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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

26/10/2023

Para contarnos la historia

Narrar el dolor, narrar la esperanza

"Hemos tenido que desarrollar archivos, construir museos, desplegar investigaciones, diversas iniciativas de memoria, porque ha habido una derrota" dice Federico Lorenz en este extracto de su último libro. El objetivo: reponer historias de derrotados y reafirmar que si para algo hacemos Historia con mayúscula es para contarnos y sanarnos las heridas.

Nuestras escrituras, nuestros trabajos, los museos que imaginamos, son espacios de transmisión. En esa condición, no son solamente un punto de encuentro entre las generaciones, sino que son el lugar en el que vivos y muertos coexisten. Constituyen, de alguna manera, un pliegue de la Historia donde pasado, presente y futuro se entremezclan en una temporalidad diferente, como escribió John Berger.

Quizás muchas veces no tenemos tan presente esa combinación poderosa: vida, muerte, dolor, esperanza, mandato estatal o social… y nosotros allí, en el medio, proponiendo lo que consideramos la mejor manera de acercarnos a ellas. Porque el pasaje del dolor a la esperanza, en tanto emociones, no debería excluir la necesaria reflexión histórica sobre los contextos históricos específicos en los que se produjeron los hechos que evocamos. 

¿Es entonces la intervención sobre los acontecimientos y tópicos de nuestro pasado reciente un género específico, una forma particular, además, de la acción política? ¿En qué lugar nos coloca como intelectuales, funcionarios? ¿Hemos reflexionado, por ejemplo, en la ambigüedad de que con nuestras intervenciones en lugar de potenciarla al narrar el dolor, para marcar los límites a la barbarie, quizás limitamos la esperanza que podríamos engendrar? 

Nuestros espacios son también, quizás sobre todo, y anticipo el final de mi exposición, espacios de resistencia.

Dice José Saramago, en Manual de pintura y caligrafía: “La tentativa ha fracasado, y no hay mejor prueba de esta derrota, o fallo, o imposibilidad, que la hoja de papel en la que empiezo a escribir”. Quiero detenerme en esta idea: hemos tenido que desarrollar archivos, construir museos, desplegar investigaciones, diversas iniciativas de memoria, porque ha habido una derrota. En realidad, varias. Cada uno de los asistentes la traducirá de una manera concreta: en el caso de mi trabajo, en particular, la idea de “fallo” y de “derrota” remite a las distintas experiencias revolucionarias de la década de 1970 en la Argentina, y a la Guerra de Malvinas, ambas producidas en el marco de la dictadura militar.

En todo caso, hay en la cita una idea poderosa. Nuestra tarea, la de poner la palabra comienzo allí donde algo ya no está: un cuerpo, una idea, un sentimiento común.

(...)

Los trabajadores del área naval de Astarsa encabezaron uno de los procesos más avanzados de la clase obrera argentina, como respuesta a la responsabilidad de la empresa por la muerte de trabajadores por ocasión laboral. Fuente: https://www.laizquierdadiario.com 

 

Primera advertencia: la responsabilidad y la demanda

José María Alesia era un obrero naval. Trabajaba en los astilleros Astarsa, de Tigre. Murió a finales de mayo de 1973, como consecuencia de las quemaduras que sufrió mientras trabajaba en la soldadura del casco de un barco en construcción. Algunos de sus compañeros tomaron el astillero en protesta por la falta de medidas ante el accidente, como parte de un plan de lucha que desarrollaban desde finales de la década de 1960. La toma fue contemporánea a la asunción de Héctor Cámpora, y tuvo una gran resonancia política, ya que sirvió como una “prueba” acerca de las respuestas que el gobierno daría a los reclamos obreros, en un contexto de mucha efervescencia. Fue liderada por un grupo de militantes sindicales que crearon una Agrupación que se identificó con la Juventud Trabajadora Peronista (creada también en 1973), el frente de masas sindical de los Montoneros, la guerrilla peronista.

Durante la década del setenta, muchos trabajadores jóvenes se unieron a la Agrupación como militantes. Uno de ellos fue Carlos Morelli, Carlito, que llegó a ser el delegado suplente. A lo largo de su vida como trabajador naval y militante sindical, Morelli participó del clima de movilización y violencia de la época, y vio caer asesinados, desaparecer o partir al exilio e incilio a muchos de sus mejores amigos y compañeros. (...)

Para trabajar sobre esas historias, durante diez años, acaso un poco más, investigué tanto sobre la historia de “los navales” que en ocasiones me pareció que yo también era parte de ella. Terminé haciéndome muy amigo de Carlito. Durante muchos meses, su casa fue mi base de operaciones. Su escucha y su compañía, los contrapesos muchas veces necesarios para un trabajo difícil. Sus evocaciones, el contrapunto con mis abstracciones. Con su ayuda recorrí Tigre y San Fernando, navegué frente al viejo astillero, visité el Rincón de Milberg, conversé con hombres que hoy trabajan en otros talleres, y que en muchos casos no sabían nada de lo que había sucedido allí hacía treinta años. 

Una mañana de uno de los tantos sábados en que lo visitaba, Carlito me hizo un regalo. Me acompañó al auto con un bulto bajo el brazo, y antes de saludarnos, con alguna incomodidad, me dijo con sencillez:

-Podríamos ser amigos, pero creo que no lo somos. Por nuestra edad, podría ser tu padre, pero tampoco. De lo que no me cabe duda es de quesos un compañero. Esto es para vos.

Y tras esas palabras, envueltos en una bolsa de supermercado, todavía manchados de barro y duros, me entregó sus zapatos de trabajo, los mismos que se había sacado en 1976.  

Con ese gesto, Carlos Morelli puso blanco sobre negro el lugar en el que muchas veces quienes abren sus vidas al investigador colocan a los historiadores y, más ampliamente, de las demandas que implica visibilizar con nuestro trabajo historias en una construcción colectiva. Se trata del desafío de hacernos responsables del lugar que ocupamos en los procesos de transmisión, y de sus posibles consecuencias. Para el tema que nos ocupa, renueva la pregunta acerca de qué hacer, de cómo contar, la historia que había escuchado y de la que me habían hecho parte con ese regalo - mandato.

(...)

En el marco de la Semana de la Memoria, el Municipio de Tigre en articulación con la Comisión de Memoria, Verdad y Justicia de Zona Norte homenajearon a las víctimas de la última dictadura cívico-militar con una marcha desde la Plaza Canal hasta el predio donde funcionaba el ex astillero Astarsa. El intendente Julio Zamora acompañó en la ceremonia a referentes de los Derechos Humanos, familiares de desaparecidos, ex empleados de la fábrica y miembros de la comunidad, 21 de marzo 2022.

 

 

 

Segunda advertencia: relatos relegados, la unificación de los procesos

En 1982, al finalizar la guerra de Malvinas, corrió un macabro rumor. Un soldado, que había perdido ambas piernas en la guerra, llamó desde el hospital a sus padres y, sin contarles lo que le había sucedido, les pidió permiso para alojar a un compañero que había vuelto en esa condición. Cuando sus padres se negaron a hacerlo, les dijo que en realidad era él. Entonces, cortó y se suicidó.

La historia, con variantes, circuló a lo largo y a lo ancho de la Argentina, y aparece en testimonios de ex combatientes aún hoy. Durante años, investigué las “condiciones de verosimilitud” del rumor: en paralelo a ver si fue posible que eso sucediera, analizar por qué, si fue un invento, fue considerado verdadero por quienes lo propalaron en el particular contexto de la “primavera democrática” y el “show del horror”.

Emergió un fresco de desinformación, tergiversaciones y ocultamientos que favorecieron la circulación de historias fantásticas, en el contexto de las revelaciones acerca del terrorismo de estado. Estaba compuesto por los testimonios de soldados heridos, enfermeros, sus padres y vecinos de hospitales en la zona Sur, como Comodoro Rivadavia, desde donde aparentemente surgió la historia.

El desarrollo de la historia coincidió con el período de transición del gobierno militar al civil. ¿Cuál era el espacio para que circularan historias bélicas, en el marco de las denuncias por violaciones a los derechos humanos? Aún hoy, los ex soldados se refieren a ese período como de “desmalvinización”: los años en los que la evocación de lo vivido en Malvinas no tenían la misma visibilidad, en el espacio público, que otros temas urgentes, como las violaciones a los derechos humanos perpetradas por la dictadura.

(...)

El rumor no solo remitía a una historia de mutilación, derrota y frustración. El joven suicida, con su gesto, habría expresado la oposición a ser absorbido por un relato histórico en el que no se reconocía. Y en ese gesto final que echó a rodar el mito, anida la posibilidad de una reparación: la justicia realizada en una narración sobre el pasado que lo incluya con sus actos.

La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) visitó en marzo de 2017 el Cementerio de Guerra de Darwin en las Islas Malvinas para rendir homenaje a los soldados argentinos caídos durante la guerra y acompañar el reclamo por la identificación de las 123 tumbas NN. 14 de marzo, 2017. Fuente:  https://www.anred.org  

 

 

 

Tercera advertencia: aún las historias que queman deben tener su lugar

En la madrugada del 18 de junio de 1976 el jefe de la Policía Federal de la dictadura militar argentina, Cesáreo Cardozo, murió en un atentado. Lo mató Ana María González, una militante montonera de veinte años de edad. Era la compañera de estudios de la hija del general, y se valió de esa confianza para colocar una bomba debajo de la cama de uno de los planificadores del golpe del 24 de marzo. 

A partir de ese hecho, Ana María se transformó en una de las personas más buscadas de la Argentina. Durante la cacería, los militares asesinaron en represalia a muchos de sus compañeros y a detenidos – desaparecidos secuestrados meses antes. Esas muertes se confundieron con las decenas que la represión producía entonces, y con las matanzas que siguieron a otro atentado montonero, la bomba en Coordinación Federal.  

Nunca la pudieron encontrar. Ana María vivió en la clandestinidad hasta que seis meses después quedó malherida en un tiroteo con el Ejército, durante el que también murió un soldado. Roberto Santi, la pareja de Ana, logró llevarla a una posta sanitaria de Montoneros, pero allí murió. Santi y un compañero quemaron la casa con el cadáver de la joven. Había sido su última voluntad: que su cuerpo no fuera un trofeo para la represión. Unos pocos meses después, Santi también se transformó en uno de los miles de desaparecidos. Lo secuestró una patota de la ESMA junto con su madre y al poco tiempo fue asesinado en uno de los “traslados”. 

La corta vida de Ana María González es una metáfora extrema de los años setenta. Siempre la pensé de esa manera. Pero abordar su biografía es un proceso complejo. Sucede que desde el atentado, Ana María González ya no se perteneció. Se había transformado en un símbolo: para sus compañeros, para la represión y para la sociedad argentina. De la entrega y de la traición, de la audacia y de la perfidia; de la necesidad de orden y de la entrega revolucionaria. Encarnó todo lo que un militante debía ser. Pero simbolizó también todo lo que la dictadura se proponía destruir. Por ser joven y bella, encarnó todos los estereotipos de la propaganda misógina antisubversiva. 

Derrotada la guerrilla, los únicos que hablaron sobre Ana fueron sus enemigos. Y eso agregaba un desafío más a la tentación de escribir sobre una vida difícil. La magnitud de lo que hizo borró su historia previa y posterior. Le quitó toda su historia y la congeló en el momento del atentado. ¿Quién fue Ana María González? ¿Qué quiso ser? ¿Cómo llegó al día que la instaló en la Historia? ¿Qué sucedió con ella después? (…)

En el proceso de escritura de Cenizas que te rodearon al caer, la biografía de Ana, me encontré con muchas suspicacias, desconfianzas y prevenciones. ¿Por qué tomaba un tema tan denso como ese? ¿Para quién trabajaba? ¿A quién se le ocurría reivindicar a una terrorista? O, en el otro extremo, ¿para qué darle argumentos a los negacionistas? (...)

 Intervenciones en el Espacio para la Memoria (exESMA) hoy Patrimonio Mundial de la humanidad declarado por UNESCO

 

 

Historia, ¿para quién? Nuestros desafíos y posibilidades

Como investigador, como escritor, como director de un museo, como docente, elegimos perspectivas: sin que sean taxativas o excluyentes, pues trabajamos para el futuro, es sin embargo el lugar desde el que iluminamos el pasado para contribuir a la imaginación de un futuro.

Le respondí, entonces, que yo escribo sobre los derrotados. Y si ponemos en línea los tres ejemplos que puse de mi propio trabajo, que es a la vez mi recorrido como investigador, este siempre ha estado en pensar el lugar de las víctimas, de los desplazados, y aún de las víctimas dentro de las víctimas, sin por ello negarles su agencia histórica, todo lo contrario.

Podría haber elegido como título para esta presentación “Narrar el dolor y la esperanza”. Pero elegí una coma, que separara dos acciones diferentes, aunque íntimamente relacionadas, porque creo que no es automático que la una lleve a la otra. Por otra parte, la esperanza tiene que ver con los derechos humanos universales, pero se traduce en acciones políticas concretas, situadas en el tiempo y en el espacio. 

(…) Sostiene John Berger que el relato (la narración) es la herramienta de los débiles:

 

"Los poderosos no pueden contar historias: un alarde es lo opuesto a un relato. Cualquier historia, por afable que sea, tiene que ser valiente, y los poderosos de hoy viven con nerviosismo [...] El tiempo de los relatos (el tiempo de la narración) no es lineal. Los vivos y los muertos se reúnen como oyentes y jueces dentro de este tiempo: cuanto más hagan sentir su presencia ahí, más íntimo se vuelve lo narrado para quien escucha. Los relatos son una manera de compartir la convicción de que la justicia es inminente."1

En aquel encuentro del Cabildo, como ahora, creo que es pertinente un texto que escribió Bertolt Brecht, durante su exilio en Dinamarca poco después del incendio del Reichstag. Brecht era comunista –siempre es importante situar históricamente lo que contamos- y acaso utilice con una facilidad que nos resulte excesiva a nuestras mentes del tercer milenio la palabra verdad, pero los invito que vayamos al fondo de lo que propone, para tener una dimensión de la importancia estratégica en términos de liberación humana de todo tipo de cadenas que tienen nuestros espacios.

Brecht proponía cinco dificultades para decir la verdad. 

 

El valor de escribir la verdad

La inteligencia necesaria para descubrir la verdad

El arte de hacer la verdad manejable como arma

Cómo saber a quién confiar la verdad

Proceder con astucia para difundir la verdad.

 

Son las mismas que afrontamos nosotros en nuestra tarea cotidiana.

Federico Lorenz

Historiador y novelista. Investigador del CONICET y jefe del Departamento de Historia del Colegio Nacional de Buenos Aires. Se especializa en la historia de Malvinas y en estudios sobre la guerra y la violencia política en la argentina.

 

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Notas

 1: John Berger, Con la esperanza entre los dientes, Buenos Aires, Alfaguara, 2011, pág. 90.

 

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