Saltar a contenido principal

Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

31/08/2023

La Masacre de Panamericana

“Para las travas la reparación es una deuda que nos debe la Nación”

De Rosario a Buenos Aires, a la intemperie de la Panamericana en los 80, el camino de Andreina di Brino es el de tantas travestis que fueron a buscar a esa autopista vertiginosa y hostil un modo de ganarse la vida, aunque a muchas las esperara la muerte. La reparación del Estado a las víctimas de la Masacre de la Panamericana ocurrida durante aquellos años es una deuda impostergable de la democracia.

La Masacre de Panamericana tuvo lugar, aproximadamente, entre los años 1983 y 19931, y se trató de una serie de hechos de violencia institucional y civil sistemática que se aplicó sobre las trabajadoras sexuales travestis que tenían su zona roja a lo largo de esa autopista, en el Conurbano Norte de la Provincia de Buenos Aires. Esta violencia se desarrolló a partir de un entramado complejo de actores institucionales -poder judicial, gobiernos nacionales, provinciales y municipales, la iglesia católica, los sistemas de salud y de educación- así como también, civiles - medios de comunicación, personas individuales. Dentro de este entramado, la policía fue el actor central en el ejercicio de la violencia sistemática, un rol que estuvo legitimado bajo la estructura para-legal de los edictos policiales2. Así, la actuación judicial ejecutó una persecución constante a partir de detenciones arbitrarias, golpizas, secuestros, tiroteos, torturas y persecuciones, que dejaron un tendal de travestis muertas a la vera de la autopista. Una de las causas de muerte más comunes era a raíz de las persecuciones policiales: muchas de las compañeras morían atropelladas cuando cruzaban la autopista en los intentos de escapar de los patrulleros, que, se sospecha, a veces eran los mismos que las atropellaban*.

Andreína di Brino es rosarina, nació en 1973 y es sobreviviente de la Panamericana. En esta conversación con Haroldo comparte memorias y fotos de esos años y  recuerda la persecución policial en la autopista. “Tu única manera de salvarte era cruzar la Panamericana. Aparecía el patrullero y lo primero que atinabas era a eso. Porque se bajaban y te corrían, seguro que te iban a agarrar, entonces nos cruzábamos la Panamericana, ya los policías lo pensaban dos veces, y ahí ya cruzábamos para el otro lado. Así que teníamos que estar atentas, mirando, y era así, estar todos los días peligrando con tu vida".
 

Andreína, Verónica, y una amiga en su casa de Pacheco. Foto: archivo personal de Andreina. 

Al cruzar la Panamericana en estos intentos de escapar, muchas compañeras murieron atropelladas antes de llegar al otro lado. Pero la policía no daba tregua: “A lo mejor yo iba a trabajar, caía presa, salía, llegaba a mi casa, volvía, me cambiaba, me daba una ducha, todo, me volvía a trabajar, ¡y te agarraban de nuevo! Tenías esa mala suerte, y una como que medio se retobaba, ¿me entendés? Ese instinto de salir esa misma noche y volver de nuevo, viste, el instinto te da de retobarte, y ahí te bajaban de los pelos, te cagaban a palos, y bueno, ahí no más arrastrada de los pelos hasta la celda".

Andreína hoy tiene 50 años. A los quince, en 1987, se fue de Rosario hacia Buenos Aires para trabajar en la Panamericana: 

“Acá [en Rosario] también estaba bastante peligroso con la policía. Yo como era de acá del barrio me iba a trabajar por Godoy. Digamos que no era necesidad, sino que una cuando es chica quiere trabajar, porque por ahí te querés comprar un vestido y no se lo vas a pedir a tu mamá. Trataba de hacerme unos clientitos, y bueno, varias veces, me corría la policía. Fui presa también, como tres, cuatro veces, acá en Rosario. Y bueno después todo el tema de que mi familia no me aceptaba, y cada vez que me iban a buscar a la comisaría, como era menor, mi mamá me mataba a golpes. Viste que las madres de antes no lo aceptaban. Entonces decidí irme de mi casa, me fui para Buenos Aires. Y allá cuando llego a Buenos Aires, como yo sabía que trabajaban en Panamericana, me fui hasta Panamericana”.

Ella sabía de la Panamericana “por los medios, por las revistas”. Por esos años, quienes más cubrían lo que sucedía en la autopista eran el diario Crónica y las revistas ¡Esto! y Así. La revista ¡Esto!, en 1987, publica en su portada una nota sobre la muerte de Nancy Molina, arrollada en la ruta, bajo el título  “Algo siniestro hay detrás del travesticidio”. Según la revista, se trataba de la muerta número quince. En el artículo, entrevistaban a La Rulo, amiga de Nancy, que comentaba: “las corrieron con un patrullero y tiraron tiros al aire. Las chicas se desbandaron por la carretera y ahí fue cuando un automóvil rojo masacró a mi amiga”.

Pero volvamos a la Andreína. Ella llegó a la Panamericana y se quedó unas horas arriba de un puente hasta que vió a unas chicas trabajando y se acercó a hablarles. Una de ellas era la Natalia. "Por suerte me tocó la Natalia, una chica buena, y ella me llevó a vivir a su casa en Villa Martelli”. Después se mudó a Tigre y luego a Pacheco, siempre en casas compartidas con otras compañeras. En esos años no era fácil para ellas conseguir un alquiler: “En Tigre también había una señora, en el Reinita, que nos alquilaba. Esta señora vivía así, tenía una escalera, pasillos, habitaciones por todos lados, y ahí la mayoría vivíamos también. Y sí, porque, imaginate, que en aquellos tiempos alquilar, ¿quién te iba a alquilar?”.

Andreína despliega sobre la mesa de su comedor un piloncito de fotos de sus amigas de aquellas épocas, una suerte de invocación. “Esta chica también murió atropellada, la Romina Power. Y sí, en ese tiempo había tres formas de morir: o que te maten de un balazo, o morías del HIV, o morías atropellada, eran esas tres formas de morir. He visto a varias de mis amigas morir. Son muy pocas las que llegaron hasta ahora vivas, muy pocas. La mayoría, viste, están muertas. Adriana, esta chica, Adriana, ella falleció de HIV. Sandra no, a Sandra la atropelló un auto, pobre”.

Adriana y Sandra en los carnavales. Foto: archivo personal de Andreina.

En ese momento, además de la violencia policial, las travestis se enfrentaban a otro enemigo: el sistema médico. Eran contados los hospitales donde aceptaban atenderlas, y en los que lo hacían, eran sometidas a diferentes formas de maltrato: “nosotras íbamos al hospital ese de Vicente López, porque era el único hospital que nos atendía, pero así nos atendía. Así nos atendían re mal, pero nos atendían por lo menos”.

En las otras fotos aparecen la Natalia, recostada en un sillón de tres cuerpos posando con un peluche entre los brazos; la Andreína y la Sandra, vestidas de fiesta y abrazadas con un arbolito de Navidad en el fondo; la Adriana y la Sandra, despampanantes, vestidas para el carnaval; Belén, Luciana, la Andrea; Romina la Correntina con un brazo enyesado; postales de entrecasa, cotidianas, familiares.

Andreína va reponiendo los nombres de las chicas que aparecen en las fotos, y los lugares donde fueron tomadas: ·”Esta es en el Tigre; esta en la casa de Cristina en el Reinita; esta es la Cocucha; esta es una foto de Soledad; esta es de Londres; esta foto de acá de Rosario, con mi mamá; esta chica es Adriana, esta foto es de Bahía Blanca. Esta foto es de… es Mariela, uruguaya, esta foto es en Uruguay, pero te di la otra foto que es acá en el Reinita, porque ella vivió en el Reinita, ¿a dónde está la Mariela de nuevo? ¡Esta! Acá está la Mariela también, acá está la Mariela, sí, esta foto es en el Reinita, ¿ves? Y después tengo una foto de Soledad… esta también está en el Tigre… Esta en Pacheco, con las chicas. Y bueno estas son de las comparsas… Esta también ahí en el Tigre…”.

Las fotos que Andreína ahora señala han soportado mudanzas y exilios entre París, Londres, Milán, Perugia, “pero esto no es nada. Yo estuve trabajando en Neuquén, estuve trabajando en Bahía Blanca, bueno, en Córdoba fui una semanita, dos semanitas de trabajo también, en Uruguay, uf, las mudanzas, sí”.

Actualmente Andreína trabaja como empleada no docente en la Universidad Nacional de Rosario, entró en 2020 con el primer Cupo Laboral Travesti -Trans que abrió la universidad. Sin embargo, esta oportunidad llega tarde y no es suficiente para reparar la violencia sistemática que atravesó gran parte de su vida. Sobre esto reflexiona: 

“El otro día estaba pensando que, bueno, yo ahora digo, es lindo un trabajo. Pero imaginate que yo estoy puteando desde los catorce años. Y no solamente puteando, porque el sacrificio… No es como ahora que vas más tranquila a trabajar. Antes era que la policía, que estar presa, que la gente... Es toda una tortura, psicológicamente y físicamente, pero de todo, de todo. Yo he quedado desfigurada de la policía, de los golpes. Y todos esos años de frío, en Panamericana, en pleno invierno y tenías que trabajar como demandaba el mercado, el mercado te demandaba en bombacha y corpiño, y una capita, vos lo habrás visto en las revistas. Porque imaginate, si yo iba vestida y tenía una al lado en bombacha y corpiño… Te tenías que poner al nivel del mercado. En bombacha y corpiño, sea invierno, verano, otoño, primavera, era bombacha y corpiño, mientras más desnuda estés, si no tenés corpiño, mejor. Viste, todos esos años de frío, de sacrificio. Que yo digo, ahora sí, ahora tengo un trabajo, pero, viste, el cuerpo también lo siente. Porque comencé de muy chica y varias chicas comenzaron de bastante chicas. Todos esos calabozos, estar presas, la humedad, el frío. Estar mal alimentadas, porque a veces las chicas nos podían llevar comida, cuando eran detenidas, pero otras veces no nos podían llevar, porque si iban a trabajar y tenían que correr y no tenían plata, no podían traer comida. Y hay veces que no comíamos tampoco. Bañarte con agua fría, porque la comisaría no tenía agua caliente, te tenías que bañar con agua fría. Esos fríos, esas humedades, esas comisarías. Digamos que nosotras la vida la vivimos súper aceleradísima y una vida nuestra fueron tres de una vida de una persona normal”.

Andreína con su hermano y su madre en Tigre. Foto: archivo personal de Andreina. 

Hoy, es urgente y necesario que el Estado reconozca, una vez más - como ya sucedió con la Ley de Cupo Laboral Travesti Trans, por ejemplo - las violaciones a los Derechos Humanos que han vivido las travestis y trans, no sólo durante la última dictadura, sino también durante las primeras décadas de la democracia. Es urgente y necesaria una Ley de Reparación Histórica que brinde un resarcimiento económico a las sobrevivientes travestis y trans mayores de cuarenta años en todo el país. En Santa Fe ya se está avanzando en esa dirección y el pasado 16 de junio se aprobó en la Cámara de Diputados una ley provincial de Reparación Histórica Travesti Trans para las sobrevivientes de la violencia institucional posdictadura. Esta ley viene a ampliar los alcances de las leyes de reparación para sobrevivientes de la última dictadura, que en la ciudad de Rosario tiene 24 travestis reparadas. En La Provincia de Buenos Aires también se está avanzando con las reparaciones a travestis y trans sobrevivientes del Pozo de Banfield. Es necesario y urgente que el Estado Nacional haga lo propio con las sobrevivientes de la violencia institucional posdictadura.

¿Cómo se organiza una comunidad, una generación, que sistemáticamente es perseguida, violentada, diezmada? ¿Qué ocurre con el derecho a la amistad cuando la mayoría de tus amigas están muertas? ¿De qué manera viven quienes trabajaron desde la adolescencia en condiciones desfavorables y hoy no tienen acceso a una jubilación? ¿Cuánto le debemos como Nación a las travestis y trans mayores de cuarenta que consiguieron los derechos de los que hoy gozamos como comunidad, como sociedad y que nos hacen estar a la vanguardia en materia de DDHH en el mundo? “Para las travas reparación, es una deuda que nos debe la Nación”, sintetizan ellas en un cantito para las marchas.

Hacia el final de esta conversación, Andreína vuelve al presente:

- El tema de la reparación, viste, que muchas chicas todavía no consiguen trabajo, que no fueron tan afortunadas como yo. O no hay trabajo tampoco para tantas. Yo pienso que una reparación también estaría bueno porque hay muchas chicas que están en situación de vulnerabilidad.

- Sí, y para las que tienen trabajo también, porque es una reparación por una violencia sistemática que ustedes vivieron por parte del Estado.

- Y eso, es un trabajo ahora, pero, vamos a ver, ¿viste? El cuerpo se cansa. Sí, Yo estoy super agradecida de este trabajo porque no tengo que seguir trabajando y seguir chupando más frío de todo lo que chupé por seguir estando parada en la calle todavía. Pero, sí, la verdad que con una reparación una estaría ya más tranquila, también. 

Leónidas Castillo

Nació en 1992 en San Miguel. Forma parte del Área LGBTIQ del Centro Cultural Haroldo Conti. Codirige la revista virtual de poesía Flor de Ave.

Compartir

Notas

*Agradecemos la colaboración de Marce Butierrez y de Merlín Caminos en la producción de los contenidos y las imágenes de esta nota. 

1: Si bien los años en los que se registran la mayoría de las muertes son 1986 y 1987, el período completo en que la Panamericana fue zona de trabajo estuvo signado por la persecución policial.

2: Los edictos establecieron diferentes figuras contravencionales asociadas con el “escándalo”, a través de las cuales la manifestación de una expresión de género o identidad de género, orientación sexual y/o práctica sexo-afectiva disidente fue selectivamente criminalizada. Estas figuras comprendían a ‘los que se exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario’ (art. 2° F) y ‘las personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieren al acto carnal’ (art. 2° H). El objetivo central de los edictos policiales fue administrar el uso del espacio público a partir del establecimiento de una para-legalidad y práctica institucional para excluir a ciertas personas de la presencia, permanencia y circulación en la vía pública.

 

Te puede interesar

Carta al Sargento Kirk

Carta al Sargento Kirk

Por Juan Sasturain

Anna Ajmatova

Anna Ajmatova

Por Ignacio Botta (Selección y prólogo)