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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

17/07/2023

Vida y militancia de René "La Turca" Ahualli

La historia frente a sus ojos

Militante comprometida e incansable, Renée “La turca” Ahualli iba en el mismo auto en el que fue asesinado “Paco” Urondo, en Mendoza. Fue, además,  protagonista del Tucumanazo. Buscó hasta su último día a “Tincho”, su compañero desaparecido.

Renée Ahualli, la Turca, tucumana, murió el 15 abril de 2023. Tenía 82 años. Fue militante de la Juventud Peronista, en los 70; de allí se sumó a Montoneros y fue madre en medio de la ferocidad de la última dictadura cívico militar. En esos días duros secuestraron a Tincho, su compañero, al que jamás volvió a ver y al que buscó hasta su último día. Sobrevivió a esos años de terror, fue docente universitaria, Secretaria de Derechos Humanos de la CTA en Tucumán e integrante de un coro, Las Subversas, su último lugar de militancia. Con su metro ochenta, espaldas anchas y manos grandes parecía llevarse el mundo por delante pero no su voz: su amabilidad y su sonrisa eran capaces de bajar la guardia de cualquiera. Unos meses antes de su muerte concedió esta entrevista a corazón abierto, quizás la última, en la cocina de su casa, con un postre árabe de sémola hecho por ella y nueces de por medio. Y café.

“En realidad, tengo 47 años porque el día que sobreviví a la emboscada en la que asesinaron a (Francisco) ‘Paco’ Urondo y secuestraron a Alicia Raboy, su compañera, nací de vuelta. Yo iba en ese mismo auto. No sé qué estrella me guió pero zafé, en medio de un impresionante operativo militar”, cuenta Renée, de arranque, como al pasar. Luego de haber militado en los 70 en Córdoba, Mendoza y de permanecer en la clandestinidad en Buenos Aires, regresó a Tucumán con el retorno de la democracia. Se especializó en maquillaje y tras algunas gestiones, ingresó a la docencia en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. “Intenté ser una tucumana más, me pesaba un poco ese doloroso pasado. Estaba enojada con la sociedad por el crecimiento del partido político de Antonio Bussi, después de tanto sufrimiento", confiesa. 

Emma Renée Ahualli fue miembro de Familiares de Desaparecidos de Tucumán (FA.DE.TUC.) y subsecretaria de Derechos Humanos de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) de Tucumán. Declaró en juicios para encarcelar represores y asesinos.

A comienzos de los años 90, en la mítica librería El Griego, en la inauguración de la “Sala Paco Urondo”, en el corazón de San Miguel de Tucumán, el periodista Miguel Bonasso, que también estuvo en Montoneros, presentó uno de sus libros. Ante un auditorio repleto, Bonasso la reconoció y detuvo en seco sus palabras. Se paró y dijo, ante la sorpresa de los presentes: “quiero saludar con todo mi afecto a una persona que está aquí, a la que quiero, compañera de militancia de mi amigo Paco Urondo y es la Turca Ahualli”. Aplausos, mientras todos la buscaron con la mirada. Estaba atrás. Renée se paró y pareció querer abrazarlo con su sonrisa. Por unos segundos se miraron, cómplices, y seguro recordaron historias compartidas. “Hasta ahí estaba como clandestina en democracia y ese día nací de nuevo a la militancia, porque comenzaron a hablarme de organizaciones y no paré más”, rememora.

El 15 de agosto de 1972 estaba en Tucumán cuando se produjo la Masacre de Trelew. Trabajaba, estudiaba y militaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que al año siguiente se fusionarían con Montoneros. Cuenta que ese día hubo una gran concentración de estudiantes en la Facultad de Artes -en donde cursaba la Licenciatura en Artes Visuales- y una marcha por el centro de la capital tucumana, en repudio a los asesinatos de los 19 presos políticos, en represalia a la fuga de seis dirigentes que lograron escapar del penal de Rawson. Tres años antes también había formado parte de las protestas obrero - estudiantiles que se conocieron como El Tucumanazo,  en plena dictadura de Juan Carlos Onganía, quien  ordenó el cierre de 11 de los 27 ingenios que funcionaban en la provincia y que produjo de inmediato el despido de 50 mil  obreros. Renée estuvo en las calles contra esa brutal decisión.

Como ya era un cuadro de la organización, la conducción de las FAR la trasladó a Córdoba, que atravesaba también por tiempos duros. Por su paso por las artes se había especializado en disfraces y en la falsificación de documentos. Militó en los barrios, en la universidad y recuerda con orgullo las asambleas en el comedor universitario. 

Por pedido de la seccional Mendoza de Montoneros fue trasladada a esa provincia, en donde conoció a quien después sería su compañero, Emilio Carlos Assales, Tincho. “La primera vez que lo vi fue en una reunión en Córdoba y llamaba la atención porque era buen mozo, alto, de buen discurso y era experto en instrucción en el manejo de armas. Las mujeres que estábamos ese día nos alborotamos pero les dije ‘ese va a ser mío y así fue’. El amor siempre estuvo entre los que militamos en esos años, sin amor no hubiera sido posible soportar tanto dolor”, asegura. Los caminos de ambos vuelven a cruzarse en Ezeiza, el 20 de junio de 1973, en medio de la marea humana que fue a esperar el avión en el que retornaba al país el expresidente Juan Domingo Perón. El día de la masacre. “Ahí nació nuestro romance, él todavía estaba en Córdoba”, recuerda. Al quedar embarazada, Emilio pidió su traslado a Mendoza y allí se consolidó la pareja. 

En forma paralela, el periodista y miembro de Montoneros, Paco Urondo, fue trasladado en mayo de 1976 a Mendoza. Se le aplica, recuerda Renée, el artículo 16 del reglamento de la organización que castigaba la infidelidad. El también poeta había conocido en el diario Noticias, de Montoneros, a Alicia Raboy, se enamoraron y tuvieron una hija, Ángela. “El traslado fue una cosa tan fuera de lugar”, dice. “La seccional Cuyo atravesaba por serias dificultades y yo, que utilizaba el nombre de guerra Soledad, era su enlace; el suyo era Ortiz”, cuenta.

Unas semanas más tarde, “Ortiz” y “Soledad” deben ir a una cita en un barrio de Guaymallén. Él debía recogerla en un Renault 6, verde, y así fue. Había ido acompañado por Alicia y la bebé. “Casi voy con mi hija recién nacida para que la conocieran pero desistí. Apenas subí, Paco me dijo que notaba movimientos extraños. Retornamos y fue cuando identifiqué, por mi oficio, que había personas disfrazadas de barrenderos o de gente que charlaba en las veredas. También descubrí estacionado el auto que la Policía nos había secuestrado hacía unos meses. Adelante había dos tipos con anteojos oscuros y atrás un compañero, que aún con sombrero pude identificar, al que seguro le sacaron la información. Fueron segundos y le grité a Paco ‘la cita está cantada’ y comenzó la huida a toda la velocidad”. Fue imposible para la “renoleta”, que tenía menos potencia que los tres autos perseguidores.

 

Nota del diario mendocino Los Andes del 19 de junio de 1976 en relación con el asesinato del poeta Paco Urondo.

La persecución fue de 30 cuadras, unos minutos. Y en esos instantes Urondo le pasó una pistola a Renée con la que hicieron disparos contra los vehículos. No le dieron a nada, hasta que una ráfaga de ametralladora, recuerda, rompió la luneta y Paco preguntó si había alguien herido. “Le dije que sólo tenía un raspón en una pierna. Fue entonces cuando paró en una esquina y nos ordenó que bajemos, que había tomado la pastilla de cianuro”. “¿Por qué hiciste eso, papi?”, le respondió Alicia. Bajaron y corrieron. Después se supo que un policía le dio un culatazo con su arma a Urondo. En el juicio en el que fueron condenados sus asesinos, en 2011 y en el que fue clave su testimonio, se demostró que no murió por envenenamiento, que les mintió para que no dudaran en bajar del auto y al quedarse él, darles una oportunidad para escapar. Su muerte fue producto de los golpes del policía y así quedó tendido en el pavimento.

“Corrimos, Alicia entró a una casa pero la atraparon y a la niña la llevaron a la Sala Cuna. Yo entré a otra casa que era como un conventillo, llegué hasta su fondo y un muchacho me ayudó a saltar la tapia. Caí en un baldío que tenía unos piletones, en donde me lavé las manos. Pedí ayuda a un hombre que estaba en un auto pero se encerró en su garage. Como tenía unos pesos fui hasta la parada del trolebus y lo tomé. Por casualidad pasó por el lugar en donde estaba el auto y Paco tirado en el pavimento”, recordó. “Lo insólito fue que paró y subieron soldados jóvenes a mirar. Yo estaba al último. Como mi pierna sangraba la puse para atrás y miraba por la ventanilla simulando desinterés, pero moría del dolor y la desesperación”, agregó.

Los soldados se bajaron y pudo llegar a la casa en donde había dejado a su bebé, porque Tincho había viajado a Buenos Aires. Al revisarse se dio cuenta que una bala le había atravesado el muslo izquierdo y ese mismo proyectil estaba en el muslo derecho. No volvió más a su departamento por la certeza de que quizás ya había sido delatado. Y así fue, “ese mismo día ingresaron y se llevaron todo, además de destrozarlo”. Su hermana había viajado a Mendoza para ayudarla en el post parto. Entre ella y una compañera la asistieron hasta que unos días después su cuerpo despidió el plomo de la bala. “Fueron días de una intensidad extrema porque como ya se conocían nuestras identidades, en la terminal de ómnibus y en la estación de tren había carteles con nuestros rostros, nos buscaban. Unos días después simulamos una despedida familiar para abordar el tren a Buenos Aires en una estación del interior. Mi hermana iba en un asiento lejano, desde donde me observaba”, relata Renée. A los pocos días se encontró con Tincho. “Apenas puse en sus brazos a nuestra hija me desmayé y dormí porque recién pude relajarme”, contó, como si eso hubiera ocurrido en otra vida, mientras mezcla su café con una cucharita.

Cuando su hija “Loli” aún no había cumplido un año, el 11 de enero de 1977, otra vez la Turca recibió un golpe duro: secuestran a Tincho, a quien se le había asignado la tarea de ir al estudio de un abogado para una cita de control. “Averiguando, reconstruí que lo sacaron de allí en una camilla, por lo que es seguro que le pusieron una inyección de Pentotal. Fue en Montevideo al 600, pleno centro porteño. Supe que lo llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), por el testimonio que dieron en Francia, en octubre de 1979, Sara Solarz de Osatinsky, Alicia Milia de Pirles y Ana María Martí ante la Asamblea Nacional, quienes sobrevivieron a ese centro de torturas y exterminio”, relató, con inocultable pena. Y agregó que a Ana María la conoció en democracia en una marcha en la Plaza de Mayo. “Le pedí, por favor, que me contara algo más. Me respondió que no confiaba en su memoria y que prefería escribir. Al día siguiente nos encontramos y me dio un largo texto, que conservo”. Supo, entonces, que a Tincho lo sacaron de su lugar de detención para un vuelo de la muerte, lo subieron al avión pero lo bajaron porque la inyección no le hizo efecto. Por eso, pudo ver a detenidos vomitando y descompuestos que eran arrastrados hasta la aeronave. Una vez que lo sentaron, se acercó una persona y le ordenó: "vos venís, chango, a vos te necesitan en Mendoza". “Seguro querían llevarlo para sacarle información y eso lo salvó. Al mes lo llevaron a Mendoza y nunca más supe de él, tenía 29 años”, rememora. Silencio.

 


Acto de Las Subversas,  "Las Subversas te cantamos, un homenaje a Emma Renée Ahualli”, 12 de Julio, Tucmán, 2023. Foto: Elena Nicolay | La Palta

“La muerte de Paco y la desaparición de Tincho me marcaron mucho porque estuve en una situación de extrema vulnerabilidad, al lado de la muerte. Por eso fue muy sanador contar todo en el juicio en Mendoza, en 2011, en el que fueron condenados los asesinos de Paco, 35 años más tarde. Hasta ese momento no podía hablarlo porque me temblaba el cuerpo”, reflexiona la Turca, mirando hacia el fondo de su casa, puro verde y flores. 

En 1978, cuando por la ferocidad de la dictadura desaparecían a diario militantes de distintas organizaciones, Renée decide alejarse de Montoneros. “Me desenganché”. Estuvo clandestina y vivió de lo que podía: hizo artesanías para vender en ferias, masajes y cosmetología. Este último oficio fue el que le abrió las puertas para ingresar en la Facultad de Artes, en Tucumán, en donde se jubiló. No dejó la militancia. En el medio, su segunda pareja, con la que tuvo su segundo hijo, padeció de cáncer y ella estuvo a su lado hasta su muerte. En varios momentos Renée fue un sostén en organismos de derechos humanos en los que participó, poniendo su vehículo, tiempo y hasta recursos. Incansable. La pandemia supuso un gran paréntesis pero eso tampoco la doblegó.

Apenas se levantaron las restricciones de movilidad volvió a Las Subversas, un coro de mujeres comprometidas con los derechos humanos que se conocieron en las marchas, en las calles y que encontraron en la música una nueva forma de militancia. En agosto de 2022 participaron de los homenajes por los 50 años de la Masacre de Trelew. “Mis amigas me dicen que debería escribir algo de todo lo que viví pero me cuesta, lo mío fue siempre abrazarme a la militancia que ahora está en el coro, cantar verdades. Ahora tengo ganas de aprender a tocar la guitarra y de hacer cerámica, tengo muchos sueños”, confesó la Turca, con sus manos apoyadas en el mantel de hule.

En abril, por una descompensación, tuvo que ser internada en un sanatorio privado. Mejoró y cuando se esperaba su retorno a casa, en un atardecer de otoño su intenso corazón se apagó y sus ojos se cerraron para siempre. “Quisiera que me recuerden como alguien que dio amor”, le había confesado al autor de esta nota unos meses antes, ante la inevitable pregunta sobre la cercanía de la muerte.  

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