15/09/2023
A 50 años del golpe en Chile
Cantar el espanto: Víctor Jara en la memoria
Por Jorge Montealegre Iturra
Fotos Archivo Víctor Jara
El cruento asesinato de Víctor Jara y el ensañamiento con él durante su breve paso por las mazmorras de la dictadura es de las expresiones más crudas del horror del régimen de Augusto Pinochet. Sin embargo, su último poema, escrito en esos mismos días y rescatado, de mamo en mano, por sus compañeros de detención llega hasta hoy como salvaguarda de su arte, su militancia y su memoria.
Hace 50 años se escribió un poema en el Estadio Chile. Hace 50 años se asesinó a un poeta en el Estadio Chile. Hace 50 años los militares quemaron ese poema en una sesión de torturas. El 15 de septiembre de 1973, la creación y la destrucción se reunieron en un espacio-momento en torno a una persona mortal e inmortal al mismo tiempo: la vida es eterna en cinco minutos. Se concentró en este que hoy es un sitio de memoria. Estadio Chile, hoy Estadio Víctor Jara. Metáfora, al inicio de la dictadura, de la situación (el estado-estadio) en que se encontraba el país golpeado por la brutalidad anticomunista. Y es metáfora hoy día de los esfuerzos por alcanzar la justicia, defender la memoria y rechazar el negacionismo.
Al cumplirse 50 años del crimen la justicia tardía dio luces: la Segunda Sala de la Corte Suprema, por decisión unánime, confirmó las sentencias para los ex agentes del Estado por la muerte de Víctor Jara y de Litré Quiroga, ambos asesinados en el Estadio Chile. Fueron seis ex militares los condenados a 15 años por homicidio y otros 10 años por secuestro calificado. Uno de ellos -el brigadier de 86 años Hernán Chacón- se suicidó cuando llegó a su casa la policía para detenerlo y llevarlo a la cárcel de Punta Peuco, destinada a violadores de los derechos humanos. En tanto, el principal inculpado está en los Estados Unidos y se tramita su posible extradición. La justicia tardía no es justicia, pero es fundamental aclarar la verdad de lo que pasó, especialmente en tiempos de negacionismo y promoción del olvido. Para la familia, encabezada por Joan Jara, el fallo judicial es una derrota para quienes intentan negar la historia y es un duro golpe a la impunidad. Es innegable, también, que un fallo condenatorio que llega un mes antes de cumplirse 50 años del asesinato no puede ser considerado justo. Es un triunfo de la verdad más que de la justicia.
Víctor junto a Horacio Salinas en campaña electoral. Fecha estimada 1973. Foto: Archivo Víctor Jara
La maldad
Aunque ya parezca un lugar común citar la expresión acuñada por Hannah Arendt, el asesinato de Victor Jara ilustra de una manera espantosamente elocuente “la banalidad del mal”. Desde que llegó al estadio que hoy lleva su nombre, en cuanto fue reconocido, el artista indefenso fue blanco de la crueldad impune, del abuso de poder sin contrapeso. Es parte de la memoria del horror y contarlo despierta un pudor inevitable: es como entrar en una pesadilla y compartirla; sin ánimo de morbo ni sensacionalismo, es necesario que se conozca, especialmente en tiempos de negacionismo, contumacia, promoción del olvido e indolencia.
Secuestrado en el estadio que había sido escenario principal del movimiento de la Nueva Canción Chilena, Victor Jara sufrió una sucesión de padecimientos. Un calvario (“quieren reconstruir la cruz que arrastrara Cristo” predice cantando Vientos del Pueblo), donde el escarnio y el suplicio, la burla y la tortura, configuraron el martirio. Este crimen es quizás el episodio macabro que más ha trascendido por su monstruosidad. Ya con sus manos destrozadas con saña por los culatazos, lo llevaron a un camarín para, supuestamente, interrogarlo. Sus canciones resuenan como dialogando con su propia historia: y mis manos es lo único que tengo / y mis manos son mi amor y mi sustento. Según el testimonio de un soldado conscripto que fue testigo de la escena, un oficial comenzó a jugar a la “ruleta rusa” con el prisionero desfalleciente. Apoyó su revólver en la sien del artista. Omnipotente y grosero se divierte con el azar más nefasto, hasta que sale el primer tiro. Ante el artista moribundo, enseguida, el militar ordenó las ráfagas de fusiles sobre el cuerpo del artista, repartiendo la culpabilidad. Cuarenta y cuatro balazos -¡44!- en el cuerpo de Victor Jara. (“Se fue a la gloria / con el pecho atravesado / las balas de los mandados / mataron al inocente”. Como a Herminda de La Victoria). Luego, lo lanzaron como basura a la orilla de la línea del tren. Victor Jara no estaba solo. Somos cinco mil aquí, / en esta pequeña parte de la ciudad. / Somos cinco mil. / ¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?
Entre los miles de detenidos en el Estadio Chile estaba el joven abogado Litré Quiroga, quien fuera director general del Servicio de Prisiones -hoy Gendarmería- durante el Gobierno de la Unidad Popular. Litré Quiroga sufrió la tortura y fue asesinado. Su cuerpo y el de Víctor Jara fueron encontrados en la Población Santa Olga, cerca del Cementerio Metropolitano. Junto a ellos, los otros cuatro cadáveres que fueron hallados ese 16 de septiembre de 1973.
Víctor cantando en el Sindicato Industrial COOPEMART. Fecha estimada: 1966. Foto: Archivo Víctor Jara
El ícono
El prestigio del artista, su conocimiento público y la admiración popular que concitaba, desencadenó el ensañamiento, la maldad con que fue atormentado. Por ello, también, su caso produjo consternación mundial y se ha considerado emblemático. Simbólico de la crueldad de la dictadura. Víctor Jara es un símbolo universal, que alcanzó las estrellas. No obstante, siempre ha estado en el ánimo de su familia, considerarlo como una víctima que tiene hermanos de tragedia, con una misma dignidad y necesidad de justicia. Victor Jara fue detenido -secuestrado- junto a decenas de estudiantes, académicos y funcionarios de la Universidad Técnica del Estado, de la cual el artista era funcionario. Fue una de las 88 personas, entre muertas y desaparecidas, de esa casa de estudios. A cada una de ellas se le honra a cada una de ellas con un respeto equivalente. Cada víctima simboliza a las otras. Se contienen significativamente. Así, tras la imagen de Víctor Jara también están sus hermanos en la tragedia. Con esas personas, y otras que fueron apresadas en distintos lugares, sufrieron el trato cruel y degradante. Victo vio en otros su propio martirio: uno golpeado como jamás creí / se podría golpear a un ser humano. El miedo estaba en el aire, pero también la fraternidad que aflora en las situaciones límites. La comunidad cautiva compartía la misma esperanza. Hermanos se hicieron todos / hermanos en la desgracia. Los unía el reparto del pan, el cuidado al más débil, la palabra que fortalece, el papel para escribir un mensaje a la familia. O un poema.
Mural de Víctor Jara. Año 2019. Autor desconocido. Fuente: instagram musicaenlosmuros.
El poema
Después del balazo, de la ruleta rusa, no hubo risa, sino espanto y silencio. Las palabras justas que horas antes Víctor Jara había escrito en su última obra: Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto. / Espanto como el que vivo / como el que muero. Espanto / de verme entre tantos y tantos / momentos de infinito / en que el silencio y el grito / son las metas de este canto. A pesar de todo la poesía estuvo presente.
Hace 50 años un poema se escapó de la prisión. Victor Jara estaba escribiendo su poema cuando se lo llevaron al camarín de la muerte. Quedó inconcluso. Lanzó al aire la libretita con sus últimos versos para que se salvaran. Poco antes le habían prestado papel y lápiz. Había surgido la oportunidad de que, con suerte, los presos pudieran enviar un mensaje a la familia. La libretita volvió a su dueño -el abogado Boris Navia, de la Universidad Técnica del Estado (UTE)-, quien guardó el poema y lo llevó al Estadio Nacional, donde trasladaron a la mayoría de los detenidos que estaban en el Estadio Chile. En el nuevo campo de prisioneros, el más grande y conocido internacionalmente de la dictadura, se abrió la libretita y ahí estaba el poema. Inmediatamente Boris Navia se percató que tenía en las manos un tesoro. Con otro preso -el ex senador Ernesto Araneda- acordaron salvar el poema-documento. Entre los prisioneros había un compañero zapatero que abrió la suela de un zapato de Boris y la convirtió en un escondrijo para guardar las dos hojas con el escrito. Antes, habían hecho un par de copias y las transcripciones se las pasaron a dos presos que saldrían en libertad: un estudiante y un médico. El primero finalmente no salió en libertad y fue interrogado salvajemente.
El manuscrito original siguió escondido en el zapato hasta que al dueño lo llevaron al lugar de interrogatorios, el Velódromo del Estadio Nacional. Ahí el poema original fue descubierto, sin que el torturador supiera de qué se trataba. Saltó en la violencia de la tortura a Boris Navia, a quien mantuvieron colgado. Según Navia, las hojas fueron quemadas. Es decir, no existe el manuscrito original del último poema de Victor Jara. De las dos copias probablemente se hicieron otras y al menos una de ellas pudo sacarse de forma clandestina y enviada al exterior. La poesía también partía al exilio con un mandato que estaba en el mismo papelito: ¿Y México, Cuba y el mundo? / ¡Que griten esta ignonimia!
Al copiar las transcripciones, manuscritas y de legibilidad imperfecta, resultaron versiones impresas con el verso "Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto" y otras con "Canto, qué mal me sabes". Ambas poéticamente pertinentes. La imperfección en la urgencia y el canto de la amargura. Entre sus interpretaciones, es conmovedora la versión de Isabel Parra, un lamento a capella. Solamente con su voz -quien fuera una gran amiga del mártir- agrega música al poema que tal vez en su origen era una canción inconclusa. Un último suspiro, casi el cumplimiento de un presagio: “Así cantará el poeta, / mientras el alma me suene / por los caminos del pueblo / desde ahora y para siempre”.
Víctor Jara e Isabel Parra bailando cueca en Radio Corporación.. Foto: Archivo Víctor Jara.
Mortal inmortal
La memoria plural nos habla de un Víctor Jara que se reconstruye con los recuerdos de quienes lo conocieron y también de una inevitable mitología. Es difícil no trenzar la épica y la cotidianidad. No obstante, es en la vida y no la muerte donde preferimos que esté el énfasis de nuestra memoria. Antes de que se bautizara un asteroide como “Víctor Jara”, está el niño campesino nacido en La Quiriquina -cerca de Chillán- y el adolescente amenazado por la orfandad. Como Violeta Parra, Víctor Jara crece escuchando la guitarra y las canciones que entona su madre. Doña Amanda es una campesina de Ñuble que canta naturalmente en una boda o en el velorio de un angelito. Es el ambiente donde parte de la religiosidad popular es la irreverencia que se ríe con picardía de la iglesia oficial. Esa atmósfera -a pesar de las amenazas de los días previos al golpe de Estado- está en el último disco que grabó Víctor Jara. Se trata de “Canto por travesura”, una recopilación de canciones picarescas del folclore chileno. Entre ellas “La diuca” creada por el mismo cantautor. Y otras por el estilo: La beata, El sacristán vivaracho, El padre confesor… Estas no eran canciones políticas. El disco fue editado en septiembre de 1973, para las fiestas patrias, pero se cometió el golpe. Victor Jara fue detenido, torturado, asesinado. En tanto, el álbum de folclore humorístico, con carátula de José Palomo, no pudo ser distribuido en Chile. Así, el canto por travesura fue una de las primeras manifestaciones de humor prohibidas y el disco devino un objeto peligroso que había que esconder o destruir. El terrorismo de Estado funcionó de inmediato, empezando por la autocensura.
Sabemos que el 11 de septiembre de 1973 debía cantar en la UTE en el acto inaugural de la exposición antifascista “Por la vida siempre”. En la ocasión el presidente Allende iba a anunciar un plebiscito para que el pueblo se pronunciara y evitar con esa consulta una guerra civil. Víctor Jara seguramente tenía programado cantar alguno de los temas de su último disco para reír con los estudiantes y “Manifiesto” una de sus últimas creaciones: Yo no canto por cantar / ni por tener buena voz, / canto porque la guitarra / tiene sentido y razón…
Festival de la Nueva Canción Chilena. Estadio Chile, 1969. Foto: Archivo Víctor Jara
La esperanza
Muchas veces la tumba de Víctor Jara ha sido profanada con rayados ofensivos contra la memoria del cantautor. ¿Por qué? Porque el artista no murió en septiembre de 1973 y –como el aparecido- se presenta cuando lo necesitan. En las diversas manifestaciones populares la presencia de Víctor Jara ha sido ineludible: murales, afiches, novela gráfica, en comics. Aparece, crece en cada episodio de lucha popular y de manera espontánea. Así también crece el odio que le tiene la derecha.
Más acá del ícono, como una persona común y corriente, valga saber que ese mismo día, 11 de septiembre de 1973, a las 11 de la mañana, Víctor Jara tenía hora al médico; tenía dolor de cuello, una inflamación muscular (una fibromiositis cervical, informa la Dra. Paz Rojas). Nada más lejos del mito. Así como entregaba un canto heroico o picaresco, también le dolía el cuello y podía estar triste. Las dos informaciones completan a la persona que los testimonios, el arte y la historia han convertido en un personaje admirable; vivo, en la medida que lo seguimos recordando.
La mezcla de la épica (la lucha, el heroísmo, el martirio) y la cotidianidad nos permite un relato de construcción permanente. Siempre inconcluso en la hermosa tarea de proyectar su esperanza, que es universal y está domiciliada en el estadio que lleva su nombre, un Sitio de Memoria digno, un museo de sitio y un circuito de arte, educación, promoción de los derechos humanos, acorde con la historia colectiva que contiene, compartiendo la convicción de quien murió cantando las verdades verdaderas: canto que ha sido valiente / siempre será canción nueva.
Último poema de Victor Jara, escrito en el Estadio Chile
(hoy Sitio de Memoria Estadio Victor Jara) el 15 de septiembre de 1973)
Somos cinco mil aquí,
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?
Somos aquí diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror, locura!
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, uno golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija en la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe
un número que no progresa,
que lentamente querrá más la muerte.
Pero de pronto me golpea la conciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona
lleno de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Que griten esta ignonimia!
Somos diez mil manos menos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
Canto, qué mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo,
como el que muero, espanto
de verme entre tantos y tantos
momentos de infinito
en que el silencio y el grito
son las metas de este canto.
Lo que nunca vi,
lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento…
Jorge Montealegre Iturra
Escritor y periodista. Doctor en Estudios Americanos (Usach). Entre sus libros están: Frazadas del Estadio Nacional (2003), Historia del Humor Gráfico en Chile, (2008); Memorias eclipsadas. Duelo y resiliencia comunitaria en la prisión política (2013), Carne de estatua. Salvador Allende, caricatura y monumento (2014); Cuenta regresiva. Antología de poemas 1978-2010 (2017), Derecho a fuga. Una extraña felicidad compartida (2018), Wurlitzer. Cantantes en la memoria de la poesía chilena (2018). Último libro: Noticias de un pueblo fantasma. Chacabuco: prisión y verso libre). Integra el directorio de la Fundación Victor Jara.
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