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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

18/07/2018

La vuelta al mundo para encontrarlo

María Eva tenía 8 años cuando desapareció su padre, Juan Carlos “El Negro” Arroyo, en octubre de 1976. Por primera vez dio testimonio en el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en el Centro de Detención, Tortura y Exterminio Cuatrerismo-Brigada Güemes. "A mí lo que me moviliza profundamente en todo lo que hago es el amor infinito que le tengo a mi papá", dijo a los jueces esta mujer que tejió una red familiar que permitió contener la angustia y llegar a la verdad.

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María Eva Arroyo

La historia de María Eva Arroyo es la de una niña que tuvo que entender muy rápido el peligro de una dictadura que oprimía, asimilar la detención y luego el exilio forzado de su mamá, una mudanza repentina de Jujuy a Buenos Aires y entender muy tempranamente que no podía revelarle a ninguna amiga que veía a su papá en forma clandestina.

Es la historia de una joven que investigó y preguntó, que fue tras los huesos de su papá, Juan Carlos “El Negro” Arroyo, a quien recién pudo enterrar en 2009 y es también la representación de un matriarcado: formó una red familiar de mujeres para cobijarse de las secuelas de una vida marcada por el Terrorismo de Estado.

María Eva tiene 50 años, es docente y vive en Jujuy. El 19 de abril fue la primera vez en su vida que declaró ante un tribunal por la detención de su madre Sofía D’Andrea durante el gobierno democrático de Isabel Perón, su infancia y la de su hermana melliza Sofía plagada de allanamientos; el secuestro, la tortura y desaparición forzada de su padre y el exilio en Bolivia como refugiadas de ACNUR. Las persecuciones comenzaron en 1969 pero continúan hasta hoy: ella y su hija son parte de un plan de protección de testigos por lo que tienen custodia permanente de la Policía Federal.

“Yo acá vengo a ser la voz de mi abuela, que falleció hace cinco meses y nunca pudo ver un proceso de justicia. Trabajar en la querella me implicó amenazas. Mi hermana y yo figuramos en una página web de familiares de represores como activistas terroristas. Tengo que caminar sobre el filo de la navaja todo el tiempo y esto también es responsabilidad de la Justicia, porque cada vez que libera a un represor estamos en peligro”, le dijo al Tribunal Oral Federal Nº6, integrado por José Martínez Sobrino, Julio Luis Panelo y Fernando Canero, que juzga los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención y tortura “Cuatrerismo-Brigada Güemes”, que dependía de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, bajo el mando de Miguel Osvaldo Etchecolatz, para quien la fiscal Ángeles Ramos acaba de pedir una nueva prisión perpetua.

Por “Cuatrerismo-Brigada Güemes”, también conocido como “Protobanco”, pasaron unas 125 personas, entre ellas Juan Carlos “El Negro” Arroyo y 7 mujeres embarazadas. Funcionó entre noviembre de 1975 y febrero de 1977.

Apenas pasadas las 10 de la mañana del 19 de abril, bastaron solo dos preguntas del abogado querellante Pablo Llonto para que María Eva empezara a contar:

-¿Qué supiste de lo ocurrido con él y qué consecuencias generó todo esto en tu familia?

Ante una sala del subsuelo de los tribunales de Comodoro Py repleta de familiares, amigos y militantes de organizaciones políticas y sociales, María Eva, dueña de una mirada encendida, recordó la vida de su papá Juan Carlos. Contó que nació en San Pedro de Jujuy, una zona de zafreros sumida en la pobreza y que creció en Palpalá, donde su abuelo enfermero fue uno de los fundadores del gremio de Sanidad. Su abuela era ama de casa y se dedicaba a la costura. “Era una familia peronista, que estaba en contra de las injusticias sociales”, señaló.

“Hoy no podría estar hablando si no fuera por mis hermanas, porque somos seis mujeres que vinimos a enseñarle a los varones; mi papá tiene un harén de mujeres feministas”, sostuvo María Eva mirando sin parpadear a los jueces, con su hija a su lado. Sus hermanas Sofía, Marina y Luciana y su mamá escuchaban en las primeras filas junto a integrantes de HIJOS Jujuy y otras organizaciones sociales y políticas.

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Las tres hermanas: Sofía, Marina y María Eva

Juan Carlos inició su militancia política en el peronismo ideológico de la tercera posición con 16 años. Luego se acercó a ATE. Aunque, el peronismo estaba proscripto se militaba en los sindicatos. Intentó hacer el servicio militar en su provincia de nacimiento, pero se lo denegaron porque “no tenía estirpe”. Al final lo hizo en Villa María, Córdoba. Luego se vinculó al Movimiento Revolucionario Peronista, cuyos referentes eran Gustavo Rearte y luego John William Cooke. Desde Córdoba viajó en 1966 a Cuba de donde volvió “enamoradísimo de la Revolución Cubana”.

En 1967 Juan Carlos regresó a Jujuy, se casó con Sofía D’Andrea y comenzó a trabajar en la proveeduría de los Altos Hornos Zapla, por ese entonces una empresa siderúrgica estatal. Junto a un grupo de compañeros editaron El Tábano. En 1968 nacieron las mellizas María Eva y Sofía. Entre 1969 y 1970 Juan Carlos se incorporó al Frente Revolucionario Peronista (FRP), que dejó en 1974 cuando, junto con otros compañeros se trasladaron a Buenos Aires porque el contexto de persecución en el norte argentino era cada vez mayor.

-Voy a contar sobre la primera detención de mi papá: en julio de 1969. Junto con Mario Díaz asaltaron a un carnicero que les hacía firmar vales y les cobraba intereses. Era un usurero. Eso le costó seis meses de cárcel.

-Ese es un hecho común. Le pido que se atenga a los hechos del juicio, intentó cortar el juez que conducía el debate.

-La riqueza de los juicios orales es contar quién era cada uno de ellos. Mi papá tuvo una vida. Este lugar donde estoy sentada me lo gané yo; nosotras, las mujeres, tuvimos que allanar el camino. Hoy me voy a tomar todo el tiempo que necesite para contar quién era mi padre, respondió María Eva.

-Tengo un absoluto respeto por usted y por todos los que están acá, tuvo que decir el juez.

-No son hechos comunes, son crímenes de lesa humanidad. La Ley 27.372, de Derechos y Garantías de las Personas Víctimas de Delitos, permite desarrollar y contar lo que les ocurrió a los desaparecidos, intervino el abogado de Arroyo, Pablo Llonto.

María Eva retomó el testimonio.

Tras esa primera detención en 1969, llegó la segunda, en mayo de 1970 y la tercera, en septiembre. Siguieron los allanamientos en la casa familiar, mientras los vecinos evitaban que sus hijos jugaran con María Eva y Sofía.

Entre 1970 y 1973 “El Negro” Arroyo estuvo preso en cárceles de Tucumán (Villa Urquiza), Chaco, Buenos Aires (Devoto) y Chubut (Rawson). Salió en libertad, junto con otros cientos, con la amnistía de Héctor Cámpora en mayo de 1973. Volvió a Jujuy y asumió como director del Museo Histórico durante el gobierno de Carlos Snopek.

María Eva recordó que “el primer intento de secuestro” de su papá fue en febrero de 1974. El operativo estuvo a cargo de la Policía Federal. Juan Carlos le envió un telegrama a Perón, que para entonces ejercía su tercera presidencia y le contó lo sucedido. En julio nuevamente intentaron allanar su domicilio, pero Sofía D’Andrea reclamó la orden por escrito. Los federales volvieron con el papel. En ese período “El Negro” iba y volvía de Buenos Aires a Jujuy. Sofía presentó dos habeas corpus que fueron rechazados.

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En octubre de 1974 volvieron a allanar la casa y en noviembre salió la orden de detención para Juan Carlos, Mario Díaz y Sofía D’Andrea. “Los allanamientos nos generaban mucha tensión a mi hermana Sofía y a mí, les tirábamos piedras a los federales. Teníamos seis años. Una procesa las cosas como puede, para nosotras lo normal era visitar a papá en la cárcel. Nos costó mucho entender el costo de las decisiones políticas de nuestros padres: mi mamá me decía nosotros no elegimos esto, ellos eligieron la persecución para nosotros, nosotros elegimos la vida”, contó atravesada por el llanto.

La persecución y el hostigamiento estaban dirigidos también a las chicas. El día que se llevaron a su mamá, en noviembre de 1974, un policía se le acercó, la arrinconó y le preguntó si sabía dónde estaba el padre. “Mi madre le dijo con las chiquitas no y ahí decidieron llevársela; yo me colgaba de su brazo y le pedía al cana que no se la llevara. No te preocupes que mañana la traemos, me dijo”, rememoró María Eva.

Sofía D’Andrea estuvo presa en el penal de Gorriti y luego en el Buen Pastor. Salió expulsada del país en junio de 1975 hacia Perú, donde se acercó a la embajada argentina a pedir por sus hijas. Ante la falta de respuestas, decidió pasar la frontera en mayo de 1976 y entró al país de manera clandestina. Pudo ver a sus hijas, siempre en secreto.

...

La abuela Azucena llegó desde San Pedro a cuidar de las mellizas, pero no estaba en condiciones de mantenerlas. Las niñas, entonces, se fueron a vivir a Buenos Aires con los abuelos maternos, en febrero de 1975. No habían visto a su papá en los últimos ocho meses. En un paseo, el tío Daniel las llevó con él. “Se acercó, nos abrazó a las dos, se puso en cuclillas y fue la única vez que lo vi llorar”, contó María Eva.

Las chicas vivían en Turdera, iban al colegio y cada 15 días veían a su padre, ahora en pareja con Alicia. Tuvieron una hija, Marina, que nació en junio de 1976.

“Yo puedo decir que nosotras conocimos a nuestro padre. Pero mi hermana Marina solo puede reconstruir su vida y su historia a partir de los testimonios. ¿Quién es mi padre para mi hermana?”, se preguntó entre lágrimas.

Hacia fines de 1976, Alicia fue secuestrada y Marina partió al exilio en España en brazos de su abuela materna. A raíz de las pérdidas y su prisión en la cárcel de Devoto, Alicia sigue padeciendo profundas secuelas psicológicas.

“Con mi padre nos veíamos cotidianamente. Él nos había pedido que no le contáramos a nadie porque la próxima vez que lo agarraran, lo iban a matar. Teníamos clara conciencia del peligro”, recordó María Eva sobre esos años de su infancia, entre 1975 y 1976, en que pasaban los fines de semana en una casa de Paso del Rey, en el partido de Moreno, donde vivía Marta Taboada, la nueva compañera de Juan Carlos, junto a sus cuatro hijos: Marta, Andrés, Juan y Santiago Dillon.

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Anabel Yaciani, militante de ATE Jujuy

Los primeros días de noviembre de ese fatídico año, la abuela Azucena llegó desde Jujuy a la escuela a buscar a las chicas. Lloraba desconsoladamente.

-Abuela, ¿es el papá?, preguntó María Eva.

Aferrada a la mano de su hija, María Eva contó lo que pudo reconstruir del secuestro de su papá el 28 de octubre de 1976: que el último que lo vio fue Edgardo “Cambá” Fontana, la noche anterior. Que hubo una caída en una casa de Flores. Que a Graciela Taboada, la hermana de Marta -la última compañera de Arroyo- le hicieron simulacro de fusilamiento. Que los llevaron a la casa de Paso del Rey, donde estaban los hijos de Marta y Tupac Vladimir, hijo de Gladys Porcel de Puggioni.

La periodista Marta Dillon, la mayor de los hijos de Marta Taboada, le contó que cuando llegaron Juan Carlos, Marta y Gladys a la casa, ella, sus hermanos y Tupac Vladimir estaban encerrados. Que a los tres adultos los golpearon y tiraron al piso. Que Juan Carlos estaba sangrando pero no por una herida de bala. Que después se los llevaron a los tres.

Pocos días después del secuestro, con apenas 8 años las niñas pudieron guiar a los abuelos hasta la casa de la calle Joli, en Paso del Rey.

“La casa era una desolación, había agujeros de balas. Mi abuela Azucena habló con un vecino que le contó que hubo un operativo y un secuestro”, reconstruyó María Eva y dio algunos nombres de los compañeros de sus padres caídos por esos días: Alicia Rabinovich, militante del MR 17; la pediatra Elena de la Rosa y Mario Díaz, que habían tenido un bebé hacía pocos días.

“Mi viejo fue víctima de torturas espantosas. Era una especie de delegado de los secuestrados, negociaba alguna aspirina y jabón blanco. Frotaban la ropa con hojas de eucaliptus para no tener mal olor. Los compañeros me contaron que había un tipo al que le decían el Sapo que era el que violaba, que era insoportable escuchar cómo agarraba a las mujeres, era repulsivo y asqueroso. Era creyente; un día le hicieron una cruz de sal, se asustó y por un tiempo dejó de joder a las mujeres. Una compañera me contó que mi papá hablaba amorosamente de sus hijas”, dijo y se quebró en llanto.

Hugo Parsons, sobreviviente de “Cuatrerismo” escuchó, hacia diciembre de 1976, que iban a vaciar el centro clandestino. Se lo contó al “Negro” Arroyo, quien en ese momento supo que lo iban a matar y le anotó a un compañero la dirección de un referente peronista en la Villa 31, que fue hasta la casa donde vivían las chicas, en Turdera, para advertir que había que sacarlas del país.

Las mellizas salieron de un día para otro. La abuela Ángela las llevó hasta la frontera con Salta. Entraron a Bolivia como refugiadas políticas de ACNUR en 1980.

María Eva dedicó un párrafo especial a Cristina Comandé, la única sobreviviente del Frente Revolucionario 17 de Octubre, secuestrada también en “Cuatrerismo”. “Ella es un tesoro para nosotras”, afirmó.

...

El 22 de abril de 2009 empezó a escribirse otra parte de esta historia. María Eva recibió un llamado de Maco Somigliana, del Equipo Argentino de Antropología Forense. A través de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas (una técnica que usa la extracción de ADN en restos humanos) habían encontrado huesos que pertenecían a su padre; lo reconocieron porque tenía un pinzamiento en la columna y una pequeña hernia de disco. “Primero me dio como un pico de alegría. Y después me cayó la ficha, ¿qué era eso que me iban a devolver? En el velorio que hicimos en ATE venían a felicitarme. A nosotros, los milicos y los criminales terroristas nos obligaron a alegrarnos por encontrarlo muerto”, sentenció María Eva.

Una vez que pudo enterrar a su papá en su provincia natal, quiso averiguar cómo había llegado su cuerpo a la localidad de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Buscó y encontró el acta de defunción de Juan Carlos que daba una dirección en Lomas de Zamora: Juan XXIII (Camino de Cintura) y las vías del Ferrocarril Roca. María Eva llegó hasta ese lugar. Habían dejado cinco cuerpos en la calle; la partida de defunción estaba fechada a principios de febrero. Pensó que los vecinos podrían recordarlo. Todos decían que no. María Eva tiene la convicción de que a su papá y al resto del grupo los fusilaron en el polígono de tiro que está frente a la fábrica militar.

“¿Y qué tiene que ver esto con Miguel Etchecolatz?”, se preguntó como si fuera la fiscal. Y respondió: “Leyendo el legajo, encontré que Etchecolatz estuvo como comisario en Avellaneda. Es decir: en la zona Sur (Almirante Brown, Avellaneda, Lomas, Lanús, Quilmes) eran los muchachos de Etchecolatz los que levantaban los cuerpos”. María Eva denunció la “cadena de encubrimientos” vinculada al ex comisario general de la bonaerense para fraguar operativos y pidió que se investigue.

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Celestino Carrizo, compañero de militancia, junto a Juan Carlos "El Negro" Arroyo tras la amnistía de Héctor Cámpora

-A mí lo que me moviliza profundamente en todo lo que hago en mi vida es el amor infinito que le tengo a mi papá, yo daría la vuelta al mundo descalza para buscarlo, manifestó.

 Miró a los jueces: “Me imagino que ustedes están para hacer cumplir Justicia. Corresponde que acá estén sentados los imputados porque tiene que ver con la reparación. En los 90 tuvimos que ver al Turco Julián y a Luis Patti; nos habían negado el derecho a la Justicia y el Poder Judicial hacía la vista gorda. Este es un momento histórico para esta camada de jueces de reparar el daño que se ha hecho, de la mejor manera, la más correcta, la más justa”.

Y enseguida leyó un fragmento del texto Juan prisionero de Atahualpa Yupanqui:

¡Hijo mío, te dejaré por herencia, lo que ni rey puede darte, un nombre limpio de lucha por el pueblo y en la calle!

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