. 

 Detalle de Los diarios del Odio. Obra de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, octubre 2014. Foto: Gentileza Roberto Jacoby


El variopinto conjunto de quienes quebrantaron las medidas de aislamiento- a menudo con  violencia física-, se valieron de discursos exasperados, de fórmulas argumentativas desquiciadas, de bravatas sólo en apariencia anti sistémicas. Si desde luego, el régimen forzoso de cuarentena prolongada fue también objeto de pronunciamientos acerca de la amenaza fascista que entrañaba esa escala de “excepcionalidad” del control, y no pueden dejar de evocarse las prevenciones de  Giorgio Agamben, tal vez uno de los más radicalizados del sector que denunciaba, en las antípodas de cualquier adhesión a las derechas. 

Del otro lado de las prevenciones totalitarias, encontramos las imprecaciones escatológicas que se asimilan a conductas milenaristas con formulaciones pre modernas. En la enorme mayoría tales exhibiciones de fórceps ideológicos también se conjugan con presupuestos contrarios a derechos, pues les es propia la animadversión contra las feministas, contra  las disidencias sexo genéricas, contra las personan trans, todo lo que se constituye como “corruptores de la familia”, nomenclatura que sólo cabe a la heterosexualidad con estricta misión procreativa. Lo curioso es que una parte de los impulsores del tremendismo anti derechos, y en general del modo de percepción/opinión fundamentalista, se hospeda bajo la fórmula de la hipérbole de la “libertad liberal”, al menos ese es el síndrome de gran parte del giro extremista que se advierte en las denominadas fuerzas liberales del continente. 

Pero situémonos en nuestro país. La contorsión a la derecha de nuestras fuerzas liberales remonta al siglo XIX, y he sostenido que una de sus características es haberse privado, absolutamente, de matices radicalizados, a diferencia de lo que ocurrió en otros países de América Latina, como algunos centroamericanos y también Colombia y Uruguay. La comparación que hice especialmente con este último país, redunda en los motivos civilistas, laicos, que entrañaron allí las fórmulas liberales, muy diferentes de las notas ideológicas que abundaron entre nuestras huestes “liberales”.  Desde luego, aun en países con una tradición no conservadora no han podido evitarse las colonizaciones de la extrema derecha, tal como se observa en el mapa de la actualidad. Pero allí donde hay carencias de un linaje liberal, auténticamente republicano y propulsor de los derechos individuales sin obturación de determinado papel del Estado, el síndrome de la completa derechización está a la vista. Podría discutirse el grado pertinente de liberalismo en tradiciones como las de la Unión Cívica Radical – es toda una cuestión -, pero habría acuerdo acerca de expresiones que resultan indubitables en materia de progresismo ideológico – me refiero a una concepción superadora del núcleo centro derecha histórico de la fuerza. Bastan dos ejemplos de sus ciclos progresistas, uno muy reciente representada por Raúl Alfonsín y su emblemática corriente democrática que parece haber sucumbido, y otro que refiere a una vertiente  más lejana pero que distinguió también a un grupo de radicales contestatarios a cuyo frente estuvo Moisés Levenshon.  Pero esas manifestaciones han sido opacadas por la tendencia ordenada por el centro derecha que ha mantenido la hegemonía partidaria, por lo que no puede extrañar el sistema de alianzas que ha venido estableciendo en su rancia oposición al peronismo, desde luego, con especial renovación del furor contra la variante kirchnerista. 

Se asiste en este momento a una crisis que se expresa como sacudimiento del pacto establecido en el 2015 con el PRO, pacto que subsumió al radicalismo en la identidad reaccionaria y que significó un dramático nuevo turno a la gobernanza neo-liberal bajo la presidencia de Mauricio Macri. No me referiré al  dramático retroceso de orden socio económico, pero recordaré la lesión de los derechos individuales con persecuciones basadas en la sistematicidad del lawfare que rindió numerosas prisiones. La desarticulación de la división republicana de poderes se revela especialmente en la colonización partidaria del Poder Judicial, en el desapego a las formas del debido proceso que ha caracterizado a buena parte de la Justicia, y en la centralidad hostigadora que se dedica a la figura de Cristina Fernández de Kirchner, con ominosas derivas recientes como el fallo de su proscripción y encarcelamiento basado en un juicio donde nada se ha probado contra la Vice Presidenta.  Convengamos, es lo más parecido al procedimiento de la Santa Inquisición. A menudo he discutido la incorrección semántica de la nomenclatura “neo-liberalismo” para caracterizar a las configuraciones políticas que arriban, a través del mecanismo democrático de la elección, a gestionar el Estado con el objetivo central  del usufructo por parte de camarillas acantonadas en poderosos intereses. El resultado continental de esas experiencias es el dominio incrementado de las concentraciones económicas y la lujuria de políticas que les aseguran lucratividad –basta pensar en el destino del colosal endeudamiento argentino. Pero deseo subrayar el arrasamiento del estado de derecho que producen cuando el objetivo es acosar a las y los adversarios, allí incluida la perspectiva de hacerse con activos de actores económicos que no convalidan sus propuestas. Devienen entonces típicas fórmulas fascistas como el sistema inaudito de espionaje a propios y ajenos ensayado especialmente en nuestro medio, pero también utilizado en el Brasil del régimen de Bolsonaro, para no agregar la suma de medidas represivas, el empleo de agentes de inteligencia para la provocación y la violencia desplegada por las fuerzas de seguridad.

Todo ese menú se ha servido de una estrategia discursiva demonizadora a cargo de todo tipo de medios, aunque debe señalarse el empleo moderno de las redes, la contratación de verdaderos ejércitos de trols dedicados a horadar, con apabullante sistematicidad, a las propuestas “populistas”. La caracterización de las principales figuras del kirchnerismo como enemigos irreconciliables, y como ya he señalado, la fijación obsesiva  en  Cristina Fernández de Kirchner como el eje productivo de la delincuencia, han significado una espiral de violencia discursiva que fue animando a configuraciones militantes de ultra derecha con vigoroso empaque desde aproximadamente mayo del 2022. Su nido partidario no se encuentra en Marte sino exactamente en ciertas nervaduras de Juntos por el Cambio cuya escudería es exponencial en materia de recia intolerancia política. 

La escalada violenta discursiva ultrapasó el estado metafórico con la tentativa de magnifemicidio de la Vice Presidenta el 1 de septiembre del año pasado. El aciago acontecimiento había sido precedido por extrañas y esmirriadas manifestaciones de ultras que se dedicaron a exhibir alegorías mortuorias, tentativas de incendiar con antorchas a la propia Casa de Gobierno, interceptar y violentar autos oficiales con funcionarios de alto rango, etc. Pero incontables simpatizantes de Cristina Fernández de Kirchner se lanzaron a las calles para acompañarla, de modo vibrante, durante varios días a propósito del escandaloso pronunciamiento de los fiscales solicitando su condena en la ya aludida causa, paradigmática del lawfare en nuestros anales. Fue entonces que se precipitó el designio orquestado de asesinarla con sicarios esperpénticos, cuya acción sólo puede remitir a mandantes orgánicos.  La conmoción provocada por ese salto sustancial de lo fáctico discursivo a lo fáctico eliminatorio ha puesto al desnudo la matriz orgánica  neofascista de núcleos falsamente liberales entre los autodenominados liberales. Hay una tarea que se nos impone: desenmascarar las falsas telurias republicanas, deshacer las falaces proclamas acerca de los valores democráticos que no practican.  Basta observar el cínico juego de esta temporada en que ahora sí, sin comedimentos, el conjunto de la oposición se niega a juzgar con los institutos republicanos a una Corte Suprema que ha abdicado de los cimientos del estado de derecho. Estamos en un año electoral decisivo y ojalá las mayorías contrarresten los discursos y otras prácticas odiantes, ancladas en fórmulas intolerantes que esterilizan la convivencia democrática, y su elección impida que a cuarenta años de la recuperación del estado de derecho en nuestro suelo, retornen los siniestros fantasmas del pasado. 

Dora Barrancos

Licenciada en Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires con Diploma de Honor, realizó sus estudios de posgrado como Magister en Educación en la Facultad de Educación, Universidad Federal de Minas Gerais - Belo Horizonte – Brasil y como Doctora en Historia en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP) – Brasil. Actualmente se desempeña como Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y es Profesora Consulta de la Facultad de Ciencias Sociales – UBA.

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